Edición 672 - Desde el 10 al 23 de octubre de 2008
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La crisis afecta a los medios, son parte de ella. La canalizan, la amplifican, la vulgarizan como una nueva campaña del terror. La crisis financiera mundial, que ha saltado de los diarios económicos a los de información general hasta salpicar a los amarillos del chisme y del corazón, ha alcanzado hasta la televisión. Los informativos nacionales, especializados en el circo urbano y político, han incursionado en las altas finanzas. La prensa entra en la crisis, pero también entra en crisis, en su crisis. Porque es parte interesada.
Los medios de comunicación, hoy todos privados, o públicos que operan bajo criterios de mercado (de bienes, servicios, ideas e información), han sido y son los grandes publicistas del modelo económico en crisis. Un modelo que no sólo es su base de apoyo, su alimento, sino que en su conservación y ampliación se halla también su objetivo. Los medios están allí como un brazo fundamental del modelo extremo de mercado: es la conciencia del consumo, su fe diaria, el impulso cotidiano de disgregación y distracción. Es el gran circo para modelar, conducir y alienar a su audiencia, consumidor o sujeto de mercado. Estos mismos medios, que han celebrado la firma de las decenas de acuerdos comerciales, del TLC con Estados Unidos como el ingreso al mundo desarrollado, el aumento de la inversión extranjera venga de donde venga o vaya donde vaya (incluso hacia los casinos), o las enormes utilidades de la banca o las transnacionales mineras, ahora nos atemorizan por la crisis: ahora, cuando la crisis está madura, cuando el aparato financiero internacional se cae a pedazos. Y toman partido. Repiten. Sesgan. Desvían, otra vez. Porque la crisis se puede ver por la televisión. Como el fútbol, o la guerra. Transmiten “la crisis de Wall Street”, la que ocurre en otras latitudes.
Hablan de “esa”, “aquella” crisis, que ocurre en “otros” lugares. Hablan de lo que no se quiere hablar para inmovilizar, despistar, desinformar. Para que todo siga igual, para que nadie se cambie de los fondos de previsión más riesgosos a los menos riesgosos, para que se siga comprando y consumiendo, para que se siga rogando por el modelo, por el mall, por la liquidez.
Los medios transparentan su espuria función. El circo, el chisme, la tramoya estéril. ¡A su derecha, la mujer barbuda! ¡El gato de cinco patas! ¡El gigante más gigantesco...! ¡Pasen señores y señoras! ¡Aquí está la mujer más fea del mundo, la más loca, el animal más feroz! Cantinela de charlatanes. Producto de masas cuyo objetivo es controlar, adormecer, marear, inmovilizar, revolver y enredar. Y hacer negocios. Alguna vez los medios fueron canales de información, de reflexión. Aun de formación. Hoy, su función, su evidente tarea, es otra. This is show business!
Los medios en manos de la derecha pueden hoy desbancar a un ministro o a un gobierno. Esos mismos que provocaron un golpe de Estado y sostuvieron por años a la dictadura, hoy simulan graves gestos de demócratas. Abogan por la democracia en las mismas páginas en que escribieron contra ella. Un juego, una coreografía, una representación política compuesta por economía de mercado, democracia formal y pegoteada con la Constitución de Pinochet. Esta es la obra, del primero al último acto.
Pero es una comedia, una farsa, un guión rígido y pregrabado. Porque los medios no alterarán el sistema político ni el modelo económico. El espectáculo está acotado, como en el circo, el coliseo, al interior de un territorio y de una institucionalidad. Los medios, como parte de esa institucionalidad, como una faz del mercado, están allí para reforzar aquella institucionalidad.
La crisis les aterra. Nos confundirán, nos distraerán. Nos mentirán, embozada o abiertamente, según los intereses de aquella institucionalidad. Nos mantendrán quietos, narcotizados, adormecidos, pero también podrán aterrarnos. Como correas transmisoras de los más profundos intereses -¿y puede haber alguna duda de los intereses que mueven a El Mercurio, La Tercera, Chilevisión, Megavisión, Canal 13 e, incluso, a TVN?- lo que se ve, lo que se lee, es simplemente el destello, el brillo, de una voluntad más profunda. De una voluntad anclada en intereses e inversiones que desea a toda costa conducir al país a través de la crisis y no dañar: no al país, sino a sus intereses, sus inversiones.

(Publicado en Punto Final, edición Nº 672, 10 de octubre, 2008)