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El primer Nobel a Latinoamérica
GUSTAVO V de Suecia entrega el Premio Nobel a Gabriela Mistral.
Gabriela Mistral honró a Chile y a su pueblo hace setenta años al recibir en 1945 el primer Premio Nobel de Literatura otorgado a una mujer que escribía en castellano. Gabriela recibió la noticia cuando se hallaba en Petrópolis, Brasil.
Gabriela Mistral partió a Estocolmo el 18 de noviembre. Por curiosa coincidencia, el vapor sueco que la llevó a Estocolmo se llamaba Ecuador. Ante la corte sueca, Chile estaba representado por el ministro plenipotenciario Enrique Gajardo Villarroel, quien debía recibirla en Estocolmo.
El diploma le fue entregado por el rey Gustavo V de Suecia el 10 de diciembre, en el Palacio de los Conciertos de Estocolmo. La Academia Sueca señalaba en uno de sus fundamentos que la poesía de Gabriela Mistral está “inspirada por poderosas emociones y que ha hecho de su nombre un símbolo de las inspiraciones idealistas de todo el mundo latinoamericano”, lo cual reconoce esa condición de latinoamericana universal que posee la poetisa. Ella en su muy sobrio discurso lo reafirmó, reconociendo la ausencia de fronteras idiomáticas entre los países de lengua castellana y portuguesa, cuando se proclamó en Estocolmo “la voz directa de los poetas de mi raza y la indirecta de las muy nobles lenguas española y portuguesa”. Esa condición de patriota americana no la abandonó jamás, como lo corroboró en su discurso en la Unión Panamericana, Washington, un día de marzo de 1946:
“No soy una patriota ni una panamericanista que se endroga con las grandezas del continente. Me lo conozco casi entero desde Canadá hasta la Tierra del Fuego; he comido en las mejores y las peores mesas; tengo esparcida en la propia carne una especie de limo continental. Y me atrevo a decir, sin miedo de parecer un fenómeno, que la miseria de Centroamérica me importa tanto como la del indio fueguino, y que la desnudez del negro de cualquier canto del trópico me quema como a los tropicales mismos”.
Lo que Gabriela llama limo continental del que está amasada y que le oscurece la tez, es además un compromiso visceral con los problemas, necesidades y sueños de América.
De los días de la Mistral en Estocolmo dio testimonio muchos años después Beritta Sjörberg, ya octogenaria viuda del diplomático chileno Francisco José Oyarzún. Entonces secretaria administrativa en la legación chilena en Suecia, fue acompañante y traductora de Gabriela Mistral. La recibió en cuanto arribó la motonave Ecuador, a un par de millas del puerto de Gotemburg. La segunda guerra había terminado hacía unos pocos meses y Europa sufría sus trágicas secuelas.
Como Gabriela Mistral no llevaba un vestido para la gran ceremonia de los premios, le pidió a Beritta Sjörberg que le comprara uno negro, largo, de terciopelo. De varios escogidos por la joven uno le quedó perfecto. Días después en la tienda donde compró el vestido pusieron la foto de Gabriela con una nota: “Aquí se vendió el vestido de la Premio Nobel de Literatura” y a la secretaria le regalaron un ramo de flores, lo que en Estocolmo, en diciembre, es como regalar un diamante (con ese mismo traje vistieron a Gabriela cuando falleció).
La poetisa no sabía que tenía en Suecia tantos amigos, conocedores y difusores de su obra. Uno era el escritor Hjalmar Gullberg quien tradujo sus poemas y más tarde publicó una selección de textos en una lujosa edición de tres mil ejemplares.
Gabriela estuvo cerca de un mes en Suecia. Las universidades le solicitaban charlas, los embajadores querían conocerla y la prensa potenciaba su fama. Pero, a no ser que fuese realmente importante, no salía del Gran Hotel de Estocolmo.
NOMINACION AL NOBEL
Es bueno recordar que el crítico literario más prestigiado de Chile, Alone, la supo valorar muy temprano y vaticinó en 1926: “Quedan todavía recalcitrantes. Después de dos ediciones copiosas, difundidas por todos los países de nuestra lengua y aún más allá, la tercera los encontrará inmóviles en medio de la corriente de admiraciones que lleva a Gabriela Mistral hacia el Premio Nobel, si el Ministerio de Relaciones no olvida, prudentemente, presentarla”.
