Punto Final,Nº 860 – Desde el 16 hasta el 29 de septiembre de 2016.
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Una calle de historia ruidosa


La calle 10 de Julio es una de las más famosas de Santiago. Incluso conocida en regiones. El origen de su fama actual es la venta de repuestos de autos. Recorrerla puede ser una curiosidad o un suplicio, dependiendo de la hora y método usado. La peor combinación es en automóvil a las 4 de la tarde. Aunque recorrerla un viernes, pasado las 12 de la noche puede ser de pesadilla.
Es una calle antigua. Y como tal, los motivos de su fama no fueron siempre los mismos ni iguales sus secretos. La primera mención está asociada al riego. Porque en los años de la Colonia, la zona al sur de la Alameda (un riachuelo de nombre Cañada de San Francisco) fue subdividida en diversas chacras que llegaban hasta donde alcanzara el agua de la Cañada. El agua era clave en la naciente ciudad. El río Mapocho se reveló como insuficiente para dar abasto a una población creciente que no solo la requería para riego, sino que para consumo humano. Y había un tercer uso: el alcantarillado. Las acequias fueron contaminadas y se mantuvieron así hasta que desaparecieron en la década de 1920.
Para riego, una primera solución fue la construcción del Zanjón de la Aguada. De esa forma, las chacras pudieron crecer bastante más al sur. Pero luego el terreno fue subdividido, generándose sectores intermedios que carecían de riego directo. En 1822 se cita la construcción del nuevo canal San Miguel, o Canal del Socorro, también conocido como la “Acequia Grande”. Ese canal desembocaba en un molino ubicado en la actual Norte-Sur y que por esa época se llamaba calle Castro. El canal recorría todo el trazado de lo que actualmente es la calle 10 de Julio. A pesar del uso de los canales como alcantarillado, se intentó que el nuevo canal se mantuviera limpio, de tal forma que las aguas servidas que venían desde el norte de la ciudad desembocaban en el Zanjón de la Aguada. Para cruzarlo se construyeron las “bateas”, especie de puentes de madera. Sin embargo constantemente se tapaban y/o filtraban, vertiendo su carga orgánica.
Debido a su relativa limpieza, alrededor del canal San Miguel (sobre todo en su ribera sur) se fueron asentando un conjunto de ranchos, en lo que vino a ser la primera “toma”. El año 1843, un editorial del diario El Progreso decía que tales viviendas eran más “pocilgas de marranos que habitaciones de gente racional”. Esas invectivas no impidieron un inesperado poblamiento y al cabo de pocos años todo el sector entre el canal San Miguel y el Zanjón se llenó de ranchos. Pero a esa altura, los dueños de los terrenos ya estaban cobrando cuantiosas sumas por el uso del suelo. Por ejemplo, la familia Ovalle.
Todos usaban las aguas del canal para beber. Pero se perdió la regla de limpieza, convirtiéndose en caudal de aguas servidas. Esto se transformó en verdadera sentencia de muerte para los habitantes cuando se desataron las epidemias de cólera de 1868 y 1872. Al sector se le llamó “el potrero de la muerte”. Cuando Benjamín Vicuña Mackenna se convierte en intendente, construyó la Avenida Matta (Alameda de los Monos), para penetrar en ese mundo “desconocido y salvaje”. Posteriormente se decretó la eliminación de todos los ranchos de las inmediaciones del canal, que se desbordó en varias oportunidades. Una de las más recordadas fue en 1900, cuando se convirtió en un correntoso río. Actualmente, todavía existe el canal entubado bajo el pavimento.
Quizá por lo anterior fue ese el lugar elegido por Oscar Azócar para instalar, en el año 1925, una funeraria que lleva su apellido y que sigue ubicada en el mismo lugar. Antiguamente su vecino era una farmacia. La farmacia se transformó en botillería y supongo que también han compartido clientes con Azócar.

