Edición 633 - Desde el 26 de enero al 8 de marzo de 2007
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Demócratas y republicanos en EE.UU.

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Autor: HERNAN SOTO

John F. Kennedy, Richard Nixon, Jimmy Carter, George Bush, padre

 

El triunfo de los demócratas en las elecciones del 7 de noviembre de 2006 en Estados Unidos fue un duro golpe para el presidente George W. Bush. El partido republicano perdió la mayoría en la Cámara de Representantes y en el Senado. Aunque las causas del fra­caso parecen más ligadas a la situación eco­nómica y a la inseguridad que preo­cupa a los ciudadanos, no hay duda que jugó un papel importante la guerra de Iraq, convertida en terrible atolladero para los militares norteamericanos. A las pocas horas del triunfo demócrata, el presidente Bush hizo renunciar a Donald Rumsfeld, secretario de Defensa y principal “halcón” de su gobierno. Es probable que en este nuevo cuadro político se produzca la re­ti­rada de las tropas estadounidenses de Iraq, paso indispensable para la paz en la re­gión, retirada que  no será inmediata, e incluso de­mandará nuevos contingentes para ase­gu­rar­la.
La victoria demócrata despertó en al­gunos sectores la esperanza de un cambio progresista en Estados Unidos. Conven­cidos de que los demócratas son la antí­tesis de los republicanos -conservadores, neoliberales y belicistas-, necesariamente deberían ser partidarios de políticas so­ciales, defensores de los derechos civiles, impulsores del entendimiento pacífico entre los Estados y hasta críticos de las políticas neoliberales. Hay, sin embargo, poco espacio para esas expectativas.
George W. Bush seguirá gobernando y junto con él el lobby petrolero; man­tendrá el control del Congreso gracias al poder que le otorga el veto presidencial y hará algunos cambios cosméticos para evitar que en las próximas elecciones los republicanos sufran una derrota catas­tró­fica. Lo favorece el hecho de que ni demó­cratas ni republicanos constituyen par­tidos homogéneos y disciplinados. Hay una permanente negociación entre ellos y el presidente, e influyen en ella in­te­re­ses de todo tipo, tradiciones culturales y religiosas, influencia de las minorías y de los lobbistas, que difuminan las líneas de separación y mezclan los perfiles de am­bos partidos. Es probable, por lo mis­mo, que se acentúen los entendimientos bipar­tidarios respecto de los temas rele­vantes.
Desde comienzos del siglo XX, los de­mócratas han sido más progresistas que los republicanos debido a su mayor cer­canía con los sectores populares y las mi­norías y su apertura valórica y religiosa. Eso no significa que cuestionen el sistema. Mientras los republicanos se esfuerzan por optimizar el funcionamiento del capi­talismo a fin de que asegure mayores ga­nancias a las grandes corporaciones y man­tienen una impronta tradicional que se asocia a los orígenes de Estados Unidos y a los wasp (blancos, anglosajones, pro­tes­tantes), los demócratas quisieran hacer al sistema más eficiente y, al mismo tiem­po, menos despiadado. A partir del go­bierno de Ronald Reagan (1981-1989) se ha impuesto la ideología neoliberal, compartida por demócratas y repu­bli­ca­nos tanto interna como externamente. Un ex consejero del presidente George Bush padre, señaló: “El objetivo de la po­lítica exterior norteamericana es trabajar con otros actores que compartan las mis­mas ideas, para mejorar el funcionamien­to del mercado y reforzar el respeto por sus reglas fundamentales. Si es posible, de buen grado, pero si es necesario, por me­dio de la coerción”. Para ello se utiliza el modelo neoliberal -viabilizado por el FMI, el Banco Mundial, la OMC y otros organismos- y el poderío militar de la superpotencia hegemónica.

