Edición 667 - Desde el 25 de julio al 7 de agosto de 2008
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¿POR QUÉ LOS JÓVENES NO VOTAN?

 

De un total cercano a los 10,5 millones de chilenos en condiciones de votar, casi 2,5 millones, en su mayoría jóvenes de entre 18 y 29 años, no se han inscrito en los registros electorales. A estos debe sumarse otro millón de electores -inscritos- que habitualmente se abstiene. Desde otro punto de vista, ocho de cada diez chilenos, de entre 18 y 29 años, no vota.
En las elecciones de 1989, al año siguiente del plebiscito que impidió la prolongación de la dictadura militar, el 36% de quienes votaron, pertenecían al segmento que se ubica entre 18 y 29 años. En las elecciones del año 2001, ese porcentaje bajó al 14,6%; y, este año, al aproximarse los comicios municipales de octubre, será inferior al 9%. Parece claro, entonces, que el sistema democrático vigente en Chile está sufriendo un creciente deterioro que podría, en un futuro no muy lejano, invalidar los sistemas de representación ciudadana, dejándolos al arbitrio de grupos minoritarios con el evidente riesgo de que ellos gobiernen según sean los intereses de los sectores que los eligieron.
Hasta ahora, según diversos estudios, se identifican a lo menos tres grandes razones para explicar la conducta de los jóvenes. Una, su apatía frente a los mecanismos institucionales de participación; otra, el desencanto respecto al sistema democrático vigente; y, la tercera, una profunda decepción acerca de las llamadas “elites representativas”.
A estas tres motivaciones principales se agregan otras, como la falta de identidad ciudadana, un bajísimo conocimiento del sistema político y una progresiva falta de confianza en sus conciudadanos.
Sergio Toro Maureira, investigador de Cieplan, en su estudio La inscripción electoral de los jóvenes en Chile. Factores de incidencia y aproximaciones al debate, sostiene que “debido a que la elite y los tecnócratas son los que poseen la discrecionalidad de la política pública, los jóvenes tienden a aplicar mecanismos de protesta que van desde la exigencia de sus demandas en las calles, hasta la invalidación de los sistemas representativos mediante la abstención en los procesos electorales”. Y agrega: “(…) no se trata que la no participación de los jóvenes sea por un desapego a la democracia, sino que se trata de que ellos entienden el concepto de manera muy diferente a aquél percibido por las elites”.
Numerosas encuestas e investigaciones de campo sostienen un dato relevante: los jóvenes aprecian el sistema democrático, pero rechazan cada vez más a los actores a cargo de su gestión; es decir, a los políticos y las elites que les rodean.

EL CLIENTELISMO

En el cuadro que acompaña este artículo se observa nítidamente que los jóvenes de las comunas más pobres de la Región Metropolitana son los que menos votan, con porcentajes que apenas superan el 3%, a diferencia de los jóvenes de las comunas más acomodadas, donde el porcentaje promedio de participación se aproxima al 14%. Los jóvenes que menos votan en la Región Metropolitana viven en Cerro Navia (2,91%), Lo Espejo (3,14%), San Joaquín (3,21%), San Ramón (3,40%), Pedro Aguirre Cerda (3,47%), La Pintana (3,60%) y Conchalí (3,65%). Los que más votan, viven en Lo Barnechea (19,95%), Vitacura (13,99%), Las Condes (13,60%), La Reina (10,89%), Calera de Tango (9,72%) y Providencia (9,37%).
Claramente, los jóvenes que residen en las comunas más ricas tienen mejor educación, mayor apoyo familiar, amplias redes, mejores expectativas laborales y mayor interés por participar en un sistema político que, indudablemente, los favorece. Es decir, se reproduce y se acrecienta el dominio social de los más pudientes. Al otro lado de la ciudad, en cambio, las condiciones de vida son exactamente las contrarias. Los jóvenes que allí viven no sienten ningún interés por participar en un sistema que los margina o que no les entrega posibilidades de desarrollo. Ni siquiera se ven motivados por la oferta política de los partidos y movimientos a la Izquierda de la Concertación.
Si los grupos más pobres son los que más se marginan de los procesos electorales, el accionar de los políticos se condicionará cada vez más por los deseos y necesidades de sus clientelas seguras. Se corre el riesgo, también, de que las autoridades se preocupen cada vez menos de los requerimientos y demandas de los grupos sociales que no votan.
Como el padrón electoral ha envejecido y “los viejos votan todos”, no es casualidad que las primeras promesas electorales de los candidatos, al iniciar sus campañas, apunten a programas para el adulto mayor, seguidas de todo tipo de compromisos relacionados con la protección social a ese sector etáreo. El adulto mayor es una prioridad de los postulantes a un sillón edilicio o parlamentario.

