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Historiadora Diana Veneros

La mujer chilena


Aunque es autora de una documentada y polémica biografía de Salvador Allende -destinada a ser referencia ineludible para futuros estudiosos-, no es la historia política ni social el centro de la preocupación académica de la profesora Diana Veneros Ruiz-Tagle.
Trabajó en las universidades de Antofagasta y Metropolitana de Ciencias de la Educación. Es académica de la Universidad Diego Portales y ocupa el cargo de decana de Humanidades. Doctora en historia por la Universidad de Brandeis (Ph.D.), Estados Unidos, es también especialista en psicohistoria. Conversamos con ella sobre temas de género y acerca de la identidad nacional.
“Me atrae el proceso de develar a las mujeres, tratando de rescatarlas desde lo oculto, no en el sentido de que hayan sido víctimas de una conspiración de historiadores mañosos que obliteraban deliberadamente a las mujeres, sino rescatarlas desde el marco del establishment historiográfico, que determinó en los siglos XIX y XX lo que era y no era importante en historia. Quiero decir que no ha habido una confabulación expresa, sino una actitud que corresponde a las formas de sociedad y la mirada de entonces, que hacía que las mujeres no fueran vistas en su verdadera importancia”.
¿Cuáles son los momentos culminantes de la historia de las mujeres en Chile?
“Hay determinados hitos a partir de la segunda mitad del siglo XIX, de acuerdo a la expansión de la educación, que era un objetivo general del Estado decimonónico. Destaco, por ejemplo, la creación de la Escuela Normal de Preceptoras, la promulgación del decreto Amunátegui, el ingreso de la mujer a la educación profesional y técnica... Las mujeres van ubicándose en nuevas posiciones en la sociedad y darán luz al trabajo femenino, un tema controversial si nos situamos en la órbita de decidir si el trabajo ha facilitado o no la liberación de la mujer. El trabajo ligado a la educación, el trabajo calificado, aportará al proceso de apertura de espacios para las mujeres. Allí se insertará el feminismo característico de la primera mitad del siglo XX, que se levanta sobre los logros anteriores y producirá frutos importantes entre 1920 y 1940, culminando en 1949 con el voto femenino en las elecciones presidenciales. Se produce un movimiento feminista muy intenso, impulsado principalmente por mujeres laicas. De manera un tanto accesoria hay participación de mujeres católicas, que pasarán del concepto de caridad tradicional a un espíritu más reivindicativo, en particular ligado a la situación del binomio madre-hijo”.
¿Qué papel juega en el desarrollo de la conciencia femenina la organización de las mujeres trabajadoras y el papel cumplido por ellas en el norte: en las salitreras y en los puertos del norte grande?
“Creo que falta mucho por estudiar. Hay trabajos interesantes pero insuficientes. Faltan articulaciones y síntesis. En la zona salitrera hubo un rico tráfico de ideas de impronta anarquista, al comienzo, ligadas al movimiento obrero naciente. Belén de Sárraga fue la figura relevante, no la única; incluso funcionaron centros femeninos que llevaron su nombre. Muchos temas femeninos se abordaron en la prensa obrera e incluso, hubo prensa obrera femenina.
Miles de pampinos con sus familias se desplazaron al centro del país después de la masacre de la Escuela Santa María y después de la crisis de la primera guerra mundial. Su regreso -de alguna manera- tuvo sincronización con el nacimiento del partido cívico-femenino.
Debe haber existido -pienso- un elemento residual de las organizaciones femeninas del norte y de las mujeres que allá se formaron en la sorprendente creación de centros provinciales del Memch, en los años 30”.

