Micropolíticas
Autor: Marcelo Mellado
En Llo-Lleo
La política en su peor acepción, o la más asquerosa, la del negocio parcial y perverso, ésa, la del electoralismo fatuo, es la triste oferta de un sector de la Izquierda que engrosa nuestro patético “banco de proyectos” para proponer a la comunidad. ¡Puta que nos gusta votar! Como que perdura esa cosa lúdica que combina pasión apostadora, voluntad de poder y el placer de pertenencia tribal; y mientras tanto, sacamos cuentas tristes o alegres en comandos con olor a club de Tobi y a viejas Juliá, junto a una parrilla con choripanes.
En este contexto, ¿qué es lo que debemos hacer los sectores que no tenemos esa programación en nuestro ADN político? Y no porque no seamos democráticos, sino porque hemos experimentado en carne propia la manipulación y el cohecho institucionalizado de un sistema electoral hecho a la medida de los que ya sabemos (por no decir hijos de la gran…dilocuencia) y porque hemos experimentado la necesidad imperiosa del trabajo de obra, en donde precisamente debe radicar el eje de la acción política y no en la obsesión hegemonista de grupitos patógenos.
Hay un sector no santiaguino, o de regiones más periféricas, que nos estamos planteando otros desafíos en relación a generar modelos organizativos de acción, con otros formatos y soportes de modo de romper con la uniformidad de las propuestas políticas, o con la escasez de las mismas. O para decirlo en términos simbólico-gestuales: pretendemos menos puños cerrados y brazos en alto, y más manos abiertas dedicadas al trabajo liberador. Dicho en otro términos, menos “voluntad de verdad”, como decía Foucault, y más trabajo productivo. Nosotros sabemos que cualquier líder político es un tipo con problemas de personalidad, por no decir sicótico, por eso nos alejamos de ellos y de los que hablan más de la cuenta, porque ahí el virus fascista comienza a crecer. A los compañeros que hablan en jerga combatiente los tomamos como parte de una arqueología política que nos entretiene poéticamente, porque nos hace recordar a De Rokha y sus imprecaciones, aunque optamos por quedarnos con el poeta de la épica de las comidas de Chile, es decir, con la construcción de un mapa otro del territorio. Y en eso estamos.
Acá, en San Antonio, preparamos, entre otras cosas, el Primer Encuentro de Ciudades y Pueblos Abandonados de Chile, el desarrollo de un proyecto de escuela popular y la construcción de una biblioteca pública. Y múltiples actividades y formatos de acción ciudadana y popular armadas por diversos grupos de trabajo o redes de productividad. En la práctica estamos generando una imagen de ciudad Otra, sin copiar el modelo de la ciudad A, la oficial, la del Estado chileno. Nosotros, paradojalmente, obviamos y omitimos la oferta institucional. Tan simple y tan complejo como no seguir las pautas de ningún oficialismo. Puede parecer una soberbia minoritaria, pero cuando un segmento popular construye una obra válida, los que intentan manejar el mercado político aparecen ávidamente, por eso la reacción innata es la autoafirmación y la actitud defensiva o de resistencia. Y ojo, hemos seguido el paradigma de la producción de arte, aunque sin el fetichismo objetual, por cierto; por eso no podemos detenernos en conflictos menores, como los de políticos rancios. Nuestra preocupación inmediata es comer en el invierno y colaborar con nuestros vecinos para enfrentar momentos durísimos, además de los objetivos estratégicos.
Existen, como es de presumir, sujetos y grupos que enfrentan las situaciones políticas con ideologemas y dogmas, que al parecer funcionan como mantras u oraciones, añorando quizás a algún sacerdote o líder que abuse de ellos, como en el clásico catolicismo. Obviamente no es el modelo de persona que nos interesa, aunque siempre hay que estar abiertos para todos (siempre y cuando trabajen en proyectos de obra coherentes). El asunto tampoco consiste en aspirar a obtener una respuesta intelectual de primer orden a los problemas de época. Simplemente la cosa consiste en enfrentar los conflictos y los dilemas de esta modernidad con imaginación creadora, con espíritu solidario y conciencia crítica, y sobre todo, mucho trabajo manual. He ahí una ética posible del trabajo político cultural.
(Publicado en “Punto Final” edición Nº 684, 1º de mayo, 2009. ¡¡Suscríbase a PF!!) |