Astrolabio
De arte y memoria
Juan Jorge Faundes
“Voy a romper el hechizo. Voy a escribir como llora un niño, es decir: no llora porque esté triste sino que llora
para informar, tranquilamente”.
(Alejandra Pizarnik, 1966)
LOS MOLLES, Chile (Lupa Press).-Mis fotos en pelotas en la ducha haciendo simiescas morisquetas; mi parodia de vedetto en nanovideos de celular; la tertulia vallenata con el nerudiano poeta colombiano José Luis Díaz-Granados; nuestros (de Andrea y yo) recitales de poesía en La Casa en el Aire; nuestros últimos viajes (México y Alemania, ella; Colombia, Argentina, ambos…), la graduación de Pablo, mi cumpleaños con mariachis que me regaló Andrea (cantando Gabino Barrera); el destape de la botella de vino tinto Carretillero del Diablo (de la Viña Conchaesuma) cuando murió el dictador, mis collages fotográficos que gatillan mis relatos al estilo William Burroughs; todo eso y mucho más desapareció cuando uno o varios ladrones se apoderaron de nuestro notebook en el estacionamiento del Pronto Copec de Hijuelas, rumbo a una semana de veraneo en Los Molles el pasado 22 de febrero, según consta en el parte Nº56 del retén de esa localidad. En el bolso del notebook estaban además mi pasaporte, mi tarjeta Bip, nuestras tarjetas de coordenadas para transferencias bancarias, mi vieja brújula de tantas aventuras; y mi pentáculo mágico, protección esotérica que roerá la conciencia del ladrón hasta que me devuelva el maletín y todo su contenido.
DIARIO PERSONAL (Manuscrito, lapicera caligráfica, tinta negra).-¿Qué quiero realmente contar? Sin duda no es el robo; sino con el pretexto del robo mostrarme, dar cuenta de lo interesante que soy (¡Narciso!); un tipo con algo de Burroughs, otro poco de Bukowski… Me dejo en descubierto y me denuncio a mí mismo. ¿O justificarme por si el bandido de marras publica mis fotos y videos en Youtube? (¡Wena, Jota!). El objetivo ya está claro; ¿a quién podría interesarle lo que me (nos) ocurrió?
DUCHAMP Y GANDHI.- El secreto del urinario de Duchamp (pieza de arte más influyente del siglo XX según opinión de 500 críticos, galeristas y artistas ingleses, en 2004) es el de su sacada de contexto; lo que implica a su valor de uso y a su valor de cambio. Su esencia anterior era ser orinado; una extensión de la uretra; ahora es ser mirado, observado, exhibido (como me está ocurriendo tras el robo de mi notebook) con admiración. De objeto de satisfacción de un deseo animal transmutó a un objeto de satisfacción de un deseo espiritual (dejo abierta la discusión ancestral sobre la animalidad y la espiritualidad; sobre las ganas de orinar y las ganas de crear; ¿no somos una sola y misma entidad? ¿No habla sobre esto mismo que estén planificando programarles la ética de la guerra a los robots militares occidentales?). El urinario de Duchamp pasó de mercancía vulgar a mercancía artística. Antes era uno más de cientos de millones de urinarios diseminados en bares, cines, restaurantes, universidades, circos y toda la gama de espacios públicos del planeta; ahora es único, no hay otro igual; es el Urinario de Duchamp.
Lo propio ha ocurrido este verano con los lentes, las chalas y el reloj de bolsillo de Gandhi: US$ 45.000. (treinta millones de pesos) era el piso de la subasta.
En ambos casos ya no parece ser el trabajo humano el que añadiría plusvalor, sino el mercado. Pero, en el caso de Duchamp está el proceso de extrañamiento; algo habitual, común, vulgar, se hace extraño, raro, improbable, único. Y es el artista (Duchamp) quien tiene la genialidad de hacerlo. Hay pues allí (aunque no lo parezca) trabajo humano; el trabajo del artista. ¿Y en el caso de los objetos que en vida usó Gandhi? También allí está el trabajo de Gandhi que hace extraños, únicos, aquellos objetos de uso habitual. Si él no hubiera vivido como vivió; si no hubiese hecho lo que hizo; si Gandhi no hubiera sido Gandhi, sus viejas chalas usadas no tendrían mayor valor que el de un par de viejas chalas usadas; y sus gafas y su reloj, no más que el valor que un par de lentes y un reloj de bolsillo en un mercado de las pulgas. No fue aquí el consciente trabajo de un artista; sino el inconsciente y despreocupado vivir de un santo, que los hizo signo. Es decir, objetos que convocan el significado Gandhi desde lo recóndito de nuestro cerebro.
EPÍLOGO.- Arte y memoria; dos procesos a los que me llevó a reflexionar el robo de nuestro notebook. No se trata del Urinario de Duchamp ni de los objetos personales de Gandhi; ¿a quién más puede interesar su contenido? Ni al ladrón que, seguro, ya formateó todo, e inclusive lo vendió a precio de huevo (no al precio del huevo de Colón). Salvo que se trate de delincuentes no comunes interesados en una especie de caja de Pandora, como el computador de Raúl Reyes… (Demasiada paranoia, ¿no?).
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 680, 6 de marzo, 2009
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