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El diablo
mete la cola en la DC

EL senador Adolfo Zaldívar está acusado de aliarse con la derecha. Pero el gobierno y la Concertación, incluyendo la DC, vienen celebrando acuerdos con la derecha en todo tipo de materias, creando una suerte de co-gobierno. En la foto: celebración en La Moneda del acuerdo sobre calidad de la educación (13 de noviembre). Después vino la firma del acuerdo sobre seguridad pública (26 de noviembre), pero esta vez la derecha exigió que la presidenta Bachelet y los jefes de partidos no se tomaran de las manos.

El senador Adolfo Zaldívar Larraín, un hombre habituado a las rudezas de la política, decidió emprender una amplia ofensiva en contra de la actual directiva del Partido Demócrata Cristiano. La acusó de formar parte de una asociación ilícita vinculada a lo que denomina el “partido transversal”, que supuestamente dirigiría la Concertación, y cuyos cerebros en las sombras serían el ex presidente Patricio Aylwin y el ex ministro socialista Enrique Correa. Como si el calibre de sus acusaciones no bastara, Zaldívar agregó que la dirección del PDC sería cómplice y encubridora de delitos de corrupción ocurridos bajo los gobiernos de la Concertación.
La resuelta actitud de Zaldívar, que desafió a los que se sientan injuriados para que acudan a los tribunales, ha provocado un terremoto nunca antes visto en los 50 años de historia del PDC. Algunos trataron de compararlo con los quiebres ideológicos que significaron la renuncia de centenares de militantes que crearon el Movimiento de Acción Popular Unitario, MAPU, y luego la Izquierda Cristiana, IC, en las postrimerías de los 60, pero aquella crisis fue limpia, casi quirúrgica; la de ahora, en cambio, tiene las pulsiones y presenta la fiebre de una infección prolongada.
El líder colorín, en sucesivas declaraciones, acusó al ex presidente Patricio Aylwin de actuar emboscado y ser el verdadero responsable de los problemas que enfrenta el PDC. Culpó también a Luis Ajenjo, ex presidente de la Empresa de Ferrocarriles del Estado, ejecutivo emblemático de radio Cooperativa y concuñado de la senadora Soledad Alvear, presidenta del PDC, de estar involucrado en turbios manejos.
Estas acusaciones parecieron una provocación meditada, destinada a extremar las tensiones en el PDC y a reabrir cuentas pendientes que se arrastran en la tienda falangista desde los albores de la Concertación, e incluso antes. ¿Hasta dónde estará dispuesto a llegar el líder colorín? Esa es la pregunta que quita el sueño a muchos dirigentes del PDC.

VIEJAS RENCILLAS EN LA DC

La directiva que conduce Soledad Alvear acusó a Zaldívar de haberse aliado con la derecha en contra del gobierno de la Concertación y solicitó al Tribunal Supremo de la DC su expulsión del partido. El senador por Aisén, en tanto, respondió que él defiende valores esenciales de la DC y que recurrirá a todas las instancias posibles para hacer valer su derecho. ¿Cuál es más demócrata cristiano? ¿Zaldívar o Alvear? Y por otra parte, ¿qué es hoy ser demócrata cristiano? Son algunos dilemas de este conflicto.
Soledad Alvear llegó a la presidencia del PDC con la bendición del sector aylwinista y gracias a la máquina partidaria construida y lubricada durante más de veinte años por su esposo, el ex diputado Gutenberg Martínez. Este asumió la conducción de la Juventud Demócrata Cristiana (JDC) en las semanas siguientes al golpe militar de 1973, cuando el ex senador Patricio Aylwin Azócar presidía el partido declarado en receso por la dictadura.
En noviembre del 73, en carta enviada por Renán Fuentealba, ex presidente del PDC, a Gabriel Valdés, que trabajaba en la ONU en Nueva York, le expresaba sus aprehensiones sobre quienes se habían hecho cargo de la JDC: “Forman un grupo muy pragmático, un círculo muy estrecho, en que no dan cabida sino a quienes son sus incondicionales. Muy poco claros en sus definiciones que son ‘chuecas’. Muy ávidos en el manejo económico. El que se dirige principalmente a favorecer al grupo. Se reparten entre ellos viajes y becas al exterior. Carentes de idealismo, salvo una que otra excepción”.
Renán Fuentealba, Gabriel Valdés, Bernardo Leighton, Radomiro Tomic, Claudio Huepe, Belisario Velasco, Andrés Aylwin, Benjamín Prado e Ignacio Balbontín, entre otros dirigentes conocidos como “chascones” eran una corriente minoritaria en la DC. Tras haber condenado el golpe militar, se mostraba muy crítica al manejo partidario de Patricio Aylwin y sus más cercanos colaboradores, los llamados “guatones”.
Esas dos tendencias se mantendrían vigentes durante casi toda la dictadura. A ellas se sumó otra tendencia que inicialmente fue conocida como los “iluminados”. Una de sus cabezas visibles fue el colorín Adolfo Zaldívar Larraín. Ya en enero de 1978, luego que el ex presidente de la República, Eduardo Frei Montalva se manifestara contra la convocatoria a una consulta nacional convocada por Pinochet, el abogado Adolfo Zaldívar y otros dirigentes de la DC como Guillermo Yungue y Miguel Salazar, salieron a la calle a protestar contra la dictadura militar. El colorín Zaldívar también alcanzó notoriedad pública al presentar numerosos recursos de amparo ante las Cortes de Apelaciones en defensa de víctimas de violaciones de los derechos humanos.
En 1985, al vislumbrarse una posible salida democrática que terminara con la dictadura, chascones y guatones de la DC volvieron a enfrentarse para colocar a sus dirigentes en lugares expectantes con vistas a un futuro gobierno. La ventaja en ese tiempo la tenía Gabriel Valdés Subercaseaux, uno de los líderes de las protestas sociales, la figura más visible del PDC. No obstante, una cuidadosa operación política de los guatones logró torpedear las posibilidades de Valdés y levantar en su reemplazo a Patricio Aylwin como presidente del PDC para después designarlo como abanderado de la Concertación de Partidos por la Democracia al primer gobierno democrático.
En esa tarea, Gutenberg Martínez y sus camaradas más cercanos, cumplieron un rol fundamental, y por ello serían generosamente recompensados en los años siguientes, en las administraciones de Aylwin y de Eduardo Frei Ruiz-Tagle.
Uno de los mayores logros de Gutenberg Martínez fue transformar a su esposa, la abogada Soledad Alvear, en una destacada figura pública del PDC. Lenta pero sostenidamente Alvear fue ascendiendo en los escalones del partido hasta convertirse en la principal candidata presidencial de sus filas.

