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Canciones desde la comarca sísmica
MAURICIO Castillo (Chinoy): canciones con filo.
A Chinoy el terremoto del 16 de septiembre lo pilló en el departamento que arrienda, en el octavo piso de un edificio céntrico de Santiago, leyendo un libro de poesía de Hernán Castellano Girón titulado Coral de invierno. El piso se cimbró largamente, como un péndulo que presagiaba lo peor. Finalmente se aquietó. La destrucción quedó para el Norte Chico y algunos puntos del litoral. Chinoy ahora toma el libro y repara en que el autor es oriundo de Coquimbo, precisamente uno de los lugares afectados por ese estiramiento de la Tierra, como alguna gente dice.
Movedizo pero todo calza. A Chinoy le pertenecen estos versos: “Se apagó la luz, sonaron los corazones/ y la mar entró después de los tiritones/ No nos dieron misa, partimos al firmamento/ A brillar, a brillar, porqué no, hasta el fin de los tiempos// En tierra quedaron las normales maldiciones/ Unos en la nada y otros hablando a montones/ Todo va de prisa pero los dolores lentos/ Seguirá la brisa, rasguñando los pavimentos”. Es la canción “Terremoto”, uno de los momentos álgidos de De Loco Medieval (Música del Sur/Sudamerican Records, 2015), reciente trabajo discográfico facturado por el delgado cantautor, nacido como Mauricio Castillo hace 33 años en las colinas que rodean al puerto de San Antonio. Otro remezón. Es un disco que lo trae eléctrico, apoyado por los músculos de una banda que suena rockera, alejándolo de su acostumbrado rasgueo con guitarra de palo. Notable pervive su capacidad de sumar y yuxtaponer imágenes, para construir relatos como el reseñado, manifiestos individuales o celebraciones del amor.
“La canción proviene de 2010, escuchando las primeras noticias del tsunami, en Valparaíso. Yo estaba muy conmovido. Pensé en un consuelo, juntando varias cosas. De lo violento que puede ser la muerte, poder resucitar y una voz desde el otro lado que narra lo que está viendo”, cuenta. El tema se nutre, entre otras, de la historia del joven José Luis León que murió aplastado por una escalera en el derrumbado edificio AltoRío, en Concepción.
UN LECTOR HURAÑO
Singular desde sus primeras apariciones en bares y recitales de pequeña convocatoria en Valparaíso, a mediados de la década pasada, el debut discográfico de Chinoy, Que salgan los dragones (Quemasucabeza, 2009) duplicaba el desafío. En la era de difusión a través de Internet, con decenas de canciones dando vueltas ya en radios comunitarias, computadores y lectores de mp3, el flaco facturaba un puñado de temas casi desconocidos, a caballo de guitarra acústica y un piano ocasional y sonámbulo. En 2010, apareció Chinoy en Bogotá, disco en vivo que quizás remendaba la ausencia en formato CD de clásicos under como “Valpolohizo”, “Carne de Gallina” y “Vamos los dos”. Recibió el elogio de compañeros de generación. Su canción “Para el final” cerraba La buena vida, filme de Andrés Wood. Apoyado por la productora porteña Música del Sur, Chinoy desplegó presentaciones por Chile y arribó no sólo hasta la capital colombiana sino a sitios como Buenos Aires, Shanghai y Barcelona. Se mudó desde Valparaíso a Santiago, y comenzó a llenar salas y teatros grandes, pese a nunca abandonar el circuito de bares, actos solidarios y sitios alternativos.
Sin embargo, en De Loco Medieval puede escucharse “Vengo de la tierra dije”. Postales de un San Antonio cerril, popular. Chinoy canta ahí: “...Vengo de la tierra dije/ De la pobreza mundial/ Donde el corazón se rige siguiendo migas de pan/ Donde la madre resiste, llorando tras el cristal/ con cabellera de mimbre y deuda sentimental// Vengo de la tierra dije/ de la guerra, de la paz/ de las pobladoras tristes/ por hijos sin trabajar/ Donde pasa lo que dije/ y siempre vuelvo a pasar/ por el paisaje invencible/ de los ojos sin pensar”.
“San Antonio es mi punto de crianza, y soy de allí adonde me pongan en el mapamundi”, complementa. “Hay algo de nostalgia en ese tema. También de la amistad. Siempre que me doy una vuelta por ahí, paso a saludar a mis amigos. Soy de ahí y estoy muy contento de serlo; de nacer de gente tan vigorosa y sencilla. San Antonio tiene como un tedio mágico. Como que no pasa nada, se vive muy bien el día, con tan poca bulla y tan poca pretensión”.
