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¿Estamos enloqueciendo los chilenos?
El horrendo caso de Nabila Rifo pareció cerrar un capítulo de violencia demencial. Sin embargo, la espiral parece no tener límite. A diario se registran nuevos casos de agresividad. Madres que matan a sus hijos. Maridos que asesinan a sus esposas. Hijos abusados por sus progenitores. El gobierno anuncia el aumento del número de policías. Las empresas invierten en nuevos y sofisticados sistemas de seguridad. La vida cotidiana no es amigable. Ni segura. ¿Estamos aumentando el índice de patologías mentales? ¿Tiene relación el modelo económico-social vigente con este estado de cosas?
UNA HISTORIA OSCURA
Dos mujeres mueren acuchilladas por sus maridos en el Día de los Enamorados. Una pareja de ancianos es asesinada en la playa de Loncura. Una nana maltrata brutalmente a un bebé a su cuidado. Bandas juveniles azotan Viña y Valparaíso. Las detenciones ciudadanas suman y siguen. Un profesor jubilado -que dictaba cursos prematrimoniales- mata de una estocada a su esposa, con la que tenía 35 años de vida conyugal.
Asesinan a travestis a diario; se abusa de niños y jóvenes, se maltrata salvajemente a animales. Un minusválido es lanzado desde un bus del Transantiago por pasajeros en complicidad con el chofer. Las escuelas y liceos se han convertido en campos de batalla. Bullying es una palabra cotidiana que apenas ilustra la ferocidad de los ataques. Se ingiere drogas y alcohol hasta “borrarse” en pubs y discotecas en happy hours que al amanecer más bien parecen películas de terror…
Diversos pleitos entre internos y gendarmes ocasionan un incendio en la cárcel de Colina, donde mueren ochenta reclusos. Los integrantes de una secta sacrifican a un recién nacido en un macabro ritual: su líder, apodado Antares de la Luz, termina suicidándose. Las denuncias sobre abusos sexuales, así como la prostitución y la pornografía con niños y jóvenes son pan de cada día.
El cura católico Gerardo Joannon manejaba una cadena de adopciones en complicidad con un obstetra y los padres de las jóvenes, para ocultar nacimientos no deseados. La ciudadanía comienza a tomarse justicia por sus propias manos -ante la existencia de tantas puertas giratorias- y no sólo apresa a los delincuentes, sino que los castiga con violencia inusitada.
La población chilena está seriamente endeudada. Tiene trabajos precarios, salarios insuficientes, horarios laborales extenuantes; viaja demasiadas horas para llegar a su trabajo, y luego para regresar. La mujer sigue desempeñando una doble jornada laboral. Deja a sus hijos en manos de extraños o solos. La inserción plena en jardines infantiles o guarderías es todavía una tarea pendiente. El padre -muchas veces ausente- gana apenas lo suficiente para solventar las necesidades de su familia. Agobiados por el tránsito, las exigencias de su trabajo, los apremios de sus acreedores y las cuentas por pagar, apenas tienen tiempo para compartir con sus familias.
En los sectores más pobres la violencia tiene la cara de los encapuchados que incendian, saquean, violan y asesinan. Es su respuesta ante un modelo que les cierra las puertas a ellos y a sus familias disfuncionales, que completan la tarea del delito y la marginalidad. Las bandas de narcotraficantes se pelean a vista y paciencia de las familias, disparando a diestra y siniestra balas locas que muchas veces dan en un blanco humano. La violencia intrafamiliar es reportada a diario por la crónica roja. Padres violan a sus hijas. Maridos matan a sus mujeres. Ellas hacen lo propio.
En los niveles socio-económicos más altos la violencia se disfraza. Pero existe igualmente. Sólo que las influencias y el poder suavizan sus efectos. El narcotráfico -y el tráfico de influencias- entre otros tráficos; la corrupción y otros delitos de “guante blanco” disfrazan sus patologías. Los niveles de ingestión de drogas y alcohol son altísimos y las fiestas juveniles, verdaderas orgías.
