Punto Final, Nº 859 – Desde el 2 hasta el 15 de septiembre de 2016.
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Silva Acevedo, Premio Nacional


El poeta Manuel Silva Acevedo (74) fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura 2016. Autor de numerosa obra, pertenece a la llamada generación del 60 o La diáspora. Nacido el 10 de febrero de 1942 en Santiago, publicó su primer libro, Perturbaciones, en 1967. Su obra más trascendente, según la crítica, ha sido Lobos y ovejas (1972). La ensayista Adriana Valdés afirma sobre ese texto que es “un poema a la vez mínimo y escandaloso, un pequeño clásico en sordina, un hito en la literatura chilena”. El año pasado se publicó su antología Punto de Fuga (Ediciones UFRO, Temuco).
¿Cómo recibe el premio? ¿Lo esperaba?
“Lo recibo como la culminación de cincuenta años dedicados al oficio de la palabra. Lo deseaba, cómo negarlo. Pero veía difícil su obtención entre otros 17 postulantes con sus propios méritos”.
¿De qué manera cree que este reconocimiento influirá en su trabajo poético?
“Me encuentro en una etapa de la vida en que más bien uno hace el recuento de sus experiencias y trayectorias. Mi libro Antes de doblar la esquina está escrito bajo esa mirada. Y es probable que mi escritura se encamine en esa dirección, aunque no niego que puedan brotar otros temas e inspiraciones”.
¿Considera que debería devolverse la anualidad al premio y realizar una reestructuración en la configuración del jurado?
“Por ahí leí hace un tiempo que los Premios Nacionales podrían pasar al Ministerio de Cultura. Eso sería un primer paso de toda lógica. Ahora bien, la anualidad de un Premio Nacional de Poesía vendría a satisfacer un clamor generalizado y estaría a la altura de un país que ha producido dos Premios Nobel. Así, se podría atemperar la frustración y el enojo de los numerosos postulantes que no lo reciben pese a sus reconocidos méritos. En cuanto al jurado, pienso que uno formado por personas que han recibido el premio o que pertenecen al mundo de la literatura y la academia estaría en condiciones de discernir el galardón, sin necesidad del actual concurso de antecedentes que aglomera ante las ventanillas del Estado a un conjunto de poetas, hombres y mujeres, en busca de una pensión de gracia. También este hecho -hasta cierto punto indigno- genera frustración y resquemor y puede fomentar una suerte de guerrilla literaria”.
Desde la aparición de “Lobos y ovejas” ha publicado con intervalos más o menos constantes. Tres a cuatro libros por década. ¿Planea seguir ese ritmo?
“¡Cómo saberlo! Me conformaría con poder continuar escribiendo según mi propia necesidad de expresión. Ahí se verá”.
Se han producido controversias respecto al estado de la poesía chilena. ¿Cuál es su visión?
“Cuando escucho voces como la de Rafael Rubio me siento optimista sobre el futuro y destino de la tradición poética en Chile. No conozco demasiado lo que se está escribiendo, aunque he participado como jurado en algunos concursos, en Como Predicar en el Desierto y algunos certámenes de poesía escolar patrocinados por la Fundación Neruda. Allí he encontrado algunas escrituras prometedoras. Eso sí, me importa señalar que la poesía debe intentar expresar aquello que se deja entrever en la realidad que nos toca vivir, pero llevándolo a un plano por sobre lo fácil, pedestre y a veces hasta ordinario; a un plano tal vez arquetípico donde lo simbólico dice más que lo obvio. Dejar que imágenes y palabras emerjan del inconsciente, donde se atesora lo inexpresable”.
Usted pertenece a la llamada “generación del 60”. ¿Cuál diría que es el mayor legado de ésta?
“La devoción por la poesía, la persistencia en la escritura, la fraternidad y el respeto por la tradición, que es la que sostiene este discurso que escribimos entre todos. Y la permanencia en el oficio del arte de la palabra”.
En Chile están cuestionados la clase política, el sistema de pensiones, la salud, la educación, etc. ¿Cuál es la posición del poeta Manuel Silva Acevedo ante esto?
“Cuando las contradicciones, los abusos y la pérdida de confianza se hacen insoportables, el pueblo toma la palabra e impulsa las transformaciones que en justicia no pueden aplazarse. Veremos qué pasa en los próximos años, si la mayoría de los chilenos impone su ideal de justicia social e igualdad, o si los reaccionarios de siempre intentan apagar el fuego con gasolina”.

ALEJANDRO LAVQUEN

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 859, 2 de septiembre 2016).

 

Usted publicó un poema en homenaje a Augusto Carmona, el dirigente del MIR asesinado por la dictadura. ¿Cómo recuerda esos tiempos de amistad y sueños compartidos?
“Nuestra amistad nació en el viejo Instituto Nacional y aunque yo cursaba dos años por debajo del curso de Augusto (el Pelao, como le decíamos los amigos), en la Academia de Letras se borraban las diferencias de curso y edad. Además, compartimos el mismo segundo apellido: Acevedo. Pero de todos nosotros, el que tenía una auténtica y decidida vocación social y política era Augusto. El Pelao no perdía el tiempo. Entró a estudiar bibliotecología, pensando en contar con ingresos. Luego pasó a periodismo, que era su verdadera vocación. Como periodista fue jefe de prensa del Canal 9 de la Universidad de Chile y presidente del sindicato de trabajadores del canal. Asimismo, colaboraba en la revista Punto Final y reporteó en Bolivia tras la muerte del Che y la prisión de Régis Debray. En Cuba entrevistó a Fidel Castro. Su alegría y entusiasmo de vivir eran contagiosos. Llegaba a nuestras fiestas y malones con sus propios discos de salsa y merengue y bailaba sin parar. Pero su corazón le jugó en contra y se le implantó una válvula artificial. Tampoco eso lo detuvo. Fue un amigo sin par, me acogió en su departamento luego de mi separación y creo que su ejemplo me llevó a militar en el MIR hasta el triunfo de Salvador Allende, cuando decidí trabajar en el gobierno, en la Editorial Quimantú. Durante la dictadura, muchas veces se alojó en mi casa, con su mujer y su hijita. Entonces lo oía teclear toda la noche preparando informativos que luego saldrían al exterior. Una semana antes de su asesinato, estuvo de visita en mi casa y compartimos un vino y un asadito que devoró con inigualable apetito.
Lo mucho que lo quise y que lo quiero lo expresé en un poema”.

En memoria de un héroe
de la resistencia (*)

En muchos años más,
cuando el mundo no sea más vasto
que una aldea,
tal vez habrá un solo pueblo unido
sobre la tierra
y quizás la bandera del hombre
será izada los domingos en la plaza
y aunque no sé cuáles serán sus colores,
presiento, Augusto, hermano mío,
que el color de tu sangre
estará estampado en el emblema de la libertad.

Una imagen tuya, mi noble y valeroso compañero,
me ha quedado grabada para siempre:
es la fotografía de un pasquín vespertino 
que anuncia tu muerte en un supuesto “enfrentamiento”
el día 7 diciembre de 1977,
cuando en verdad fuiste acribillado por la espalda.
Imposible olvidarte, amigo del alma.
Imposible olvidar tu entusiasmo y alegría.
Imposible olvidar tu pasión por la vida
y por la causa que abrazaste desde muy joven.
Imposible olvidar tu generosa entrega
por la que diste la vida.

(*) Tomado de Antes de doblar la esquina (Camino del Ciego Ediciones, Los Angeles, Chile, 2016). 

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 859, 2 de septiembre 2016).

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