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El daño que hace el alcohol
La edad de inicio en el consumo de alcohol en Chile se sitúa actualmente en los 13,8 años. Está demostrado que el consumo excesivo causa enfermedades físicas y mentales, accidentes, violencia, deterioro de la calidad de vida, y un largo etcétera. Diversos estudios señalan que el alcoholismo disminuye en más de diez años el promedio de vida del ser humano. El problema se agudiza cuando se trata de adolescentes y menores. El Octavo Estudio Nacional de Drogas en Población Escolar (Enpe 2009), advertía que los adolescentes comenzaban a embriagarse entre los 11 y 12 años, y que 400 mil -entre los 9 y 15 años-, consumían regularmente alcohol.
En la población escolar, el 16% de los alumnos de 8º básico ha consumido alcohol el último mes, mientras que entre los de 4º medio la cifra se triplica: 51,4%. Según el Enpe 2013, “al indagar en el consumo intenso de alcohol, el 63% de los estudiantes de 8º básico a 4º medio declaran haber tenido a lo menos un episodio en el último mes, lo que representa que casi dos de cada tres escolares reportaron consumo intensivo”. Es una realidad que muchos prefieren no mirar.
Patricio Jeria, profesor de filosofía del liceo Confederación Suiza, en Santiago, conversó con Punto Final sobre lo que sucede con los jóvenes y escolares. Jeria ha trabajado en liceos y colegios de Calera de Tango, La Pintana y Santiago: “No hemos detectado muchos episodios de alcoholismo, tenemos más consumo de marihuana y tabaco. El año pasado, unos chicos tenían una dinámica de consumo de alcohol, pero que venía de afuera del liceo. Llegaron un par de veces ebrios y fueron sorprendidos bebiendo en los baños. Sabemos que existe consumo de alcohol en contextos extraescolares. Como profesores escuchamos dónde el alcohol está presente. En nuestro liceo tenemos alumnos de Puente Alto, Recoleta, Quilicura, y otras comunas con población vulnerable y en riesgo. En sus barrios tienen vinculación con el alcohol”, dice.
Según el Enpe 2015, en promedio, independiente del sexo, dos de cada tres estudiantes que han consumido alcohol alguna vez lo probaron antes de los 15 años. De ellos, 67,7% de los varones y 61,4% de las mujeres han tenido a lo menos un episodio de embriaguez en el último mes. Por curso, se observa un aumento significativo en 4º medio, pasando de un 65,2% en 2013 a 69,8% en 2015. Siete de cada diez estudiantes de 4º medio que admitieron haber consumido alcohol en los últimos treinta días, han tenido al menos un episodio de embriaguez en ese periodo.
“Me toca dictar el curso de sicología en 3º medio -dice Patricio Jeria-, y existe una unidad específica vinculada a ‘salud mental’ y el concepto de bienestar sicosocial. Intentamos hacer ver a los chicos que hay factores como las redes sociales, estilos y proyectos de vida que ayudan precisamente a proyectarse en una lógica de autocuidado. En ese espacio es cuando generalmente aparecen relatos de familia y amistades que consumen alcohol en exceso. Nos damos cuenta que para los jóvenes es difícil abstenerse de beber porque, tal como lo muestran los estudios, el alcohol es una ‘herramienta de socialización’. En muchos casos es la puerta de entrada a un grupo. Para ellos es muy difícil generar un discurso propio y decir ‘no necesariamente debo integrarme tomando alcohol’; o incluso, un discurso que cambie la perspectiva del grupo. No consumir pasa por un proceso de concientización sobre el carácter nocivo del alcohol en la edad en la cual están, y que logren eso, es muy difícil”.
Los menores de 18 años son considerados un grupo de alta vulnerabilidad frente al consumo de alcohol, debido al daño físico y a las ya comprobadas alteraciones neurológicas que provoca la ingesta durante el desarrollo, tanto en la niñez como en la adolescencia.
