Punto Final, Nº 890 – Desde el 8 hasta el 21 de diciembre de 2017.
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Noche de baile en un club radical.

 

Los lugares de bailongo, salsotecas, dancings, salones de baile y otros parecen haber estado siempre. El baile aparece como una actividad humana, muy enraizada en nuestro inconsciente. Siempre se ha bailado, o por lo menos eso se podría deducir de las pinturas rupestres. Muchos escritos de la antigüedad hacen alusión al baile y cómo pasó a formar parte tanto de la religión como de la vida diaria. Incluso la Biblia da cuenta de esta realidad. Es innegable, también, que el baile como actividad sufrió exclusiones, prohibiciones y rigores y, a pesar de ello, hay muchas construcciones en Santiago (y el mundo) cuyo objetivo fue asentar esta aparente superflua necesidad.
Aunque practicado hace miles de años, los beneficios de bailar se han asumido desde hace poco. Dentro de los motivos está la reproducción. Las danzas se dan con alguna regularidad en otras especies, sobre todo en aves. Es por eso que muchos bailes antiguos eran “zoomorfos”, es decir, eran imitaciones de cortejos animales. Dentro de ellos, en nuestro país está la cueca. También hay otros, menos nombrados, pero que gozaron de mucha popularidad, como el pequén. Uno semejante entre los mapuches es el choikepurrun, que imita el cortejo del ñandú. También se pueden citar otros bailes más recientes como el bolero, la lambada o el reggaeton, este ultimo muy cuestionado, pero que es también una variedad de cortejo, en clave brutal y explícita.
El baile también se ha usado para la guerra. Célebre es el baile maorí haka, pero no es el único. Una de las más antiguas formas fueron las danzas pírricas, cuyo objetivo era formar a los espartanos en el arte de la guerra. En Chile, los mapuches tenían el tregilpurrun y los aymara el tinku. Las guerras dejaron de ser rituales y hace mucho que nadie baila antes de una batalla, aunque dicen que Hitler bailó después de la caída de París. Aún así, los bailes del heavy metal y el punk, tienen mucho de ritual guerrero.
Un importante motivo, que muchas veces se complementa con el anterior, es el uso del baile como mecanismo para conectarse con la divinidad. En ese sentido ha tenido importante influencia en los cultos protestantes. Un caso dramático de baile y religión fue el de Wovoka: un chamán de la etnia paiute, cuyo nombre era Jack Wilson. A finales del siglo XIX recibe en un trance místico una predicción y una orden: todo el pueblo debe cantar y bailar, para atraer una gran inundación que expulsaría al hombre blanco del territorio indígena. Cuando el gobierno de EE.UU. lo supo, envió al ejército. Mataron casi a todos: el hombre blanco no quería arriesgarse a que la profecía fuera cierta.
Hay otros motivos para bailar, como la búsqueda de pareja, la socialización, la pérdida de timidez, el aumento de la autoestima, etc. A pesar de los evidentes beneficios que trae el baile, hay países donde está prohibido. Y no son solo Afganistán o Kuwait, sino otros más inesperados: Alemania, Suecia y Japón. Este último lo prohibió al término de la Segunda Guerra Mundial para evitar la prostitución. Sin embargo, la ley solo se aplica a locales nocturnos: en ninguno se puede bailar después de las 12 de la noche. Suecia, por su parte, es más estricto: no se puede bailar en ningún lugar público, llegando al extremo de prohibir “mover ilegalmente los pies al ritmo de la música”. De todas formas hay permisos especiales, lo que implica una situación opuesta a la de Japón: en la calle no se puede bailar pero sí en clubes nocturnos. En Alemania la prohibición solo rige para Semana Santa.

