Edición 708 - desde el 30 de abril al 13 de mayo de 2010
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“Punto Final” en Curanipe

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EL superintendente del Cuerpo de Bomberos de Pelluhue, Miguel Sáez (al centro), recibe de “Punto Final” el artículo que testimonia la labor solidaria de la institución bomberil.

Don Miguel Sáez, superintendente del Cuerpo de Bomberos de Pelluhue busca una posición al pie del muro del cuartel, junto al escudo de la Primera Compañía de Bomberos de Curanipe para recibir, en forma solemne, el ejemplar Nº 705 de Punto Final que contiene el artículo titulado Héroes. Allí son narradas acciones que ellos, los carabineros, la doctora Daniela Guede y paramédicos del consultorio, cumplieron durante los primeros días después del terremoto y tsunami del 27 de febrero. A nuestro lado está el comandante Oscar Salazar Troncoso, “comandante de incidentes en la pasada tragedia”, según él mismo define su rol.
Nos rodean en semicírculo una decena de voluntarios bomberiles y está también Jeannette Valenzuela, hermana de Gabriel, uno de ellos, quien vino junto a su familia en plan solidario durante sus días libres de Semana Santa. “Somos de esta zona. Me fui a Santiago a los siete años, pero nací en Cauquenes. Estos son mis lugares: Pelluhue, Curanipe. Es por eso que como familia nos organizamos y quisimos estar aquí. Ahora estamos juntando frazadas, parkas y ropa más gruesa...”. Jeannette (que es funcionaria de Carabineros de Chile) graba la escena diciendo en broma: “¡Para Curanipe TV!”.
También está Inge Onetto, siquiatra del Servicio Médico Legal, quien nos invitó a formar un equipo de voluntarios “sicosociales” apenas ocurrida la tragedia, y lo conformamos con su colega Italo y su hija Flavia, estudiante de arquitectura. Esa pequeña caravana de dos autos se adentró hacia la costa del Maule cuando las carreteras eran todavía una incertidumbre y el mar una amenaza latente. Aquella vez llegamos de noche, al filo del toque de queda, y armamos nuestras carpas en Curanipe, a media falda de un cerro, en el patio de la casa de don José, en Villa Las Palmeras.
Junto a Inge, hace parte de la escena Andrea Fernández, socióloga (mi mujer, aunque le gusta que diga “mi compañera, porque yo no soy propiedad de nadie”) y algunas otras personas, familiares y vecinos de la Primera Compañía.
La verdad es que la idea, en este último viaje, era simplemente entregarles un ejemplar de la revista con el artículo, sin mayor estridencia. Pero de pronto, los presentes quisieron darle una solemnidad que refleja lo importante que es el reconocimiento de la sociedad hacia quienes, sin pensar en ello, sólo cumplen con su deber en esta y en otras circunstancias. De hecho, varios de los que allí estaban no habían dormido la noche anterior, porque andaban en unas quebradas, con el agua hasta más arriba de las rodillas, buscando a dos excursionistas perdidos (“Na’ que ver con el terremoto”, comentaron riendo).
Cuando entrego la revista a don Miguel intento murmurar algunas palabras que se me atraviesan en la garganta. El dice que están muy agradecidos por este reconocimiento a una labor voluntaria, de servicio, que realizan sin pedir ni esperar recompensa. Luego nos abrazamos. Poco después, se hace presente Washington, director de la Primera Compañía de Bomberos de Curanipe.
Cada uno tiene una historia que fue contando y llorando, sanándola más bien, durante las sesiones de terapia grupal que tuvimos durante las semanas que siguieron a la tragedia. Muchos quedaron con problemas que después Leo, amigo sicólogo que nos acompañó en otro viaje, describió como normales tras estas duras experiencias, y que el tiempo cura: insomnio, miedo al mar, miedo a la oscuridad, pesadillas, temor de volver a la casa. Más allá de escenas dantescas, los habitantes de Curanipe, desmintiendo la imagen de barbarie proyectada por el sensacionalismo televisivo, echaron mano a una práctica social que, sobre todo los sectores medios y pobres, conocen muy bien: la solidaridad. Una actitud que observamos no sólo en los bomberos, sino en la mayoría de las personas que conocimos. Como aquel dueño de El Quincho, un restaurante de Pelluhue, que pasó días con su local y camioneta a disposición de la ayuda, y él mismo subiendo y bajando de los cerros con lo que se necesitara, y que no dudó en encarar la morbosidad o falta de tino de colegas reporteros. O dirigentes vecinales como doña Fresia, del campamento Cerros Pelados, que ya está disuelto porque muchos habitantes de Curanipe ya han bajado, aunque todavía hay cientos de damnificados que lo perdieron todo. Ahora el desafío es la normalización, reactivar el comercio, el turismo, la actividad pesquera, que es lo que saben hacer.
El sentimiento de los bomberos de Curanipe por lo escrito en Punto Final me es reiterado después en un correo electrónico del comandante Oscar Salazar: “Este gesto de su parte regocija el alma de los bomberos de Curanipe y los insta a seguir trabajando en beneficio de la comunidad. Estaremos siempre muy agradecidos por todos los buenos gestos que ha tenido para con nosotros. Nos sentimos muy complacidos por todo ello y además muy pagados por lo que podríamos haber hecho dentro de nuestra labor bomberil voluntaria. De lo que sí estoy seguro es que Curanipe y su gente podrá seguir contando siempre con sus bomberos, siendo nobles seguidores de nuestro lema: Existir para Servir”.
Había que cerrar los círculos abiertos en las tres idas a Curanipe; y creo que ésta fue una excelente forma de hacerlo. Quedó claro, además, que Punto Final es una revista que a pesar de la claridad de su posición ideológica -o tal vez por esa misma circunstancia- es capaz de publicar y subrayar hechos y situaciones en las que lo que realmente importa es el ser humano; aquella persona que está allí protagonizando la historia, con independencia de su pensamiento, y con independencia de su posición en la sociedad o en el mercado. De algún modo, Punto Final ha mostrado capacidad de romper el estereotipo (aquella creencia o prejuicio que suele interponerse entre las personas) y llegar a la esencia, al corazón, al latido y a la respiración del que está al frente. Y eso es lo que ha tenido eco en Curanipe: el haber estado dialogando no con discursos prefabricados, sino con la experiencia del codo a codo. Allí, entre el dolor y la emoción. Eso lo hicieron los bomberos, carabineros y vecinos de Curanipe. Y eso lo reflejó, vivió y difundió Punto Final.

JUAN JORGE FAUNDES

 

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 708, 30 de abril, 2010)
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