DEFICIENCIAS EDUCATIVAS
Según el profesor Jeria el liceo Confederación Suiza cuenta con el Centro de Apoyo al Estudiante (CAE), con sicólogos y asistentes sociales, pero su acción tiene alcance limitado. Solo dos o tres profesionales para atender 480 casos potenciales, con un rango de acción también muy limitado. Agrega que no pueden obligar a los alumnos -ni tampoco es su perspectiva-, a asistir a ese espacio. “Solo podemos invitarlos e intentar persuadirlos. A los apoderados también se les sugiere. Es poco probable que el estudiante mantenga sus visitas al CAE. Por una cuestión reglamentaria, tampoco se pueden generar vínculos terapéuticos. Se puede sugerir a las familias buscar ayuda profesional, pero eso tiene que ser externo. Generalmente ocurre que los casos se derivan a los Centros Comunitarios de Salud Mental. Como profesores podemos estar recordando el tema, haciendo seguimientos, pero nuestro involucramiento pasa por una cuestión personal; debiéramos tener una relación fluida de información, de vínculos, de visitas incluso con las familias. Pero no es algo que en las condiciones pedagógicas actuales del sector público suceda”, agrega.
Según el Servicio Nacional para la Prevención y Rehabilitación del Consumo de Drogas y Alcohol (Senda) más de 28 mil personas accedieron a tratamiento durante 2016, y 2,5 millones de estudiantes contaron con los programas preventivos que elabora ese organismo. Según Jeria, “en lo que va del año en nuestro liceo no hemos tenido episodios; en 2016 hubo solo tres. Se escuchan relatos, de fiestas con exceso de alcohol, de consumo de pastillas y alcohol. Hubo el caso de un estudiante que se emborrachaba. Se hizo un trabajo con su familia; y detectamos que el problema estaba en el vínculo. Su padre, no sé con qué criterio, prefirió sacarlo del colegio, alegando que había una ‘mala influencia’ para su hijo. También tenemos chiquillos que comienzan a trabajar para solventar sus gastos y ayudar a sus familias. Cuando toman contacto con el mundo laboral entran en una lógica de consumo. Nos enteramos de chicas de 4º medio trabajando en un pub en un ambiente adulto, nocturno y de ‘carrete’, donde el alcohol está súper presente.
Hemos tratado de desplazar del colegio el tabaco y el alcohol, que las celebraciones del liceo sean espacios libres de humo y alcohol. Pero eso ha generado polémica entre los propios profesores. Y los chicos perciben esas contradicciones. ¿Qué tan responsable es un adulto en relación a su propio consumo? Es un tema complejo. Hay un discurso de ‘cero alcohol’ o ‘alcohol controlado’, pero es muy difícil, sobre todo en el contexto chileno”, señala.
Cifras del Enpe 2013, advierten que las barreras de acceso de los menores de 18 años al alcohol, si bien están determinadas por ley, en la mayoría de los casos no se respetan. El 46% de los menores dicen que es “fácil” o “muy fácil” comprar alcohol. De hecho, uno de cada cinco adolescentes (12 y 18 años) declara haber bebido alcohol en el último mes, y dos de cada tres escolares (63%) ha tenido a lo menos un episodio de embriaguez en el último año (Enpe, 2014).
CULTURA ALCOHOLICA
En Chile los jóvenes entre 18 y 29 años presentan altos índices de consumo de alcohol. El 50% de las muertes en hombres de entre 15 y 29 años son atribuibles al consumo de alcohol, tanto por los accidentes de tránsito como por otras lesiones intencionales o accidentales. Además, es el único grupo donde hay un aumento de la incidencia anual de consumo de alcohol (10 puntos), lo que significa que este grupo etario muestra el mayor número de nuevos consumidores entre los años 2012 y 2014.
