Punto Final, Nº825 – Desde el 3 hasta el 16 de abril de 2015.
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Las verdaderas cifras del femicidio en Chile

 

Desde hace algunos años, nos hemos acostumbrado a escuchar el término “femicidio” para el delito de un hombre asesinando a su pareja o ex pareja por razones generalmente asociadas a los celos y a un sentido de posesión. Según cifras oficiales del Servicio Nacional de la Mujer, en 2014 cuarenta mujeres fueron muertas a manos de victimarios con quienes ellas tuvieron una relación íntima, una convivencia previa, crimen que en Chile se denomina femicidio por el Código Penal según la modificación de un artículo en la ley de parricidio impulsada por el ex presidente Sebastián Piñera en 2010. Sin embargo, la definición original de la palabra de la que deriva, femicide, resulta bastante más amplia que la que conocemos y utilizamos en nuestro país.
Diana Russell y Roberta Harmes, importantes teóricas de género, estadounidenses, que han dado la pauta para los actuales estudios acerca de este tipo de crímenes, han definido femicide como el asesinato de mujeres realizado por hombres motivado por odio, desprecio, placer, poder o un sentido de propiedad, así como asesinatos misóginos de mujeres cometidos por hombres. En definitiva, porque pueden hacerlo, porque su constitución física se los permite, porque creen en su superioridad frente al género femenino, porque hay una cultura que -sienten- los ampara.
Sobre esa lógica, es posible deconstruir la lista de femicidios entregada por el Sernam en el año 2014 y en lo que va de 2015. Para el organismo estatal, cuarenta fueron los femicidios, sin embargo es necesario especificar que en esta clasificación sólo se contabilizaron aquellos de carácter íntimo, mujeres que murieron por razones de sexismo en manos de sus convivientes o ex cónyuges, es decir, aquellos con quienes tuvieron una relación de pareja y constituyeron -al menos por un periodo breve- una familia. Tres casos de este tipo quedaron, no obstante, sin referir en esta categoría, puesto que estas relaciones no conformaron vínculos matrimoniales ni de cohabitación. Claudia Muñoz Contreras, de 40 años, fue asesinada por Héctor Vilches Quinteros en el mes de febrero. El terminó con la vida de la mujer cuando ella decidió abandonarlo. La respuesta del hombre no fue sólo el femicidio de Claudia, sino también el de su hija de dos meses, a quien asesinó a pedradas. Marisela Ascencio, de 30, fue quemada viva en su propia casa producto del incendio que su pareja intencionalmente provocó luego de discutir con ella. Jeanette Acuña Troncoso, de 37, fue asesinada por su novio Juan Francisco Moraga, quien ya tenía pendiente una causa en Santiago por femicidio de su conviviente en 2011.

