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Gonzalo Valenzuela
Cuatro días de furia
El
entusiasmo y las ganas de contar se le escapan. Tiene razón: pocas
veces un actor se puede dar el gusto de trabajar con sus amigos de siempre.
Más aún si hacer este montaje, como dice Gonzalo Valenzuela,
equivale a abrir una puerta hacia un mundo que deslumbra.
Splendid, de Jean Genet, desafía a este grupo de actores que tiene
a Felipe Hurtado como director, y un elenco que integran otras tres conocidas
figuras de la televisión (Benjamín Vicuña, Diego
Muñoz y Alvaro Espinoza) junto a Sebastián de la Cuesta
y Marcial Tagle.
Estos actores de la tele, que por convicción incursionan cada cierto
tiempo en la escena teatral, vestirán elegantes trajes de gangsters
(diseño de Taira Court) y contarán qué significa
para estos “perros de la calle” vivir, luego de un asalto,
cuatro días de furia encerrados en un hotel, cercados por la policía
y los medios de prensa.
Valenzuela, que se hizo conocido por su rol de “El Manguera”
en Sinvergüenzas, el exitoso montaje comercial que dirigió
Liliana Ross, será Ritton. Su tarea: empeorar las cosas entre los
delincuentes, hasta el extremo. Y ayudar a que las dos horas de vida que
les quedan sean las más terribles y crueles y, paradojalmente,
las más verdaderas.
Pero el actor y su grupo no quiere convertir este montaje en una historia
sobre pandilleros, ni a la acción en su principal soporte. Gonzalo
valora que el propio Jean Genet (1910-1986) haya alejado a sus personajes
del estereotipo gangsteril para mostrarlos en toda su complejidad individual.
En obras como Las sirvientas, El balcón, Los negros, y a través
del violento microcosmos que los asaltantes generan en Splendid, el dramaturgo
francés expone su visión de los hombres y la sociedad. “Repudié
un mundo que me había repudiado”, dijo una vez este autor,
que se convirtió en ladrón como una forma de responder a
la acusación de robo que, siendo inocente, sufrió a los
diez años de edad.
El novelista y también poeta fue abandonado por sus padres. Pasó
gran parte de su juventud en una correccional. En 1943, después
de ser encarcelado por robo, empezó a escribir obras que reflejaban
sus experiencias en prisión y en donde examina visceralmente a
los oprimidos y a los opresores. Sus personajes, reclutados entre homosexuales,
prostitutas, ladrones y proscritos, expresan la desesperación y
soledad de un hombre enemigo frontal de toda forma de poder.
REVELACIONES Y CONTRARREVELACIONES
“Cada personaje de Splendid tiene algo de Genet”,
comenta Gonzalo Valenzuela sobre el carácter autobiográfico
que advierte en el texto de este dramaturgo trasgresor.
“La obra es de los años 50, pero para nosotros puede ser
de ayer o de hoy. Gonzalo Henríquez hizo la traducción y
tratamos de no caer en chilenismos. Conservamos los nombres de cada personaje
(Jean, Ritton, Scott, etc.) y hay muy poco garabato. La palabra es el
arma, y la violencia va a través del discurso. Para Genet los personajes
nunca se tocan, pero para nosotros el lenguaje corporal también
sirve”.
“Splendid” hace recordar a “Perros de la calle”
y “Tarde de perros”, películas que revelan un perfil
personal y social. ¿Ocurre lo mismo con el montaje?
“Aquí se parte desde una situación límite,
a cuarenta de fiebre. Llevan cuatro días en el hotel, el caos es
total. Tenían a una norteamericana como rehén y la mataron,
por lo que no tienen con qué negociar. Uno de los personajes decide
cortar los puentes: el ‘cobarde’ del grupo por primera vez
toma la decisión de hacer algo y decide que todos caigan juntos”.
¿Dónde apunta la crítica?
“No estamos preocupados de hacer una crítica, sino de reflejar
el mundo de Genet: que la crueldad salva. Aquí todos hacen lo que
nunca han hecho y revelan su verdadera identidad, lo que realmente son.
También está el goce de ver al otro derrumbándose,
de saber que se va a morir”.
¿Qué salida propone su personaje?
