Demócratas y republicanos en EE.UU.
Mortalmente
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Autor: HERNAN SOTO
John F. Kennedy, Richard Nixon, Jimmy Carter, George Bush, padre
El triunfo de los demócratas en las elecciones del 7 de noviembre de 2006 en Estados Unidos fue un duro golpe para el presidente George W. Bush. El partido republicano perdió la mayoría en la Cámara de Representantes y en el Senado. Aunque las causas del fracaso parecen más ligadas a la situación económica y a la inseguridad que preocupa a los ciudadanos, no hay duda que jugó un papel importante la guerra de Iraq, convertida en terrible atolladero para los militares norteamericanos. A las pocas horas del triunfo demócrata, el presidente Bush hizo renunciar a Donald Rumsfeld, secretario de Defensa y principal “halcón” de su gobierno. Es probable que en este nuevo cuadro político se produzca la retirada de las tropas estadounidenses de Iraq, paso indispensable para la paz en la región, retirada que no será inmediata, e incluso demandará nuevos contingentes para asegurarla.
La victoria demócrata despertó en algunos sectores la esperanza de un cambio progresista en Estados Unidos. Convencidos de que los demócratas son la antítesis de los republicanos -conservadores, neoliberales y belicistas-, necesariamente deberían ser partidarios de políticas sociales, defensores de los derechos civiles, impulsores del entendimiento pacífico entre los Estados y hasta críticos de las políticas neoliberales. Hay, sin embargo, poco espacio para esas expectativas.
George W. Bush seguirá gobernando y junto con él el lobby petrolero; mantendrá el control del Congreso gracias al poder que le otorga el veto presidencial y hará algunos cambios cosméticos para evitar que en las próximas elecciones los republicanos sufran una derrota catastrófica. Lo favorece el hecho de que ni demócratas ni republicanos constituyen partidos homogéneos y disciplinados. Hay una permanente negociación entre ellos y el presidente, e influyen en ella intereses de todo tipo, tradiciones culturales y religiosas, influencia de las minorías y de los lobbistas, que difuminan las líneas de separación y mezclan los perfiles de ambos partidos. Es probable, por lo mismo, que se acentúen los entendimientos bipartidarios respecto de los temas relevantes.
Desde comienzos del siglo XX, los demócratas han sido más progresistas que los republicanos debido a su mayor cercanía con los sectores populares y las minorías y su apertura valórica y religiosa. Eso no significa que cuestionen el sistema. Mientras los republicanos se esfuerzan por optimizar el funcionamiento del capitalismo a fin de que asegure mayores ganancias a las grandes corporaciones y mantienen una impronta tradicional que se asocia a los orígenes de Estados Unidos y a los wasp (blancos, anglosajones, protestantes), los demócratas quisieran hacer al sistema más eficiente y, al mismo tiempo, menos despiadado. A partir del gobierno de Ronald Reagan (1981-1989) se ha impuesto la ideología neoliberal, compartida por demócratas y republicanos tanto interna como externamente. Un ex consejero del presidente George Bush padre, señaló: “El objetivo de la política exterior norteamericana es trabajar con otros actores que compartan las mismas ideas, para mejorar el funcionamiento del mercado y reforzar el respeto por sus reglas fundamentales. Si es posible, de buen grado, pero si es necesario, por medio de la coerción”. Para ello se utiliza el modelo neoliberal -viabilizado por el FMI, el Banco Mundial, la OMC y otros organismos- y el poderío militar de la superpotencia hegemónica.
Un partido curioso
En sus antecedentes históricos, el Partido Demócrata se vincula al movimiento anticonservador que llevó a la Casa Blanca al general Andrew Jackson en 1829, y lo reeligió en 1833. Hizo un gobierno con rasgos populares, considerado determinante en la formación de la democracia norteamericana. En política exterior mostró voluntad expansionista apoyando la independencia del territorio de Texas, entonces parte de México, con el propósito de anexarlo después a Estados Unidos. Eso ocurrió en el gobierno de James K. Polk, presidente demócrata que declaró la guerra a México y le impuso el tratado de Guadalupe Hidalgo (1848) que cedió a Estados Unidos California, Nuevo México, Texas y Arizona.