EL BURLESQUE Y OTRAS DIVERSIONES
Es difícil saber desde cuando se instaló el comercio sexual en el barrio 10 de Julio. Con seguridad, era una de sus formas de sobrevivir a finales del siglo XIX. Al menos desde principios del siglo XX se le cita por aquello y algo queda hoy. Caminar de noche por 10 de Julio lleva a ver escenas lamentables: mujeres y travestis con poca ropa, incluso en invierno, deambulan frente a los que de día son talleres mecánicos, a la espera de clientes. Pero no siempre fue así, y parece que en una época fue un lugar bastante concurrido inclusive por la elite. Se dice que un cliente famoso del lugar era el presidente Gabriel González Videla. Prostibulos que ya no están: Las 7 Puertas, La Nena del Banjo, El “Nunca se Supo”, y muchos otros en los callejones de Ricantén y Cuevas.
Contribuyó al glamour la fundación del teatro Burlesque, mítico espectáculo revisteril que estuvo en 10 de Julio 319 frente a la calle Cuevas. La elección del lugar, sin duda, tuvo relación con el comercio sexual. Muchas vedettes eran chiquillas del barrio, como las célebres Jenny y Gladys. Tuvo su apogeo en la década de 1940 y llegó a ser dirigido por Eugenio Retes, baluarte de chilenidad gracias a su película El gran circo Chamorro. Hay que decir que en realidad Eugenio Retes era peruano.
Pero no fue la única relación que tuvo 10 de Julio con el espectáculo. Está también el antiguo cine Portugal, inaugurado en 1936, sirviendo también para mítines políticos. Allí dio un discurso Salvador Allende. Denunció que un prefecto de Carabineros (coronel Alberto Apablaza) quería secuestrar al diputado electo Luis Espinoza. Allende se ganó una querella por injurias y calumnias. Pero la denuncia no era al voleo: días después a Espinoza lo detuvo la policía civil, lo que significó su salvación, porque los “tiras” se negaron a entregarlo a Carabineros. El motivo era que Espinoza había sido testigo de la masacre de Pampa Irigoin en Puerto Montt. El cine fue demolido en 1981.
Otro cine con historia es el Mónaco, ubicado en 10 de Julio con Arturo Prat, al interior de la galería Mónaco. Fue uno de los primeros en ser utilizado como lugar de reunión de opositores a la dictadura. Un dirigente sindical, Alamiro Guzmán de la Confederación Minera, tuvo la osadía de celebrar allí el Día del Minero, gracias al apoyo que tenía el dirigente en la Vicaría de la Pastoral Obrera. El cine al final de sus días derivó a la exhibición de películas eróticas. Murió a finales de los 80. Actualmente la galería, oscura y maloliente, solo alberga talleres. Tuve oportunidad de entrar al cine: como es subterráneo, el agua chorrea por sus murallas. Seguramente esa agua viene del canal San Miguel. El dueño es el Banco Edwards, que lo arrienda como bodega.
También ha habido literatura en 10 de Julio. El escritor Mario Ferrero, nacido y criado en el barrio, tiene uno de sus primeros libros publicado por una imprenta del sector. Se le recuerda poco, pero fue influyente en su época, amigo de Pablo de Rokha (lo acompañaba a vender sus libros), y fue funcionario del Ministerio de Educación. Se decía que dos mujeres se habían suicidado por él y que otras tres lo habían intentado. Una escritora (María Lefebre) quiso conocer al hombre que generaba tantas pasiones: se encontró con un tipo flaco, de bigotes y de baja estatura.

EN DOS O MAS RUEDAS
El cambio de rumbo más importante, y por el cual es ampliamente reconocida la calle 10 de Julio, son los repuestos de automóviles. El primer taller habría sido un local llamado 850, instalado por Antonio Castillo en 1952. La época era aún pletórica de placeres nocturnos, aunque el Burlesque había cerrado hacía poco. Castillo fue comprando locales. Instaló Japonsa, dedicada al rubro de repuestos japoneses. En esa época Japón era nuestra China: barato, masivo y de calidad discutible. Pero Castillo tuvo buen ojo con los japoneses. Debido a su éxito, muchos empezaron a imitar su idea de instalarse en el sector, por ejemplo el “742”. Actualmente, ya se sabe, 10 de Julio es una continua venta de repuestos, dos kilómetros y medio que pueden parecer un martirio a los clientes. Un rubro afín ya tenía un representante anterior: Gomilandia, desde 1948. Generó abundante tradición en el barrio, porque luego aparecieron la Casa de la Goma, Gomas Cruzeiro, Palacio de las Gomas, Pro Goma, etc.
Otro hito automovilístico de 10 de Julio fue la fundación del primer club de automóviles antiguos. Esto ocurrió el año 1967. Joaquín Lewin, dueño de Tuperac, publicó un aviso invitando a la gente a conocer un “museo” con seis modelos antiguos que tenía en su local. La gente que llegó formó la agrupación, que ha cobrado auge entre los amantes de los autos, al punto de triunfar varias veces en carreras de autos antiguos.

RICARDO CHAMORRO

(Publicado en  “Punto Final”, edición Nº 860, 16 de septiembre 2016).

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