EL PESO DE LA NOCHE

¿Qué tema trabaja actualmente en historia de género?
“Trabajo en esclarecer cuánto cambiaron las mujeres. Es decir, qué estaba pasando entre 1920 y 1950 y qué pasaba a fines de los 50, cuando las mujeres ya habían conquistado el voto en todas las elecciones, educación y formas de organización. Cómo se combinan estos elementos modernos y democráticos con la tradición, que seguía siendo muy fuerte. Reviso también revistas de la época -Eva, Rosita, Margarita-. Son tradicionales, pero impulsan aparentemente el cambio para que todo no cambie: ‘Seamos modernas pero no tanto’, es una frase literal, dentro de la idea de que debemos darle a la mujer todos los derechos, pero no la emanciparemos de ninguno de sus deberes. Esa es como la quintaesencia del nuevo trato hacia las mujeres, que nos persigue hasta hoy”.
Es impresionante la fuerza del pasado, “el peso de la noche”, ligado a un bloque de dominación poderoso y hábil...
“Sin duda. Y en el cual funcionan instituciones como la Iglesia Católica, que hasta hoy tiene mucha gravitación en relación al deber ser de las mujeres. Pienso que es inconmensurable el daño que ha hecho a la sociedad -y en especial a las mujeres- la resistencia a encarar temas claves como el divorcio, la contracepción, el aborto (inclusive el terapéutico) y la defensa apocalíptica de la familia, todo lo cual ha obligado a acomodos, transacciones y negocios nada convenientes”.
En un balance, ¿puede decirse que las mujeres han conquistado la igualdad que buscaban?
“Evidentemente no; como se advierte en muchos aspectos, en especial en las oportunidades y remuneración del trabajo y en otras formas de discriminación. Pero ha habido progresos enormes, revolucionarios. Llevamos un proceso de cambio de 150 años, y como la historia no es un movimiento de progreso ascendente, se han provocado graves tensiones en las relaciones de género, que deben acomodarse a las nuevas realidades. En muchos hombres se ha producido una reacción de temor, de inseguridad, de angustia ante los cambios conductuales de la mujer derivados de cambios objetivos, materiales. Este proceso que califico como revolucionario es, además, muy insidioso. No se da por medio de grandes asonadas o conmociones sociales que se puedan cuantificar con facilidad. Los cambios se dan en la esfera pública, pero también en lo privado. No solamente en la forma de relación; sino en el marco del hogar, también es una revolución que tiene lugar en la cama. Se trata, digo, de una revolución insidiosa que alcanza a todas las formas de vida, reemplazando o afectando antiguas costumbres patriarcales, y deja no sólo a los hombres sino también a las mujeres en situación próxima a la indefensión. Es necesario conducir el cambio social, morigerar el efecto traumático del cambio, para que no se produzcan dislates, y por eso creo que aquel feminismo que puede ser calificado como castrador, no tiene razón de ser”.

IDENTIDAD NACIONAL

Parece haberse iniciado un debate en torno a la identidad nacional. Llama la atención el sesgo crítico, respecto de los tópicos habituales que se manejan. ¿Cuál es su opinión frente a ese debate?
“Creo que con vistas al bicentenario todo este tipo de intercambios y discusiones es importante. Es el momento para hacer un debate serio sobre nuestra identidad. El componente más interesante es la necesidad de reflexionar, con rigor, sobre nuestra identidad en el marco de la alteridad, del sentido de lo otro, de lo distinto. En este país se ha producido un cambio cualitativo de proporciones, tal vez porque fue evidente su insularidad, su introversión. La experiencia de articulación con el mundo en el marco de la economía de libre mercado, orientada por la globalización, nos lleva a mirarnos en relación con el otro y dejar de lado la autocontemplación. Los cambios económicos y políticos han conducido a pensar la identidad contemplada en el otro. ¿Y qué es el otro? El extranjero y también los mercados y los mundos anexos -Estados Unidos, la Comunidad Europea- y hasta los españoles, que llegan en su tercera reconquista de América.
En ese plano, adquieren sentido las preguntas sobre la especificidad, como parte de la identidad. Cada país la tiene. Ha sido llamada por algunos psique nacional, que es un cierto espíritu acrisolado en función de múltiples variables, desde los elementos y circunstancias naturales hasta las variables humanas. Se engarzan, dialogan y tienen una evolución compartida, que en el caso nuestro ha sido de más de cuatro siglos de historia en común, si tomamos en cuenta la Colonia. Es decir, se trata de historia y de historias personales y familiares, de costumbres, manera de hablar, recuerdos, sensibilidades comunes, comidas y diversiones, que generan un sentimiento de pertenencia e identidad”.
¿Cómo se explica la permanente negación de los sectores dominantes, y la hipocresía establecida para ocultar las zonas oscuras y terribles del pasado?
“De partida, somos demasiado respetuosos de la tradición escrita que se asume con caracteres de perennidad. Tenemos terror a ser iconoclastas. Diría, hablando en términos generales, que la identidad es lo que se asume como parte del ser, pero también es lo que se excluye, lo que se omite, lo que no se dice. Existe consenso, entre los que se dedican a estudiar ese tema, que tenemos una identidad fracturada y conflictuada, que nos impide llorar ‘a concho’ las pérdidas y asumir derechamente las falencias y debilidades. El profesor Rolando Mellafe hablaba de nuestra ‘condición infausta’. Visualiza a Chile como un país sufrido, asolado por terremotos, inundaciones y otras catástrofes naturales y también por hecatombes sociales, que han generado una psique colectiva vinculada al padecer sin exteriorizar el sufrimiento. Tal vez, el planteamiento de Mellafe no sea descabellado. No queremos asumir las cosas terribles que nos han pasado”


HERNAN SOTO

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