LA CAIDA EN LAS URNAS

Los devaneos del poder, sin embargo, fueron directamente proporcionales a la caída del PDC en las sucesivas elecciones de este período. Las diversas tendencias de ese partido iniciaron una cada vez más torva y dura disputa por cargos en la nueva burocracia del Estado. El llamado “pueblo demócrata cristiano” empezó a distanciarse de las dirigencias y muchos simpatizantes de la flecha roja se inclinaron por los candidatos del Partido por la Democracia (PPD), o por la derechista Unión Demócrata Independiente (UDI).
En un intento por revertir la declinante situación electoral del partido, Adolfo Zaldívar se alió con Enrique Krauss, en abril de 1997, y se enfrentaron a Gutenberg Martínez por la presidencia de la DC. Ganaron en forma estrecha y Krauss asumió la dirección del partido. En los días siguientes, Adolfo Zaldívar acusó a Patricio Aylwin:
“Aylwin actuó personal y activamente -a diferencia del presidente Frei, que no se involucró-, y es lógico que para él también sea una derrota. Pero más que eso, aquí lo que hubo fue una derrota de un estilo de hacer política. Los grandes perdedores fueron quienes detentaron el poder y los autores de esta forma de hacer política cupular, elitista, autoritaria, pragmática, tecnocrática, oligarca, que se viene dando en el país desde que impedimos la continuación del régimen militar, que es lo que algunos denominaron la ingeniería política. Junto con la democracia llegó una suerte de hacer política en que se privilegió más bien a la burocracia, la tecnocracia, y se olvidaron del militante. A esa gente que luchó por recuperar la democracia se le cerraron las puertas, no se la recibe, o la reciben y no se le ofrece asiento y a los dos minutos se comienza a mirar el reloj. Entonces esa gente no va a las asambleas del partido, las que al final mueren. Nuestra militancia estaba acostumbrada a participar. Eso es lo que hemos perdido. Existe una suerte de política fría, manejada, además, transversalmente. De continuar con esta forma de hacer política estábamos en la antesala del PRI mexicano. Porque aquí había sólo una suerte de administración de poder cupular. Repartirse cargos a través de los cupos, hacer todo entre cuatro paredes. Contra esto la gente se ha rebelado”, dijo Zaldívar hace más de diez años en un discurso que se ha actualizado.
Sin embargo, el PDC siguió en baja. En 1993 había logrado el 27,1 por ciento de los votos de diputados; en 1997, bajo al 23; y en 2001 cayó al 18,9 por ciento.
En enero de 2002, Adolfo Zaldívar ganó la presidencia del PDC con 51,6 por ciento de los votos de la Junta Nacional, compitiendo con otras dos listas encabezadas por el senador Jorge Pizarro e Ignacio Walker, que contaban con el respaldo de aylwinistas, guatones y freistas.
En los días previos a esa victoria, Adolfo Zaldívar había emitido duras críticas a lo que consideraba “límites insoportables de la tecnocracia”. Sostuvo que “(…) la estafa a Codelco con los mercados a futuro (…) y otras irregularidades, fueron mazazos para una opinión pública que vio una danza de millones en torno a determinados personeros, mientras que para las urgencias insatisfechas de la población había que respetar los equilibrios macroeconómicos y el modelo”. Agregó que “si a lo anterior sumamos los casos de abusos de poder o corrupción que se hacían cotidianos, porque siempre aparecía involucrado uno de los nuestros, estaremos llegando a la raíz de lo que nos ha ocurrido. Faltó mano dura y decisión. Y el broche de oro fueron las indemnizaciones”.
Con este discurso, Zaldívar consiguió revertir el desplome electoral del PDC y en las elecciones municipales el partido repuntó al 20,7 por ciento.
Instalado a la cabeza del PDC, contando con dos de sus principales colaboradores en puestos claves -el senador Rafael Moreno y el diputado Waldo Mora-, Zaldívar intentó poner condiciones al presidente Ricardo Lagos: “El mismo celo para apoyar la gestión del gobierno lo tendremos para exigirle sobriedad, eficiencia y capacidad (…). De nuestra lealtad nadie tiene derecho a dudar. Pero, atención, que aquello no se confunda con obsecuencia o incondicionalidad”, expresó.

