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El país del silencio
Hace poco vi el documental de Marcia Tambutti, Allende, mi abuelo Allende. Muy bueno y emotivo. Pero esta no es sólo una película sobre su abuelo, sino sobre el silencio. La familia Allende no fue la única que después del golpe cayó en el mutismo, como Marcia lo dice. Creo que nos pasó a todos de una u otra manera.
En muchas familias no les hablaban a los hijos de sus padres asesinados o desaparecidos por la dictadura. Incluso les mentían, les decían que su mamá había muerto en un accidente o que su papá estaba trabajando en Argentina. Sería por razones de protección para los que estaban en Chile, o para no provocarles a los niños mayores angustias, o por no verse discriminados si el resto de la familia era de derecha.
En el caso de los descendientes de Salvador Allende es más difícil entenderlo. Pero bien por Marcia Tambutti. Es un esfuerzo enorme e importante para la historia. Tal vez un trauma tan violento y profundo nos dejó a todos noqueados. Y en la familia Allende las tragedias han sido demasiadas.
Es que fue duro, muy duro. Muchos perdieron a sus hijos, a sus padres, a sus hermanos. Pero todos nosotros perdimos nuestros referentes, nuestros proyectos de vida. El presidente muerto, los amigos muertos, muchos compañeros heroicos continuaron luchando y ellos también murieron. Se nos marchitó el alma. Lo que perdimos fue demasiado. Estábamos construyendo un mundo nuevo y se nos deshizo entre las manos.
¿Qué nos quedó? El silencio, el triste y oscuro silencio. Chile se convirtió en un país de gente gris, callada, de niños a los cuales no se les decía nada. Los niños sospechaban, intuían cosas terribles y eso los hizo desconfiados, taciturnos, silenciosos, también rencorosos porque vislumbraban que sus familias les ocultaban algo.
Chile es un país en que se perdió la fraternidad, se perdieron los abrazos. Quizás la vida en dictadura y especialmente la clandestinidad, enseñó a muchos compañeros a no buscarse, ni siquiera a mirarse, a huir de la amistad, del afecto, de la comunicación humana, les enseñó la soledad, la suspicacia y la cautela.
También hubo un eficiente lavado de cerebros. Lo empezó la dictadura y lo continuó la Concertación al acabar con la prensa independiente que hubo incluso en la clandestinidad. El mundo conocía lo que estaba pasando aquí, menos los chilenos del interior. Pero a esta altura nadie puede alegar ignorancia, ya todo se sabe, todo se ha desclasificado y cada día se sabe más.
El odio de la derecha, a veces de gente humilde que es de derecha, extraña y desconcierta, porque los gobiernos de la Concertación y de la Nueva Mayoría no han tocado ninguno de sus intereses fundamentales. Quizás sea algo de ese silencio que cayó como una lápida sobre la sociedad chilena; tal vez a ellos también les ha afectado de alguna manera. Muchas familias, muchas amistades se rompieron, es verdad.
Los que estamos fuera de Chile respiramos, entre los chilenos, un aire más sano, más limpio. Contaminado por el humo, sí, pero con menos odio. Quizás somos más amistosos, más fraternos. La primera vez que fui a Chile me di cuenta de que no había querido volver al país sino al pasado. Y de ese pasado no encontré nada.
Chile es un país raro. Hay muchas cosas incomprensibles: el racismo, el clasismo, la idea de ser superior al resto de América Latina, lo que obviamente no es cierto. Porque Chile se quedó aislado y atrasado durante la dictadura y no se ha podido recuperar: fueron muchos años de oscuridad. Se ha impuesto un pensamiento empobrecido y ramplón, unas formas de expresión vulgares, chabacanas.
Sin embargo, los sueños se heredan. Los jóvenes los van a hacer realidad; no será fácil, pero lo lograrán.
Y no sólo va a ocurrir en Chile sino en el mundo entero. Basta mirar lo que pasa en Europa. Los franceses están defendiendo sus derechos laborales con furia inusitada. Los ingleses se han atrevido a dar un salto al vacío, de consecuencias imprevisibles, pero han saltado. En España un partido creado hace dos años, con 73 diputados constituyéndose en la fuerza del futuro.
Lo que resulta de todo esto es que hay que atreverse, hay que arriesgarse. Porque el que no se arriesga no pasa el río. Pero, ¡cuidado! Quienes no son capaces de darse un abrazo, no deben ir a la batalla juntos, porque serán derrotados.
Margarita Labarca Goddard
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 859, 2 de septiembre 2016).
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