Las noticias dan cuenta de patologías severas que nos hablan de conductas preocupantes, que crecen significativamente y que se acentúan en crueldad y ensañamiento: niños de la calle viven inhalando solventes y son explotados sexualmente; numerosas muertes de niños en el Sename no son investigadas oficialmente; el asesinato de una joven que integraba una secta en el norte y cuyo tatuaje llamó la atención de la policía. Los crímenes de la moderna Quintrala, mujer inteligente, astuta y fría, que planificó y ordenó la muerte de numerosos familiares. Un joven que apuñala a dos mujeres. Una muere y la otra está muy grave.
Denuncias de pedofilia contra sacerdotes, maestros, transportistas y en el propio Sename. El bullado caso Spiniak, que involucró a políticos y empresarios prominentes; el caso Matute Johns; el crimen del niño Anfruns; las redes de explotación infanto-juvenil y el horrendo caso del joven Zamudio. Los preocupantes índices de depresión juvenil; la ingestión de alcohol y drogas tradicionales y sintéticas entre adolescentes; el aumento en las cifras de femicidio; el irrespeto por los adultos mayores; la ola de violencia e irracionalidad en los estadios, así como el fanatismo hacia artistas y la idolatría por deportistas, son solo la punta del iceberg de una sociedad enferma.
Los casos aún no esclarecidos de detenidos-desaparecidos; los miles de torturados -en medio de aberraciones-; el caso de los jóvenes quemados; los profesores degollados; mujeres embarazadas, torturadas y luego asesinadas; los secretos de la Colonia Dignidad. Los altísimos ratings de teleseries cuya temática es alguna patología como El laberinto de Alicia, Alguien te mira, ¿Dónde está Elisa?, Vuelve temprano y No abras la puerta hablan de una sociedad al límite de la salud mental.
VOCES QUE ORIENTAN EL AMANECER
Lo anteriormente descrito es el resultado de la imposición de un modelo de desarrollo neoliberal, cuyas características marcan la conducta de los seres humanos. Para la sicóloga analítica Angélica González Reyes, del Centro Terapéutico Raíces, “la familia es el núcleo de toda sociedad y sigue siendo el agente socializador más importante en la formación de niños y jóvenes. En los últimos años, la sociedad chilena se ha visto enfrentada a grandes cambios y a la necesidad de readecuar los patrones tradicionales a la realidad actual. Cabe mencionar que estos cambios se deben al proceso de modernización neocapitalista, que se instauró en Chile en la década de los 70. Este modelo obedece a las necesidades de internacionalización del capitalismo y generó cambios de largo alcance. Lo anterior tiene relación con el empeoramiento de los niveles de salud mental”.
La apertura de los mercados internacionales, la masificación crediticia, la mercantilización laboral, la privatización de las empresas y, muy especialmente, la incorporación masiva de la mujer al mundo del trabajo dieron una nueva fisonomía a la sociedad chilena. Angélica González anota que “ la mujer se ha incorporado notablemente al campo laboral, en horarios prolongados, descuidando así su rol de madre y de proveedora de cuidado, contención y afecto de los hijos, especialmente de niños y adolescentes”. Agrega: “A veces ella debe delegar esta función en terceras personas, pero otras veces, no lo logra. Esto expone a sus hijos, ya que el lugar de contención que representa el hogar, se debilita. En los sectores más pobres, los niños y jóvenes deben asumir más tempranamente la inserción laboral y la entrada abrupta en la adultez. Por el contrario, en los sectores de niveles más altos, se prolonga el periodo de preparación para la vida laboral y se alarga la permanencia de los hijos en el hogar”.
La sicóloga señala que “el paradigma neoliberal sería un nicho estructural de los desajustes sicológicos y sicosociales”, haciéndose eco de las palabras de Pablo Gutiérrez, académico y terapeuta respecto del aumento de las afecciones mentales en el país. Apunta que frente a los cambios “las familias no están cumpliendo bien su papel en lo que respecta a la formación y el desarrollo tanto síquico como afectivo-emocional de los niños y jóvenes, lo que provoca dificultades en el proceso de identificación y proyección, en la configuración de la matriz subjetiva, en relación con la internalización de las figuras de amor. Lo anterior produce un debilitamiento y empobrecimiento del yo”.
