Edición 653 - Desde el 7 al 20 de diciembre de 2007
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HOMENAJE
a Jorge Díaz

 

Andres Céspedes y Pablo Cerda en “Viaje a la penumbra”. Director Fernando González, Premio Nacional de Artes 2005.

El receso de la Muestra de Dramaturgia Nacional permitió al Consejo Nacional de la Cultura y las Artes recordar a Jorge Díaz, Premio Nacional de Artes 1993, fallecido en marzo pasado.
Escribió más de cien obras, pero en esta ocasión sólo cuatro subieron al escenario: Nadie es profeta en su espejo (1990), Viaje a la penumbra (1995), La cicatriz (1996)y El Quijote no existe (2006). Hubo también lecturas dramatizadas, debate y una clase magistral de Eduardo Guerrero, director de la Escuela de Teatro de la Universidad Finis Terrae.
Guerrero recorrió la trayectoria de este hombre silencioso y solitario, nacido en Rosario (Argentina), que a los cuatro años de edad viajó a Chile con su padre español y su madre vasca. Jorge Díaz Gutiérrez (1930-2007): proyectando la vida hacia la eternidad se tituló la ponencia armada a partir de diversos textos del dramaturgo. Como esta especie de declaración de principios: “Estoy lleno de ideas. Me importa un comino que el teatro esté a punto de morir de inanición y que uno escriba para las catacumbas cloacales. Me excita escribir teatro, me estimula, veo las palabras en el aire moverse como pájaros, las luces revelar gestos indescriptibles de los actores, me gusta mover como si soplara el viento las cosas entre actores y públicos y sentir la emoción como un escalofrío. ¡Es magnífico poder imaginar el teatro!”.

PRIMERA APROXIMACION
AL TEATRO

“Yo nací cuando el mundo hizo crac el año 30 y todavía no me repongo del susto” es la primera cita de Jorge Díaz que recoge Eduardo Guerrero, ironía juguetona que teñirá toda su obra teatral. A mediados de los 50, llega como actor a la compañía Ictus. Escribe sus dos primeras obras: La paloma y el espino (1956) y Ma-nuel Rodríguez (1957), “olvidadas” por el dramaturgo y que tuvieron una crí-tica desastrosa: “Desconocimiento de la técnica teatral”, “falta de vuelo poético”, “desdichadas estampas radiales”, “ínfima y burda calidad”, fue lo más suave que le dijeron.
Pero Díaz siguió escribiendo. En los 60 vieron la luz Un hombre llamado Isla y El cepillo de dientes. Fue el comienzo del primer ciclo de una creación dramática con elementos comunes, afirma Guerrero: “Situaciones absurdas, presencia del humor, personajes en situaciones límites, dialéctica vida/muerte, lenguaje poético, imaginación exuberante, resonancia de sus títulos”. El velero en la botella (1962) y El lugar donde mueren los mamíferos (1963) los estrenó con el Ictus.

UN CIUDADANO EN MADRID

Jorge Díaz desarrolló su segunda etapa dramatúrgica en Madrid, donde llegó en 1965. “Con un catalejo mágico y de largo alcance empieza a observar y a preocuparse de lo que acontece en Latinoamérica. Se sensibiliza aún más ante las desigualdades del continente”, señala Guerrero. A juicio del académico, Topografía de un desnudo (1967) tiene a la violencia como tema recurrente, un lenguaje poético para provocar un contraste, la crítica social, la religiosidad, la inmutabilidad del río turbulento como símbolo de la muerte y lo cinematográfico”. De esta etapa es Introducción al elefante y otras zoologías (1968). Después fundó el Teatro del Nuevo Mundo. “Esto me marca mucho -reveló Díaz en 1983- conozco a fondo un país (nunca conocí Chile) y me comprometo con la gente. Entro así en los problemas españoles y en el lenguaje, aunque todavía la temática era tercermundista (explotación y servidumbre)”.

NUEVOS COMIENZOS

En las décadas del los 70 y 80, recapitula Eduardo Guerrero, sitúa la tercera etapa político-social del dramaturgo. “España se va despertando de su pesadilla franquista. En cambio por estos lados, el terror llega vestido de militar. Se vislumbran violencias agazapadas y tiempos oscuros. Se entremezclan sensaciones y vivencias. Aparecen obras políticas en donde el entorno de esa sociedad española (con una guerra civil y cuarenta años de franquismo) sale a relucir. Jorge Díaz comenta: “A partir de 1973/4 ocurre una especie de paranoia. Me divido en dos. El traumatismo terrible del golpe militar chileno hace que vuelva la vista a Chile y escriba obras de cólera, urgentes, inmediatas, tratando de dar un testimonio distanciado del golpe militar, de la rabia y la impotencia. Pero al mismo tiempo sigue el proceso de españolización en temas y lenguaje”. Toda esta larga noche (1976) y La carne herida de los sueños (1978) son obras de este período.
Guerrero plantea que Díaz se había adelantado a la pesadilla militar que vivió Chile con Introducción al elefante y otras zoologías (1968), “una farsa antimilitarista y antiimperialista. Se planteaba, en clave de sátira política, la tortura, la infiltración de la CIA, la pasividad de los intelectuales, la guerrilla latinoamericana, etc.”.

LOS NOVENTA Y
EL MILENIO QUE SE INICIA

Según Eduardo Guerrero, el dramaturgo mantiene indirectamente la bandera del compromiso, a pesar de un cierto tono anárquico. Dice Díaz: “Pertenezco a la generación del 68, esas piedras rodantes en sus locos cacharros ideológicos, ácratas que descubríamos un continente/contenido en cada viaje alrededor de nuestro cerebro o nuestra bragueta”. El tema del exilio y de la pareja en situación límite se evidencian en Desde la sangre y el silencio (1980), Las cicatrices de la memoria (1984) El guante de hierro (1991).
Cuando Díaz regresa a Chile a recibir el Premio Nacional de Artes de la Representación en 1993, se reencuentra con el interés que sus obras despiertan entre los jóvenes. Algunos títulos de ese momento son De boca en boca (1993), La marejada (1997), La mirada oscura (1998), Devuélveme el rosario de mi madre y quédate con todo lo de Marx (1999), Santas, vírgenes y mártires (2000), y Canción de cuna para un anarquista (2003)

LEOPOLDO PULGAR IBARRA

 


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