RAZONES DE FONDO

La mayoría de los cuadros dirigentes de la Concertación se formó y desarrolló bajo la dictadura militar, a través de grupos y redes semiclandestinas que desconfiaban de cualquier elemento ajeno a ellas. Hoy, muchos de sus integrantes siguen en esa actitud, vinculándose preferentemente entre ellos, reforzando sus lazos de amistad y de poder. No han podido (¿o no han querido?) salir de sus capullos e invitar a la ciudadanía a compartir la construcción de la democracia. Así, las elecciones se han transformado en un ejercicio ritual y simbólico para confirmar en las urnas a los candidatos que los mismos partidos, de uno y de otro lado, designan y que están casi automáticamente electos antes que la gente sufrague, debido a las características del sistema electoral binominal existente.
Cada cuatro años se convoca a emitir el voto. En el intertanto, nada o muy poco se hace para que la comunidad se organice y aumente su participación en la sociedad. El modelo neoliberal obstaculiza la sindicalización. En la década de los 60 y principios de los 70 del recién pasado siglo, a lo menos el 80% de los asalariados estaba afiliado a una organización sindical. Hoy, según la OIT, sólo el 12% está agrupado en sindicatos. La Central Unitaria de Trabajadores (CUT) reúne a poco más del 5% de éstos. Sólo pueden negociar colectivamente el 8% de los asalariados.
Del mismo modo, hace poco más de tres décadas, la mayoría de la población estaba organizada en gremios, juntas de vecinos, centros de madres, federaciones estudiantiles, colegios profesionales y otras organizaciones sociales. Ellas fueron protagonistas del progreso y democratización que experimentó el país desde los años 40 hasta comienzos de los 70. La dictadura militar arrasó con aquel tejido social; cuando nuevamente pudo levantarse, a mediados de los 80, fue nuevamente desarticulado por el primer gobierno de la Concertación.
Ese tejido social, a través de las familias y grupos de pares, era el que transmitía de generación en generación la importancia de participar en la vida política. Allí los muchachos aprendían lo necesario que era participar en la comunidad y organizarse para conseguir mejores niveles de vida. Eso también se reflejaba cotidianamente en los medios de comunicación, determinantes en la reproducción de normas y costumbres sociales. En la actualidad, la situación es muy distinta.
La escritora Diamela Eltit ha descrito lúcidamente la imagen pública que hoy los medios de comunicación construyen sobre los jóvenes: “(…) resulta interesante observar en qué condiciones aparecen los jóvenes en las pantallas de televisión y, desde ese lugar, qué imágenes públicas se construyen sobre ellos.
Una cantidad importante de programas de entretención se fundan en jóvenes, quienes, después de una estricta selección, llegan hasta las pantallas para competir y alcanzar el ‘éxito’. En esta incursión televisiva deben integrarse a los realities, marcados por la promoción de la violencia en el interior de la comunidad ‘panóptica’ (la vigilancia incesante) en que los encierran o, más aún, los capturan. O bien son incluidos en actividades ligadas al canto y al baile -también bajo la condición más radical de la eliminación estruendosa y humillante de concursantes-. Cada uno de estos espectáculos se funda en la ‘oportunidad’. Incluso se habla de una práctica democratizadora, por la presencia de jóvenes provenientes de diversos estratos sociales.
Sin embargo, lo que esta seudo democracia esconde es que se trata de mano de obra barata, que cada uno de estos cuerpos son desechables, intercambiables e incluso prescindibles. Que sus sueldos son abismalmente distintos a los que perciben las ‘estrellas’, y que sobre estos acotados salarios se sustentan las millonarias ganancias televisivas y los honorarios súper generosos de los conductores. Pero, básicamente, estos jóvenes fugaces no hablan. Sólo cantan, bailan o pelean.
En otro ámbito, los jóvenes deportistas capturan las pantallas, siempre con el rígido discurso de un gol que pudo o no pudo producirse. Y, cómo no, las noticias truculentas de la delincuencia que día a día copan los noticiarios y cuyos protagonistas, mudos, son mayoritariamente jóvenes y adolescentes que funcionan, simbólicamente, en tanto pedagogía del terror para la población.
Y porque los jóvenes carecen de una palabra pública que los contenga, le responden al sistema que los expropia con un gesto mudo, pero alarmantemente elocuente: no votan”. (La Nación Domingo, noviembre de 2005).

MANUEL SALAZAR SALVO

(Publicado en revista “Punto Final” edición Nº 667, 25 de julio, 2008)