Según la visión de la terapeuta cada vez son más numerosas las madres y padres que presentan incapacidad para generar confianza y seguridad en los niños y jóvenes, obstaculizando el buen manejo de sus afectos y emociones, además de los impulsos tanto agresivos, como sexuales, procesos que son determinantes para la vida adulta de las personas. “Lo anterior -enfatiza- afecta el hacer y ser en el mundo, e incide en la calidad de las relaciones interpersonales”.
Piensa que el Estado debiera replantearse los efectos del modelo socio-económico vigente respecto de los efectos en la salud mental de los ciudadanos, con la finalidad de diseñar nuevas y eficientes políticas públicas destinadas -por ejemplo- a crear programas que promuevan la expresión de emociones y afectividad. “Vivimos -declara- inmersos en un clima de violencia: intrafamiliar, física, verbal, sicológica, sexual, de género. ¿Cómo un país piensa erradicar la violencia si opera con valores que promueven solamente el éxito material, en desmedro del valor intrínseco de la persona y las relaciones humanas? ¿Cómo mejorar el comportamiento social si la competitividad y el rendimiento reemplazan a la solidaridad?”, se pregunta Angélica González.
Piensa que es urgente “crear y desarrollar nuevas formas de abordaje e implementación para intentar salvar el equilibrio síquico y emocional de las personas, para que aprendan a realizar el complejo e infinito trabajo de comprender, escuchar y respetar. Es necesario que desarrollen la capacidad de aceptar la otredad, es decir lo distinto y diferente, respetando a la vez las diversas maneras de percibir el mundo; por lo tanto vivir y ser en éste, generando y promoviendo valores como la empatía, la solidaridad, la integridad y la dignidad, entre otros”.
Aludiendo a la pregunta respecto del nivel de patología mental de los chilenos, la terapeuta anota que la locura es un quiebre síquico, la tensión máxima de energía síquica desbordada, una alteración del juicio y sentido de la realidad… pero en palabras de Foucault (1960): “Los que tienen el poder son los que determinan lo que es normal, lo que es justo y lo que es verdad”. Cierra con la pregunta “¿Cuál es la causa del malestar tan característico de nuestra sociedad... ¿Cuál es el mayor síntoma? ¡La violencia social!”. Cita al sicólogo Pablo Gutiérrez: “Asistimos a una creciente falta de respeto de los derechos ajenos y un relajo de los deberes interpersonales, asociados a una exacerbación de la satisfacción de deseos”.
OTRAS VISIONES
A la maestra espiritual y canalizadora Patricia Maureira la situación de deterioro le parece perfecta… Señala: “Mi percepción del mundo es de aceptación. Veo y acepto el mundo tal como es. Veo la perfección en él y la perfección en los procesos humanos. Veo en la crueldad, el individualismo, la codicia, la violencia, el gran maestro silente de la humanidad: el dolor, con lo que se llega al cuestionamiento, a las preguntas, a la necesidad de cambio y finalmente al despertar y con este, a la paz interior; el despertar del amor en ti, y finalmente a la aceptación del mundo tal como es, porque comprendes la belleza que existe detrás de todo. Creo que estamos en un punto de no retorno de la Humanidad, porque este modelo llevará finalmente a los seres humanos a rechazarlo, porque nos llena de enojo, nos vuelve crueles, insensibles, individualistas. No digo esto como una crítica ni como un juicio, sino como una observadora que percibe que la Humanidad superará esta crisis y resurgirá. Nuestro planeta ha sobrevivido a muchas crisis y siempre ha evolucionado. Esta será otra fase evolutiva más”.
Patricia Maureira apunta que la clave del mejoramiento de la calidad de vida y salud mental de los humanos, y por ende de su felicidad, reside en incorporar la dimensión espiritual a sus vidas. “Si se les enseñara a las personas a ir hacia adentro, a conocerse, a darse cuenta de que no necesitan nada para ser felices, porque ya lo son... se caería todo el sistema levantado para acumular objetos y lo más probable es que no hagan falta ni gobiernos, ni leyes, ni policías, ni nada. Reinaría la paz y seríamos capaces de compartir todo aquello que pudiéramos crear desde nuestro ser”. Una mirada -sin duda- interesante y que invita a reflexionar.