CHILE LINDO
Hay que diferenciar la discoteca de la sala de baile. La sala de baile usa música en vivo, la discoteca no. Según los historiadores, la primera discoteque fue alemana.
En Chile se hizo célebre el Follies Bergére, de Plaza Almagro, donde campeaba el Cabro Eulalio, matón y gran bailarín. Y también el salón Olimpia (ubicado en Huérfanos, cerrado en 1985), que tenía una orquesta estable. O el Goyescas (en Huérfanos con Estado) donde actuaron Domenico Modugno, Tongolele, Leo Marini y la orquesta de Francisco Canaro. Los sitios de baile eran legión. Algunos figuran en la novela Chicago Chico de Armando Méndez.
Se pueden citar lugares célebres en otra época, entre ellos el American Cinema, en Arturo Prat con Alonso Ovalle. Es una mole que cualquier exalumno del Instituto Nacional reconoce: queda justo al lado. Se construyó como cancha de pelota vasca y luego se usó como pista de patinaje. Por su singular arquitectura pasó buenos tiempos: como cine y sobre todo salón de baile con orquesta, a partir de 1915. Allí se presentó en 1923 la Select Jazz Band (banda especializada en shimmy, una variante del jazz parecido al foxtrot), siendo parte del auge que tuvo el jazz en Chile hasta finales de la década del 30.
En el mismo barrio, más al sur, hay otro recinto abandonado, relevante en la historia del bailoteo nacional. Es el teatro Esmeralda, de Avda. Matta con San Diego. A principios de los 90 se realizaban allí fiestas que fueron modelo para muchos lugares de baile de hoy: las fiestas Spandex. Se dice que la presión de Carabineros fue muchísima y que pudieron seguir adelante gracias a la amistad de Andrés Pérez (que participó en los principios del proyecto) con Enrique Correa, ministro en el gobierno de Aylwin.
Chile ha tenido relaciones problemáticas con el baile. De hecho, en una época la cueca estuvo prohibida. Y muchas familias en los 80 impusieron estrictas medidas para limitar esa actividad. Durante los 80 fuimos el pueblo del Cono Sur más malo para el baile, siendo muy distinto el panorama antes del 73. Pero mientras la dictadura imponía severas restricciones a la forma de divertirnos, los agentes de la CNI bailaba en varios locales nocturnos como el Topsy de Reñaca y el Regine’s de Las Condes. Más tarde se hizo muy conocida la Discoteque Gente. No cualquiera podía entrar.
La Discoteque Gente era también un reducto de la bohemia televisiva que atraía a los agentes de los aparatos de seguridad. Raquel Argandoña, Cecilia Bolocco, Eliseo Salazar, Paulina Nin, el “Pollo” Fuentes, etc., eran habitués. A pesar de que sus socios “oficiales” eran Luis Undurraga (actualmente tiene un microespacio de tecnología en radio El Conquistador) y Gerardo Ariztía (involucrado en el caso La Cutufa), muchos dicen que el verdadero dueño era uno de los hijos de Pinochet en sociedad con Yamal Bathich, quien internaba cocaína desde Bolivia gracias a su empresa Chile Motores. Algo debe haber porque Chile Motores estaba ubicada junto a un negocio de repuestos cuyo dueño era Augusto Pinochet Hiriart. Se puede apreciar que el círculo de la disco Gente era íntimo y con una buena red de informantes al interior. Sin duda, un lugar peligroso para la mayor parte de la población.

RITMOS DE MODA
Para bailar siempre hubo un ritmo a mano. De hecho, la cueca fue primero un ritmo de moda y tardíamente el “baile nacional”.
Por años en Chile estuvo de moda el vals. Según Benjamín Vicuña Mackenna, el baile más grande que conoció fue ofrecido por Henry Meiggs, al momento de inaugurar su casa. Duró casi tres días y el vals fue el alma de la fiesta. Se bailó hasta el desmayo, “un holocausto”, dice Vicuña Mackenna. “No hubo gente fea”, remata después. Según Jotabeche, en esa clase de bailes lo normal era el uso de máscaras.
Jotabeche cuenta que en Copiapó estuvo de moda entre los mineros el vidalai, que era una danza melancólica que se bailaba al son de una flauta (probablemente una quena). En ese baile, los mineros se reconciliaban con quien se hubiesen enemistado y se regalaban ramos de albahaca.
Posteriormente llegaron otros ritmos, como el foxtrot, que competía en popularidad con el hot jazz. El foxtrot, que algunos consideran un baile zoomorfo (el trote del zorro), en rigor debe su nombre al cómico Harry Fox que lo improvisó en un espectáculo, usando música ragtime. Tuvo gran impacto en Chile, llegando, como el jazz, a través de Valparaíso. Era una época en que muchas casas tenían pianos. La gente compraba partituras en la Casa Amarilla o la Casa Calvetty. Las partituras más vendidas fueron de foxtrot, como “Mejillones” y “El paso del pollo”. Roberto Parra cuenta parte de esa época en La Negra Ester.
Desde los 50 fue el turno de los bailes tropicales, época que aún no termina. Uno de los primeros fue la “conga”, que al estribillo de “conga conga conga” hacía que se armara una fila de danzantes. Pero ese baile se intentó prohibir, porque durante el “trencito” muchos parroquianos aprovechaban de escapar sin pagar.

RICARDO CHAMORRO

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 890, 8 de Diciembre 2017).

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