Le comento de la entrevista a Roberto Bescós (PF 835), un conocido suyo, también agudo observador del puerto. A través de sus recuerdos, a Chinoy se lo puede reconstruir, como si se tratara de una novela de formación: “A don Roberto lo conozco hace tiempo, cuando yo tenía 19-20 años. Lo veía mucho en la biblioteca porque, en esa época, yo también iba harto por ahí; caminábamos y conversábamos. El estaba enfermo de la tiroides pero, de repente, milagrosamente, se transformó en el poeta enérgico y simpático: un poeta de la juventud. En esa época todavía no se hacían los módulos (del Paseo Bellamar). Había un sendero de tierra, con árboles y unas casitas para los artesanos. En una estaba Bescós y lo visitaba. Yo quería ser poeta... Aunque había talleres de poesía nunca quise ser parte. Una vez estuve cerca de los mesones donde sucedían. Más bien era un lector huraño y apartado y nunca mostré mi poesía a nadie. Creo que finalmente era un entrenamiento para volverme letrista. Leía mucho... A Rimbaud, Huidobro, Neruda, De Rokha, Verlaine, Walt Whitman, Oliverio Girondo; a los clásicos griegos. Leía hasta filosofía y economía”, abunda.
Originario del cerro Placilla, el músico agrega otra anécdota. “Yo tuve un tiempo en que se me declaró cierta locura. En el barrio tenía mala fama. Primero de ebrio, lo cual algunos lo celebran y otros lo repudian. Me miraban como el niño perdido y algunos tíos no me querían cerca del club deportivo Cóndor, que es al que pertenezco. Pero un día, llegué a mi casa, mi mamá me estaba esperando y estaban todos los viejos del club afuera. Uno que me ve bajar del auto, dice: ‘Miren, ahí llegó Chinoy: lo más grande que ha salido del cerro’, y se pusieron a aplaudirme los abuelos de la población. Fue muy bonito”.
SANTIAGO Y LA RABIA
Chinoy mira por la ventana. Hay ruido de betoneras y maquinaria. El día está gris. Parece que va a llover. El paisaje vertical de Santiago lo rodea. De este entorno surgen canciones como “Camila sencilla”, del nuevo disco, una tenue canción de amor, dedicada a una mujer en la estación Baquedano que “camina, secreta entre los carros del andén/ Camila sencilla/ tus ojos no han parado de saber”.
“Esta es una ciudad bonita. Cada comuna es como una provincia; entonces se puede vivir en ella como en cualquier lugar, alejado del estigma de la gran capital”, comenta. Sin embargo, a poco andar, las palabras del cantautor se enrumban por derroteros más cáusticos. “Veo a Santiago un poco dividido; la gente debe trabajar muy lejos de sus comunas. Es ridículo. La gente debiera conocer a sus vecinos. Esto genera una crisis de responsabilidad con el lugar en el que habita. Veo a la gente triste, estresada; hay mucho enojo, descortesía. Estamos en una crisis de cortesía”, dice.
Es que quien haya puesto oídos a canciones antiguas de Chinoy, como “Que salgan los dragones” o “Señores de las mil nalgas”, le va a quedar claro que la exasperación ante el sistema es una corriente que agita profundamente su material. Una rabia social que no tiene salida por cauces institucionales. En el nuevo disco, decibeles mediante, aparecen botones de muestra como “Para la risa una revolución”, “De Loco Medieval” y “A velocidad”.
CHATURA EN LOS MEDIOS
A pesar de ser un ejemplo de los músicos chilenos cuyo trabajo se difunde masivamente fuera de la radio y televisión comerciales (es cosa de constatar sus discos “no oficiales”, compilados por seguidores, descargables gratuitamente desde Internet), el “grillo sanantonino” también tiene palabras sobre la dislocación mediática chilena con sus artistas:
“Hay muchas iniciativas por amor al arte. Gente que arma conciertos en provincias. Le mandas el afiche por Internet, y ellos se dan el trabajo de imprimir y pegarlos en las paredes. Es una noción de comunidad fuera del negocio... Pero no hay ningún periodista, en los medios más grandes, que realmente sepa y se interese por la música. En las radios, te tiran diez minutos donde los tipos se hacen los graciosos; hay una conversación apurada y se ponen a mirar el celular cuando estás cantando. No hay apoyo al artista chileno desde los medios, salvo cuando se consagra. La radio es chata e inútil”, sentencia.
Pero a Chinoy no lo secuestra la desesperanza. Parece tranquilizarlo la liberación y celebración de la vida: el ser silvestre en pugna con el mundo moderno. O como puede escucharse en “Pero Dionisio”, otro tema de De Loco Medieval: “Pero Dionisio acércame otro vicio/ al sol miradas, puertas fuera de quicio// Pero Dionisio acércame otro vicio/ noches sin pena flores de precipicio”.
“El planeta se dirige a una evolución del sentir. De juntarse a limpiar una playa. De caminar por esa playa, solo o acompañado. Defender los lugares de quienes sólo pretenden hacer más dinero. Aspirar a un mundo donde haya comprensión con los seres y también con lo sutil. Para allá se mueve la inteligencia”, sostiene.
Felipe Montalva
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 841, 20 de noviembre, 2015)
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