En los años siguientes, los demócratas se hicieron fuertes en el sur y apoyaron la esclavitud. Mientras, en el norte respaldaban a la Unión e impulsaban mejoramientos para los pobres. Durante la guerra civil, los demócratas sureños lucharon en las filas secesionistas mientras los del norte combatían en las tropas yanquis y respaldaban al presidente Abraham Lincoln, republicano. Al término del conflicto, los demócratas quedaron muy debilitados. Resurgieron en el sur cuando se restableció el derecho a voto de los blancos secesionistas. Los demócratas ganaron -manipulándolas- casi todas las elecciones durante cerca de un siglo. Los republicanos no tenían cabida en el “sólido sur”.
Solamente a fines del siglo XIX los demócratas llegaron nuevamente a la presidencia de Estados Unidos, con Grover Cleveland. Gobernó dos períodos no consecutivos: a partir de 1885 y desde 1893. Fue un buen gobernante. Enfrentó a los poderosos consorcios de los ferrocarriles y rebajó los aranceles proteccionistas, con lo que contribuyó al mejoramiento de los niveles de vida de la población. Poco después de Cleveland, triunfó otro presidente demócrata, Woodrow Wilson, que hizo un gobierno trascendente. Condujo a Estados Unidos durante la primera guerra mundial, en la que se involucró hacia el final. Ante el debilitamiento de los derrotados imperios centrales de Europa y el agotamiento de Gran Bretaña, emergió Estados Unidos como potencia mundial. Wilson dictó leyes laborales en favor de las mujeres, estableció el impuesto a la renta, creó instancias antimonopolios y el Banco de la Reserva Federal. Impulsó el Tratado de Versalles y la formación de la Liga de las Naciones, a la que, paradojalmente, no ingresó Estados Unidos.
Franklin Délano Roosevelt fue el presidente más relevante del siglo XX. Sacó a Estados Unidos de la crisis de 1929, que amenazó la estabilidad de la nación. Gobernó durante la segunda guerra mundial, que terminó con la victoria de los aliados -Gran Bretaña, Francia, China, Estados Unidos y la Unión Soviética- sobre el Eje nazi-fascista compuesto por Alemania, Italia y Japón. Desarrolló el poderío nuclear, convirtiendo a Estados Unidos en la primera potencia del mundo. Dio un sello social a su administración y apoyó la intervención del Estado en la economía. Impulsó la creación de Naciones Unidas y participó en los acuerdos de Yalta. Durante su gobierno no hubo intervenciones armadas de Estados Unidos en América Central y el Caribe. Murió en 1945, poco antes que terminara la guerra.
LA BOMBA ATOMICA
Lo sucedió el vicepresidente Harry S. Truman, que dio un vuelco hacia una política agresivamente anticomunista. Truman ordenó la utilización de la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki y desencadenó la guerra fría para detener el avance soviético y el surgimiento de gobiernos de Izquierda en Europa y otros continentes. Promovió alianzas y pactos de defensa, como la Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otan) y en América Latina, el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (Tiar). En el gobierno de Truman estalló la guerra de Corea, que significó la muerte de decenas de miles de norteamericanos y de cientos de miles de coreanos y chinos. En América Latina, Truman favoreció a las dictaduras militares.
El gobierno de John F. Kennedy, elegido en 1961, entusiasmó a gran parte de los norteamericanos, especialmente a los jóvenes, a los postergados y discriminados y a los intelectuales. Su asesinato en 1963 significó la muerte de una esperanza. Kennedy, sin embargo, no se alejó de las líneas centrales de la política norteamericana, defensora del capitalismo y enemiga del comunismo y la Unión Soviética. Incrementó la participación en la guerra de Vietnam, y en América Latina autorizó la invasión a Cuba por Bahía Cochinos. Promovió la Alianza para el Progreso y la creación de los Cuerpos de Paz, compuestos por jóvenes norteamericanos para detener los avances de la Izquierda y la influencia de la revolución cubana.
Lyndon B. Johnson, que sucedió a Kennedy, endureció la mano. Dispuso más tropas y mayores bombardeos en Vietnam, invadió República Dominicana y promovió dictaduras en América Latina. Asimismo, apoyó el golpe militar anticomunista en Indonesia que costó medio millón de muertos.
CARTER Y CLINTON
Jimmy Carter, que en 1977 sucedió a Gerald Ford, republicano, que sustituyó a Nixon luego del escándalo de Watergate, marcó un giro. Defendió (…)
(Este artículo se publicó completo en la edición impresa de "Punto Final" Nº 633, 26 de enero de 2007)
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