Para el académico y doctor en ética y democracia, Alvaro Ramis, “las cifras de patologías mentales, enfermedades sicosomáticas y otros procesos de daño a la salud mental de la población, son preocupantes”. Piensa que la situación es multicausal, con una raíz clara en las condiciones de precariedad en la reproducción de la vida, impuesta por lo precario del sistema laboral, la ausencia de protección social, la competitividad exacerbada, la falta de espacios de contención y redes sociales de apoyo basadas en lazos de confianza.
Respecto de una pérdida de valores y humanidad, Ramis explica que “los valores no existen en sí. Los seres humanos estamos valorando permanentemente. Estas valoraciones cambian. Y por ello cambian los valores. Nunca dejamos de valorar. La pregunta es, ¿qué valoramos?¿Valoramos más el status que otorga el dinero o el mérito que aporta la virtud?¿Valoramos más la imagen, la forma de las cosas y las personas, o su sustancialidad, su entidad? En una sociedad mercantilizada es claro que las valoraciones sociales son mercantiles”.
“La Humanidad es todavía algo que hay que humanizar” -nos responde con la frase que pertenece a Gabriela Mistral. Y tiene razón: “Los seres humanos estamos siendo desafiados a humanizar nuestras relaciones intersubjetivas de forma permanente. La pregunta es si avanzamos en ese objetivo o retrocedemos. En Chile se han deshumanizado las relaciones sociales, producto de la mercantilización de las distintas esferas. La educación, la salud, el trabajo, la cultura, la política. Todas estas esferas deberían regirse por criterios distributivos de reciprocidad y justicia, pero han sido reducidas a la esfera de los intercambios monetarios, lo que nos cosifica y reduce y explica esta deshumanización”.
Para Alvaro Ramis la salida a esta crisis de la sociedad chilena es política y educativa a la vez. Expresa que “como dice Cornelius Castoriadis, no podemos someter a la totalidad de los individuos de la sociedad a un sicoanálisis. De donde surge el rol enorme de la educación y la necesidad de una reforma radical de la educación, realizar una verdadera paideia -como decían los griegos- de la autonomía, una educación para la autonomía y hacia la autonomía, que induzca a aquellos que son educados -y no solamente a los niños- a interrogarse constantemente para saber si obran con conocimiento de causa o más bien impulsados por una pasión o un prejuicio”.
Este proceso de autonomía es un proceso político de construcción de pensamiento propio, de voluntad de ser él mismo, fuera de los condicionamientos del mercado.
SOFIA CACERES
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 859, 2 de septiembre 2016).
Cifras preocupantes
Según estudios especializados, Chile registra altas tasas de enfermedades mentales. Casi duplica a EE.UU. en materia de depresión. La tasa de suicidios supera el promedio de los países de la OCDE y es la segunda causa de muerte en Chile, entre personas de 20 y 40 años.
La Encuesta Nacional de Salud de 2009 señala que el 17,2 por ciento de la población chilena mayor de 15 años ha presentado síntomas depresivos en el último año. Ocupa el tercer lugar a nivel mundial que sufre de esta afección. Es uno de los más altos de América Latina.
El ausentismo laboral por problemas de salud mental se estima entre 35 y 40 por ciento y las licencias de este tipo corresponden al segundo mayor gasto entre aquellos que son tratados.
Chile es el segundo país de la OCDE que más ha aumentado su tasa de suicidios durante los últimos quince años.
Chile tiene altas tasas de enfermedades mentales, siendo los trastornos más prevalentes los de ansiedad y los abusos de sustancias y alcohol.
El 20 por ciento de los chilenos tiene sintomatología depresiva significativa, según la Encuesta Nacional de Salud de 2010. Este porcentaje aumentaría al 40 por ciento por los que consultan por diversas causas en los establecimientos de atención primaria. Un 80 por ciento de los casos no son pesquisados, según revela el director de la Clínica Siquiátrica de la Universidad de Chile, Paul Voringen.
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 859, 2 de septiembre 2016).
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