Pero su candidatura al Premio Nobel no surgió de Chile sino del reconocimiento americano, según lo explicó la propia Gabriela en una entrevista con la agencia United Press. Esto lo corroboró la periodista Lenka Franulic. En dicha oportunidad, la poetisa no olvidó que la iniciativa fue impulsada por su amiga la escritora ecuatoriana Adelaida Velazco-Galdós, quien escribió a don Pedro Aguirre Cerda, presidente de Chile. El presentó la candidatura de Gabriela Mistral ante la Academia de Estocolmo, luego de recibir la carta de Adelaida y de agradecerle su “feliz iniciativa”. El gobierno de Chile dirigió la edición masiva de los versos de Gabriela y su traducción a distintos idiomas y finalmente consiguió, tras siete años, que la Academia de Ciencias de Suecia concediera el Nobel de Literatura, por primera vez, a una latinoamericana.
Cuando Gabriela fue notificada oficialmente de la postulación, le escribió a Adelaida desde Niza, expresando algunas opiniones sobre sus poemas publicados en francés y agradeciendo la idea de los amigos ecuatorianos de reunirlos en un volumen. Su generosidad, desinterés y conocimiento de la literatura continental se revela cuando advierte: “Jamás (subrayado por ella) haré el papel de vocero de mi nombre literario ni de mi obra misma. Por otra parte, pienso que hay un buen número de escritores hispanoamericanos que merecen ser recordados por el continente para una representación de este género: Rómulo Gallegos, el novelista; Alfonso Reyes, el ensayista; Casiano Ricardo, el poeta épico del Brasil”.
Gabriela no tardó en expresar su gratitud a Adelaida Velazco-Galdós, un día después de su partida a Suecia, el 19 de noviembre de 1945, cuando le envió un escueto pero elocuente telegrama: “Toda la hazaña es vuestra. Cariños”. Chile le expresó su reconocimiento quince años después, cuando ya había muerto Gabriela. El cónsul chileno Pedro Zúñiga Arancibia le entregó la medalla Bernardo O’Higgins de primera clase, el 31 de marzo de 1960.
DIFICIL RELACION CON CHILE
Pasa el tiempo y es lamentable constatar que Gabriela Mistral fue malquerida y hasta denigrada por muchos en nuestro país, aun por quienes se consideraron sus amigos y admiradores. Con asombro leemos que en un diario de vida, Alone expresó su disgusto porque él le regaló una jarra y copas de cristal de Bohemia con guardas doradas, como una manera de agradecerle la hospitalidad que le brindó en Roma. A ella no le gustaba el oro y dio el regalo a la dueña de la casa. El crítico se queja con mezquindad y cursilería: “Ni una palabra, ni un gesto, ni una sonrisa de gratitud para atenuar la grosería, excusar el desastre. Es demasiado ordinaria, demasiado sirviente de casa pobre, campesina y rústica. No se puede alternar con una persona así, por muchos poemas sublimes que haya escrito y muchos Premios Nobel que le hayan dado. C’est fini”.
Es triste constatar la malquerencia que sufrió la mujer llamada por Violeta Parra Santa Mistral coronada, presidenta y bienhechora de la lengua castellana. Desde temprano fue víctima de la censura. Cuando monseñor Carlos Casanueva, rector de la Universidad Católica, opinó acerca de unos escritos que pensaba publicar en un volumen sobre la Virgen, ese sacerdote “no los halló ajustados a sana ortodoxia”, como dijo Pedro Lira Urquieta en la revista Finis Terrae Nº 12.
Pero mucho antes hubo una primera censura que le causó un daño tremendo, pues le impidió ingresar a la Escuela Normal de La Serena. Fue un castigo porque ella, poco antes, había fustigado con severidad a un sacerdote que fue injusto con el historiador liberal Barros Arana.
Las primeras ediciones de las obras de Gabriela no vieron la luz en su país natal. Desolación (1922) apareció en Nueva York, gracias a la iniciativa del crítico Federico de Onís. Fue un joven estudiante de dieciocho años, Arturo Torres-Rioseco, quien llevó a Nueva York los poemas de Gabriela. Ternura (1924) fue publicada en Madrid por Saturnino Calleja, el editor de los cuentos que nutrieron la imaginación de los niños de varias generaciones. Tala (1938) salió en Buenos Aires, en la Editorial Sur, por determinación de su amiga Victoria Ocampo.
Una sola obra poética de Gabriela apareció primero en Chile: Lagar, en 1954, nueve años después de haber recibido el Premio Nobel. Pero el editor se permitió hacer una selección y retirar parte del conjunto. Con motivo del centenario de su nacimiento, se publicaron los poemas inéditos, Lagar II, en Santiago. El Poema de Chile, póstumo, (1967), vio la luz en Barcelona.
Virginia Vidal
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 842, 3 de diciembre, 2015)
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