Edición 708 - desde el 30 de abril al 13 de mayo de 2010
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Trabajo femenino

La desventaja de ser mujer

 

Autor: HERNAN SOTO

Con la revolución industrial, en el siglo XIX comenzó la incorporación masiva de las mujeres al trabajo asalariado. Signo del capitalismo, la tendencia se ha extendido por el mundo. En Chile, la fuerza laboral potencial femenina es de algo más de tres millones, de la cual sólo un tercio trabaja en forma remunerada. Sufren discriminación salarial -sus remuneraciones ordinarias mensuales son más de un 20 por ciento inferiores a las de los hombres según el INE, “Encuesta estructura de remuneraciones, costo de mano de obra y empleo”, de 2007-. También postergaciones a la hora de ocupar cargos de responsabilidad, así como acoso sexual y violación de sus derechos laborales.
PF conversó sobre el tema con la antropóloga y académica Sonia Montecino Aguirre, experta en temas de género(*).

¿Cuál es la vinculación entre el trabajo y las mujeres?
“Cuando se habla de trabajo femenino hay que tener presente que existe un trabajo doméstico y un trabajo asalariado. El primero es el que ocurre en la casa, en el contexto de la reproducción cotidiana. El otro transcurre en el mundo público. Entramos entonces en ámbitos conflictivos, por dos razones. Una, porque el trabajo doméstico tiene menor consideración social y dos, el trabajo asalariado implica que las mujeres pueden tener un cierto grado de autonomía frente a su propia vida y a lo que ellas aportan a la reproducción de la vida cotidiana. Cuando se ponen ambas situaciones en la balanza, parece evidente que las mujeres preferirán el trabajo asalariado por razones de autonomía, de identidad y hasta por el poder que da el dinero en las relaciones de pareja. Sin embargo, y esto es histórico, cuando las mujeres atraviesan del trabajo privado al trabajo público, ingresan a un sistema que significa una serie de desigualdades en relación al tipo de trabajo al que acceden. Normalmente lo hacen a actividades vinculadas al trabajo doméstico, como la enseñanza, la alimentación, ocupaciones relacionadas con la salud, la belleza y la decoración, etc. Desde hace no mucho, han empezado a ingresar en número significativo a las ingenierías, las ciencias sociales y también a la medicina. Pero allí encuentran también discriminaciones. Los médicos mejor pagados, por ejemplo, son los cirujanos y hay muy pocas cirujanas.
No ha habido cambios en mucho tiempo en las estructuras laborales y las mujeres llegan a ellas en condiciones de inferioridad, porque esas estructuras son desiguales. También lo son para los hombres. Pero, además, ellas llegan portando el signo de lo femenino, que importa desvalorización”.