“Ritton es el sublevado, el más violento. Es un peligro.
Para él, empeorar las cosas es la manera de salvarse. Dice al grupo
que no son una banda, que todos somos individuos. Obliga a los otros a
entrar en un conflicto que ayudará a sacar más verdad. Dirá
que el jefe no merece ser jefe y, travestido, terminará siendo
la norteamericana. Es el punto final. El travestismo de Genet revela todo
esto. Los personajes son como un guante dado vuelta. Nos revelan que son
seres miserables, comunes y corrientes”.
PESOS Y CONTRAPESOS
¿Le pesó haber sido El Manguera en “Sinvergüenzas”?
“No. En un minuto fue complicado. Tomé la decisión
de hacer Sinvergüenzas cuando estaba egresando con Morir, un montaje
de Alfredo Castro, junto a mi gran amigo y compañero de curso Juan
Pablo Ogalde. Era raro para la gente de la escuela, época en la
que uno tiene más prejuicios sobre el teatro comercial... Después
se va entendiendo que se puede actuar en todo, haciéndolo bien.
Uno no deja de lado sus opiniones por hacer teatro comercial. Sinvergüenzas
fue una tremenda experiencia. Hacer comedia es muy difícil y recorrer
todo Chile a teatro lleno es algo maravilloso”.
Con “Splendid” no tendrá esa masividad.
“Es otra cosa. Tengo 26 años y mientras más pueda
hacer, mejor: teatro comercial, teatro más político, danza,
dramaturgia corporal, acrobacia, televisión, cine. Mientras más
géneros abarque mejor actor seré. Hoy no hago teatro comercial
porque estoy en la televisión. Con Sinvergüenzas ganamos buena
plata. Con Morir y Eduardo II no ganamos ni un peso. Ahora estoy en esta
obra de Genet, que es un autor muy especial. En el elenco hay cabros de
la tele...”
¿Eso puede ayudar?
“O perjudicar. No me gustaría estar en medio de la obra y
escuchar ‘mijito riiiicooo’ o ver el flash de las fotos como
ocurría en Sinvergüenzas. Splendid no se presta para eso.
Sinvergüenzas, después de todo, tenía un discurso sobre
la cesantía...”
Creo que eso ni se notaba...
“Sí, pero se presentó en un minuto en que en Chile
hubo bastante cesantía. Había un discurso, aunque lo pasaran
a llevar los chistes y uno no fuera capaz de hacer la catarsis y ahondar
en el tema”.
¿Tiene claridad entre una y otra alternativa?
“Sí. He tenido la posibilidad de hacer teatro comercial y
del otro. Sé también que al estar en una obra comercial
hay un boom: todo el mundo lo sabe. Podríamos habernos juntado
los del elenco de Splendid y hacer Sinvergüenzas 2, mostrar el poto
y tal vez llenaríamos un estadio...”
¿Por qué no lo hacen?
“Porque no nos interesa. En la televisión ya estamos expuestos.
Si un arquitecto diseña un condominio lo hace, lo mejor posible.
Pero si diseña su casa son otras las ganas y el amor que pone...
Hacer condominio es como estar en televisión: hay reglas bien definidas,
un género; pero hacer Splendid es como hacer la casa de uno. Es
una necesidad, que parte por juntarse con los amigos no para comer un
asado o tomar cerveza, sino para hacer el teatro que queremos hacer. Estudié
teatro porque quería hacer ‘para algo’. Por ahora estoy
investigando en diversos géneros. Espero poder dedicarme después
a lo que sea más atractivo para mi alma. Llevo apenas tres años
trabajando y he hecho de todo”.
¿Rechaza los programas de farándula?
“No tengo ningún interés de estar allí ni tengo
nada que aportar. Ya no me invitan porque saben que no voy”.
¿Los encuentra decadentes?
“No, por algo existen. En todo caso creo que la prensa tiene que
abordar más temas. Estuve en España y vi hasta qué
punto se meten en la vida de las personas. Es terrible y patético.
Ojalá que esa máquina no llegue a Chile, porque uno va a
tener que aislarse nomás”.
CON PIPA EN MANO
Las obras de teatro tocan áreas sensibles de la
sociedad y de las personas.