Para Patricio Jeria existe una cultura, creencias, hábitos y conductas en las cuales tanto la marihuana como el tabaco o el alcohol se consideran elementos “no necesariamente nocivos, sino recreativos. Hemos tenido largas conversaciones en relación a que los estudiantes se visualicen como sujetos vulnerables, no solo por cuestiones sicosociales o de desarrollo, pues están en una etapa en que cualquier sustancia que ingieran si es benéfica les ayudará, pero si es dañina, los perjudicará y probablemente les impedirá seguir desarrollándose normalmente. No son adultos que han alcanzado un estado de maduración fisiológica y sicológica. Un adulto que se alcoholice mermará en sus capacidades físicas, sicológicas, sociales y emocionales; en cambio, los jóvenes se coartan etapas de desarrollo, pero cuando se les habla en estos términos dicen que los estás ‘asustando’. Como están en una actitud exploratoria, el miedo no los detendrá. Cuando intentamos educar, topamos con el tema de poder lograr que el entorno, no solamente el familiar, participe del proceso. Nos hemos encontrado que las familias también tienen perspectivas distorsionadas. Cuando llamamos la atención al apoderado para ponerlo en conocimiento de la actitud de su hijo o hija, nos dicen: ‘Yo le doy permiso’. Pero, ¿en qué consiste ese permiso? Responden: ‘Yo sé lo que hace’. Pero, ¿sabe cuánto consume? ¿Con quién? ¿Dónde lo consigue? ¿Usted le da dinero para comprar? ¿Conoce a sus amigos? ¿Sabe con quién, cuándo y para dónde va? ¿Cómo solventa sus gastos? En general hay una situación de negligencia. En los casos más radicales se produce un proceso de parentalización, es decir, que los chicos tienden a tener más actitudes adultas que las personas que los tienen a cargo. Nos hemos dado cuenta que hay que hacer un tratamiento a fondo: intervención en el núcleo familiar y ojalá en el entorno barrial”, agrega.
Según la Organización Panamericana de la Salud (OPS), el alcohol es un problema serio en América Latina. Se reconoce que es un problema de salud, el primero de la región. Por su parte, para la OCDE, aumenta el consumo de alcohol entre los menores de 15 años: “En lo que va del siglo, el 43% de los niños menores de 15 años y el 41% de niñas menores de 15 años han experimentado ya alguna vez una borrachera; cifras anteriores eran del 30% y 26%, respectivamente”. Agrega, que el alcohol “se ha convertido en treinta años en la quinta causa de muerte e invalidez; antes ocupaba el octavo lugar”.
“NADIE SE HACE CARGO”
El profesor Patricio Jeria afirma: “Uno de los pocos espacios protegidos que tienen los jóvenes son los escolares. Entre un 70% a 75% de nuestros alumnos son definidos como ‘prioritarios’, vienen de un contexto familiar sicosocial complejísimo. Han sido vulnerados constantemente no solo en su desarrollo emotivo, intelectual o físico, y muchas veces la defensa frente a esa vulneración es la ‘socialización entre pares’, donde hay precisamente alcohol y otras drogas legales e ilegales. Tenemos chicos en el Programa de Integración Escolar (PIE), que atiende a estudiantes con necesidades educativas especiales transitorias o permanentes, y cuando cruzamos información, nos damos cuenta que muchos están en situación de riesgo de consumo y también han sido vulnerados desde ese punto de vista, y nadie en su historia escolar se ha hecho cargo. Hay, por llamarlo así, un ‘cóctel de vulneraciones’, que a la larga se resuelve, precisamente, en más consumo, y genera estructuras autodestructivas, señales, síntomas, necesidad de ayuda, que no encuentran eco.
Pero también tenemos un núcleo importante de chiquillos vinculados a corrientes ideológicas, estéticas y políticas, que luchan por que se les reconozca su derecho a una dieta vegana o vegetariana, y muchos de ellos también tienen el discurso del autocuidado. Se niegan a incluirse en prácticas como el consumo de drogas y alcohol. Pero muchas veces esos discursos tienden a la radicalidad, son bastante severos, y aunque cooptan a algunos, a otros los rechazan por completo. Como no vemos el alcohol como un problema recurrente, a pesar de las cifras del Senda y otros organismos, no nos hemos focalizado en esto. Pareciera que como comunidad escolar nos preocupa más el consumo de marihuana, el bullying, la xenofobia o la discriminación de género, y no hemos sido capaces de asumir el consumo excesivo de alcohol como un problema grave”.
ARNALDO PEREZ GUERRA
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 880, 21 de julio 2017).
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