Un partido curioso

En sus antecedentes históricos, el Par­ti­do Demócrata se vincula al movimiento anticonservador que llevó a la Casa Blanca al general Andrew Jackson en 1829, y lo reeligió en 1833. Hizo un gobierno con rasgos populares, considerado determi­nante en la formación de la democracia norteamericana. En política exterior mos­tró voluntad expansionista apoyando la independencia del territorio de Texas, en­tonces parte de México, con el propósito de anexarlo después a Estados Unidos. Eso ocurrió en el gobierno de James K. Polk, presidente demócrata que declaró la guerra a México y le impuso el tratado de Guadalupe Hidalgo (1848) que cedió a Estados Unidos California, Nuevo Mé­xico, Texas y Arizona.
En los años siguientes, los demócratas se hicieron fuertes en el sur y apoyaron la es­clavitud. Mientras, en el norte respal­daban a la Unión e impulsaban mejora­mientos para los pobres. Durante la gue­rra civil, los demócratas sureños lucharon en las filas secesionistas mientras los del norte combatían en las tropas yanquis y respaldaban al presidente Abraham Lin­coln, republicano. Al término del con­flicto, los demócratas quedaron muy de­bilitados. Resurgieron en el sur cuando se restableció el derecho a voto de los blan­­cos secesionistas. Los demócratas ganaron -manipulándolas- casi todas las elecciones durante cerca de un siglo. Los republi­canos no tenían cabida en el “só­lido sur”.
Solamente a fines del siglo XIX los demócratas llegaron nuevamente a la pre­sidencia de Estados Unidos, con Gro­ver Cleveland. Gobernó dos períodos no con­secutivos: a partir de 1885 y desde 1893. Fue un buen gober­nante. Enfrentó a los poderosos consor­cios de los ferro­carriles y rebajó los aran­celes proteccionistas, con lo que contri­buyó al mejoramiento de los niveles de vida de la población. Poco des­pués de Cle­veland, triunfó otro presiden­te demó­crata, Woodrow Wilson, que hi­zo un gobierno trascendente. Condujo a Esta­dos Unidos durante la primera guerra mundial, en la que se involucró hacia el final. Ante el debilitamiento de los derro­tados imperios centrales de Europa y el agotamiento de Gran Bretaña, emergió Estados Unidos como potencia mundial. Wilson dictó leyes laborales en favor de las mujeres, estableció el impuesto a la renta, creó instancias antimonopolios y el Banco de la Reserva Federal. Impulsó el Tratado de Versalles y la formación de la Liga de las Naciones, a la que, para­do­jalmente, no ingresó Estados Unidos.
Franklin Délano Roosevelt fue el pre­sidente más relevante del siglo XX. Sacó a Estados Unidos de la crisis de 1929, que amenazó la estabilidad de la nación. Go­bernó durante la segunda guerra mundial, que terminó con la victoria de los aliados -Gran Bretaña, Francia, China, Estados Unidos y la Unión Soviética- sobre el Eje nazi-fascista compuesto por Alemania, Italia y Japón. Desarrolló el poderío nu­clear, convirtiendo a Estados Unidos en la primera potencia del mundo. Dio un sello social a su administración y apoyó la intervención del Estado en la econo­mía. Impulsó la creación de Naciones Uni­das y participó en los acuerdos de Yalta. Durante su gobierno no hubo in­tervenciones armadas de Estados Unidos en América Central y el Caribe. Murió en 1945, poco antes que terminara la guerra.

LA BOMBA ATOMICA

Lo sucedió el vicepresidente Harry S. Truman, que dio un vuelco hacia una política agresivamente anticomunista. Truman ordenó la utilización de la bom­ba atómica en Hiroshima y Nagasaki y desencadenó la guerra fría para detener el avance soviético y el surgimiento de go­biernos de Izquierda en Europa y otros continentes. Promovió alianzas y pactos de defensa, como la Organización del Tra­tado del Atlántico Norte (Otan) y en América Latina, el Tratado Interame­ri­cano de Asistencia Recíproca (Tiar). En el gobierno de Truman estalló la guerra de Corea, que significó la muerte de de­cenas de miles de norteamericanos y de cientos de miles de coreanos y chinos. En América Latina, Truman favoreció a las dictaduras militares.
El gobierno de John F. Kennedy, ele­gido en 1961, entusiasmó a gran parte de los norteamericanos, especialmente a los jóvenes, a los postergados y discrimi­nados y a los intelectuales. Su asesinato en 1963 significó la muerte de una espe­ranza. Kennedy, sin embargo, no se alejó de las líneas centrales de la política nor­teamericana, defensora del capitalismo y enemiga del comunismo y la Unión So­viética. Incrementó la participación en la guerra de Vietnam, y en América Latina autorizó la invasión a Cuba por Bahía Cochinos. Promovió la Alianza para el Progreso y la creación de los Cuerpos de Paz, compuestos por jóvenes norteame­ricanos para detener los avances de la Iz­quierda y la influencia de la re­volución cubana.
Lyndon B. Johnson, que sucedió a Ke­nnedy, endureció la mano. Dispuso más tropas y mayores bombardeos en Viet­nam, invadió República Dominicana y promovió dictaduras en América La­tina. Asimismo, apoyó el golpe militar antico­munista en Indonesia que costó medio millón de muertos.

CARTER Y CLINTON

Jimmy Carter, que en 1977 sucedió a Gerald Ford, republicano, que sustituyó a Nixon luego del escándalo de Water­gate, marcó un giro. Defendió (…)

 

(Este artículo se publicó completo en la edición impresa de "Punto Final" Nº 633, 26 de enero de 2007)


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