Esposa, madre, trabajadora

“El mundo femenino tiene que ver con algo que guardamos en nuestro propio cuerpo. Tiene que ver con la reproducción y la maternidad. Y ese elemento choca con una sociedad que no está capacitada para acoger las transformaciones que implicó que las mujeres salieran de su espacio doméstico al espacio público. También abrió paso a otra complicación. Reprodujo un modelo en el cual las mujeres son las que están a cargo de la crianza y enseñanza de los hijos y de todos los temas hogareños. Obviamente, las salas cunas están donde hay mujeres fértiles y no en las fundiciones o en los centros mineros. Y allí se esconde, podríamos decir, una trampa, que consiste en la legitimación social de la idea de que la responsabilidad para con las hijas e hijos corresponde exclusivamente a la madre. Trampa que se construye también desde el Estado, con las políticas de protección y fomento a la maternidad y a la natalidad. Es una verdadera paradoja que las ideologías conservadoras y neoliberales propongan una flexibilidad laboral que parece atractiva: la mitad del tiempo en la casa y la otra mitad en el trabajo. Me pregunto, ¿por qué no se plantea que los hombres dispongan de medio tiempo para cuidar a sus hijos en la casa? En el sistema en que estamos viviendo ni siquiera se plantea que la paternidad debe ser tan responsable como lo es la maternidad.
En Francia la flexibilidad laboral para las mujeres significó menores salarios, pérdida de beneficios y otros retrocesos. Tampoco en los países socialistas hubo transformaciones profundas, aunque hubo grandes avances. El punto ha sido que no se ha hecho un enfoque de género. Enfoque que dice que hombres y mujeres nos construimos en un vínculo y una relación que si se altera en una parte, afecta también a la otra. Actualmente sólo se piensa en el cambio de la mujer. ¿Y qué pasa con el cambio en los hombres? Ellos hablan de unas cosas y las mujeres de otras. No hay diálogo ni concordancias. Los movimientos de mujeres influyen en los cambios, pero no se produce un consenso. Los temas de violencia intrafamiliar, a nivel mundial se trabajan con la óptica femenina, convirtiendo a las mujeres en víctimas. Es decir, que los hombres son esencialmente los agresores, lo que no es real.
Hablar de genero es hablar de relaciones, es decir que al interior del mundo doméstico los hombres deben transformarse para que las mujeres puedan trabajar mejor en el espacio público y en conjunto, actuar en el espacio privado frente a los hijos, a la familia y a las relaciones que se desarrollan allí. El neoliberalismo rechaza este planteamiento porque se trata de espacios privados que deben mantener ese carácter”.

Mujeres en la fuerza laboral

De acuerdo a las estadísticas hay una incorporación creciente de la mujer al mundo laboral. Pero se mantienen y agravan los problemas, ¿a qué se debe?
“Es así, y esto ha significado un quiebre en la sociedad, que no está respondiendo como debiera, ya que surgen nuevos problemas, como es natural en los cambios históricos.
En el empleo informal -en que las mujeres pasan a ser empleadoras de sí mismas- no desaparecen una serie de trabas y discriminaciones. La gran pregunta sigue siendo por qué. Independientemente de dónde se sitúen las mujeres, siguen en desventaja respecto de los hombres. Es una pregunta cultural en sentido amplio. Y pienso que las mujeres jefas de hogar son las que están más complicadas, porque deben mantener a sus familias con su solo ingreso en una sociedad de consumo cada vez más demandante, sin poder complementar sus ingresos con una relación de pareja. Además, tienen la responsabilidad en la crianza y educación de los hijos.
Hay otra cosa. En Chile, a diferencia de otros países de América Latina, el porcentaje femenino en la fuerza remunerada de trabajo es muy bajo, apenas un 34 por ciento. La gran mayoría de las mujeres que trabajan son de clase media o de sectores acomodados. En el caso de Bolivia, el porcentaje está entre 60 y 70 por ciento, con amplia transversalidad social. Y en Chile ¿dónde está ese porcentaje de mujeres que no se incorpora a la fuerza laboral? Son mujeres pobres. En este caso los problemas de clase se suman a los problemas de género. Y qué decir de la situación de las mujeres indígenas, discriminadas por pobreza, motivos étnicos y de género.
Por eso no ha bastado que una mujer llegara a la Presidencia de la República para que se produjeran cambios de fondo. El tema es de género. Hay que entender que debemos establecer un diálogo permanente con el mundo masculino. Cuando la mujer que actúa en política se queja de su falta de tiempo, debería convencer a su pareja para que se haga cargo de los niños y de la casa, mientras ella cumple su responsabilidad política. Si no lo hace, fomenta el cómodo (…)

(*) Graduada en la Universidad de Chile, Sonia Montecino ha trabajado en temas étnicos, de mestizaje, cultura y análisis culinario. Dirige el Centro Interdisciplinario de Estudios de Género de Flacso y ha ejercido la cátedra Género, de la Unesco. En su amplia obra publicada destacan Madres y huachos, alegoría del mestizaje chileno, La olla deleitosa, Mujeres chilenas, fragmentos de una historia, y acaba de publicar Fuegos, hornos y donaciones, sobre la comida en Isla de Pascua.

(Este artículo se publicó completo en “Punto Final”, edición Nº 708, 30 de abril, 2010)
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