“Y a cada uno lo tocan de manera distinta, eso es lo rico”.
En Eduardo II, la homosexualidad...
“Eduardo II (2001), que dirigió Amilcar Borges, habla de
un rey enamorado del hijo de un carnicero. Fue una obra muy bien trabajada
que mostró la belleza física de los hombres. ¡Bien!
¡Encantado de hacerla! Es una historia de amor, no una historia
gay, porque el amor existe en muchas partes. Me gustó que algunos
espectadores se hayan ido molestos. Me encanta esa agresión con
arte, con belleza. Ese es el objetivo del teatro. Allí no había
insultos, solamente sutilezas que hieren sólo a los homofóbicos”.
En “Hippie” fuma marihuana.
“Aparecer fumando marihuana en pipa, debe ser muy agresivo para
cierto tipo de gente. ¡Pero es real! Hay mucha gente que fuma marihuana
y ya no es un tema de escándalo”.
¿Se le hace propaganda, al incluirla en una teleserie?
“No, no. Simplemente está. Lo mismo que el homosexualismo
en Eduardo II. En la teleserie se podría ser muy moralista, pero
si estamos hablando de los años 60, los personajes simplemente
fuman y no se detienen sólo en la pipa. Encuentro que eso es bueno
mostrarlo. ¡Es real! Creo que hay un grado mínimo de subversión
allí”.
Y amor libre...
“Claro, mi personaje va evolucionando, se desencanta con las mujeres,
con la mamá, le hace propaganda al amor libre, pero vamos a ver
qué pasa. Hay que considerar que es una teleserie, en un canal
católico que ven niños. El género no permite hacer
nada más. Si se pretende más, hay que hacer cine”.
¿No le incomoda o preocupa esa limitación?
“No. Yo trato de hacer ‘política’ desde mí
y defender las cositas que puedo defender como actor. Si me encuentro
con textos moralistas, no los digo, los cambio, lo converso con el director.
No voy a hacer propaganda para ningún lado, sólo mostrar
la realidad y cada uno sacará su conclusión. En Machos se
decía que con Adán, mi personaje, se tocaba el tema de la
virginidad como opción religiosa. ¡Pero no! En ese caso la
virginidad era consecuencia de un trauma que había experimentado
cuando su papá lo llevó a una casa de putas. El seudo machismo
que había en esta conducta era algo que me interesaba tocar como
actor. Eso le dice mucha más a la gente. ¡No vengamos a darle
otro sentido!”
Vienen las elecciones municipales y dos millones de jóvenes no
se han inscrito...
“Creo que deberían estar todos inscritos porque da derecho
a opinar. Así de simple. Si somos los jóvenes quienes vamos
a gobernar las ideas, hacer arte, tenemos que estar encima, no podemos
hacerle el quite. Si a uno no le gusta cómo está el sistema
hoy día, hay dos opciones: aislarse, y es válido, o alegar.
Pero si alegas tienes que hacer algo. Nosotros hacemos teatro y le metemos
opinión. Es una responsabilidad hacerse cargo de lo que me gusta
y de lo que no me gusta”.
¿Cómo se explica esa indiferencia?
“Como generación, vivimos una etapa bien difícil en
el país. Somos hijos de una política del miedo. Nuestros
padres fueron silenciados. Había toque de queda constante, se perdió
la tolerancia. Siento que vengo de una generación dormida, a la
que le cuesta defender su ideal o su opinión. Nos cuesta defender
nuestra opinión porque nos hicieron callar mucho, cuando chicos.
Nuestros padres nos decían ‘no vayas a decir tal cosa en
el colegio, porque algo puede pasar’. Nosotros nacimos de eso. Después
uno toma sus propias opciones”.
¿Lee la prensa?
“Cada vez me hace más mal leerla”.
¿Qué es peor: las torturas de EE.UU. a los presos iraquíes
o el degollamiento de un estadounidense como respuesta?
“Una cosa es consecuencia de la otra. Las dos son igual de horribles.
El poder es lo más cerdo que hay”.
¿Lo agobia mucho eso?
“¡Oh! Produce una angustia aquí (se toca el pecho)”
(Matucana 100. Estreno: 9 de junio).
LEOPOLDO PULGAR I.
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