CUPOS EN EL PODER

Cuando Adolfo Zaldívar llegó a la presidencia del PDC en 2002, el partido tenía una presencia más que relevante en el gobierno de Ricardo Lagos. Siete de los 17 ministros eran militantes DC; doce de los 26 subsecretarios; la mitad de los intendentes y gobernadores; casi 60 de los 172 seremis; 33 de las 70 principales embajadas de Chile estaban en sus manos; un tercio de las jefaturas de servicios; un tercio de los directores de empresas del Estado; y seis de las siete Superintendencias del país. Técnicos de la Concertación calculaban que cerca del 40 por ciento de los poco más de tres mil cargos de confianza del gobierno, estaban en manos de militantes o simpatizantes del PDC.
En ese escenario, un tanto encandilado quizás por el éxito, Adolfo Zaldívar decidió dar otro paso en su carrera política y se declaró dispuesto a ser el candidato presidencial de su partido para las elecciones de 2005, saliéndole al paso a la hasta ese momento imparable Soledad Alvear.
En el segundo semestre de 2004, los operadores del alvearismo, encabezados por Gutenberg Martínez, se abocaron a un delicado y silencioso trabajo de convencimiento, incluso entre militantes de los partidos aliados en la Concertación, para conseguir que la entonces canciller y ex ministra de Justicia llegara a La Moneda. A esos operadores se refiere Zaldívar cuando habla del “partido transversal” o del “MAPU-Martínez”, sus más enconados adversarios.
Algunos analistas creyeron identificar en ese período un acuerdo implícito entre el alvearismo y el laguismo -con la venia del aylwinismo- para apoyarse recíprocamente en las elecciones presidenciales de 2005 y 2009. En apariencia, ninguno de los dos grupos pudo prever la sorprendente arremetida de Michelle Bachelet en las encuestas lo que habría frustrado esos planes, si es que realmente los hubo.
De cualquier modo, el choque de Adolfo Zaldívar y Soledad Alvear en las internas presidenciales del PDC tuvo la magnitud de una colisión de trenes. Sólo por 48 votos entre 528 delegados a la Junta Nacional, el alvearismo se impuso sobre los colorines, aunque pocos meses después tuvo que arrear sus banderas ante la potente fuerza de Bachelet.
Luego, en enero de 2006, Soledad Alvear derrotó de modo aplastante al diputado colorín Jaime Mulet, brazo derecho de Zaldívar, en las nuevas elecciones internas del PDC. De allí en adelante, el líder colorín empezó a preparar su artillería pesada, que desde hace unos meses empezó a utilizar con consecuencias hasta ahora impredecibles.
A juzgar por sus declaraciones, el senador Zaldívar apunta esta vez su batería a los puntos más sensibles no sólo del PDC sino de la Concertación en su conjunto. Se refiere a las sospechas de corrupción a gran escala y al evidente acomodo de un importante número de los principales cuadros del oficialismo.
Al parecer Adolfo Zaldívar quiere captar el descontento ciudadano con los partidos y los políticos, en particular con el PDC. Ha reiterado que existe una camarilla que gobierna y que articula toda clase de resortes para mantenerse en el poder. El senador colorín ha insistido en el tema de la corrupción, pero se resiste a entregar nombres, salvo los de Guillermo Díaz (Transportes) y Luis Ajenjo (Ferrocarriles), este último familiar del matrimonio Martínez-Alvear. Si cambia de opinión y Zaldívar comienza a dar nombres y a entregar antecedentes, más vale que a muchos ese momento los pille confesados

MANUEL SALAZAR SALVO

 

(Publicado en “Punto Final” Nº 653, 7 de diciembre de 2007)

 

 

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