MAS ALLA DEL SENTIDO
Pero las razones por las que hombres asesinan mujeres van mucho más allá del sexismo o el sentido de propiedad. Se extienden a diversos casos que no siempre pueden catalogarse como de carácter íntimo. Baste recordar al popular personaje El Cazador de la teleserie nocturna de TVN Alguien te mira, que el año 2007 nos mostró -innegablemente de manera exagerada pero no tan alejada de la realidad-, que la principal razón para asesinar es “porque puedo”, tal como le confesó a la comisario Eva Zanetti, momentos antes de sacarle el corazón.
En 2014 fueron varios los casos de hombres que no sólo asesinaron mujeres a quienes conocían, con quienes eventualmente habían tenido una cercanía, sino a quienes, por el contrario, nunca habían visto, hecho que no impidió la violencia que se ejerció contra sus cuerpos. Porque pudo, Wladimir Miranda abusó sexualmente de su hermanastra Carla Fonseca antes de asesinarla a cuchilladas. Porque pudieron, dos hombres amenazaron meses antes de darle muerte a balazos a Claudia Castro quien, además, tenía ocho meses de embarazo. Porque pudo -y sin mencionar ninguna razón específica-, Alejandro Guerra asesinó a balazos a su vecina Danitza Sáez quien, además quedó libre por presentarse voluntariamente y no tener antecedentes delictuales previos. Porque alguien pudo murió también Ema González, quien apareció luego de dos meses de búsqueda, violada, estrangulada y posteriormente calcinada, en un crimen que hasta hoy no tiene culpables.
Asimismo, Jonathan Canales pudo estrangular y enterrar con cal a Cecilia Concha y su hija Rocío Zúñiga, quienes le arrendaban un cuarto en Valparaíso. Sin el incendio que afectó a esa ciudad a principios de 2014, quizás Canales seguiría impune. Cristián Barría también sintió que podía al momento de atacar sexualmente y acuchillar a la profesora del Inacap Paola Vega; situación similar a la de los victimarios de Nancy Silva, violada, golpeada y estrangulada, a pesar de tener ya un avanzado embarazo, por sujetos hasta hoy no inculpados. También Jazmín Correa fue víctima de ese poder masculino cuando su amigo de la infancia entró a su casa y la asesinó de un disparo en la cabeza, o la joven Katherine Dunn, quien fue golpeada y baleada junto a su acompañante Bernardo Quezada, nuevamente en un crimen cargado de preguntas y casi sin respuestas, pero con un antecedente claro de amenazas de muerte por parte de su ex novio. Incluso la sicóloga estadounidense Erica Faith se convirtió en víctima de femicidio en nuestro país por razones que hasta hoy se desconocen, y con un inculpado del que muchos dudan de su responsabilidad. También porque pudo Pedro Bustos le destrozó a puñaladas el rostro a su madrastra, porque pudo Prosperino Jorquera acuchilló más de catorce veces el cuerpo de su sobrina, y Edith Gómez fue atacada con un hacha por su sobrino nieto.
Con estos antecedentes no es difícil suponer que aquella mujer encontrada desmembrada y calcinada en un auto en Arica; aquellas mujeres que murieron por disparos efectuados por sicarios; aquellas que fueron depositadas a la entrada de hospitales, desangrándose; o aquellos cuerpos femeninos desnudos y amoratados encontrados en caminos deshabitados o a orillas del río Mapocho, también pudieron ser víctimas de terceros sin rostro.
Muchos hombres en Chile cometen crímenes de odio, crímenes sexistas, crímenes misóginos contra mujeres conocidas y desconocidas por un sentimiento de poder físico, de superioridad, de posesión que no implica necesariamente seguridad respecto a la impunidad de sus delitos -aunque es imposible negar que en muchos casos viene aparejada-, sino por un sentir en el que prima el descontrol y la fuerza: la posibilidad que otorga la posesión de una hegemonía masculina en una sociedad eminentemente y tradicionalmente patriarcal.
No obstante, el sentimiento de supremacía masculina no sólo lleva a hombres a cometer actos femicidas. Jill Radford, otra importante teórica estadounidense, desde hace algún tiempo cuestiona el hecho de que únicamente el sujeto masculino pudiera ser poseído por este sentimiento de superioridad. Argumenta que miles de mujeres mueren en el mundo por razones como el sexismo y la misoginia, sin que ello implique presentar a un hombre como agresor y a una mujer como víctima. Con ello, se transformó en pionera al momento de extender el concepto y proponer una tipología más vasta, que intenta romper el mito victimológico de que siempre el sujeto femenino es víctima de la violencia masculina y que la única forma de violencia de género es aquella que se ejerce en el contexto amoroso, íntimo, entre cuatro paredes: el femicidio de pareja. Agregó así a la tipología la posibilidad de culpar como femicidas a aquellas mujeres que actúan respondiendo a parámetros patriarcales aprendidos y a víctimas masculinas que fueron asesinados en el intento por defender a mujeres en peligro de muerte.

CRIMENES DE MUJERES CONTRA MUJERES
Probablemente sean estos dos tipos los menos visibles en las legislaciones nacionales e internacionales a la hora de catalogar un asesinato como femicidio; sin embargo, son reconocibles al momento de profundizar en ellos. Por ejemplo, los crímenes cometidos por mujeres contra mujeres, muchas veces son producto de una conducta patriarcal aprendida y responden a pautas machistas, culturales y sociales, interiorizadas. De esta forma, las mujeres actúan como agentes o cómplices del patriarcado. En las religiones musulmanas, por ejemplo, muchas madres practican la ablación a sus hijas, tradición que suele terminar en muerte. O en India, las suegras instan a sus nueras a quemarse junto a sus maridos muertos en las piras funerarias. No obstante, existen mujeres que asesinan por razones personales, motivos que de una u otra manera, se vuelven tributarios del modelo masculino. Aidé Orellana apuñaló en el pecho a Xiomara Jiménez; Gabriela Gutiérrez fue baleada y Larensca Quijada murió acuchillada por el simple hecho de involucrarse sentimentalmente con el ex novio de otra mujer. Estas femicidas arremetieron contra su propio género, culpabilizándolas del desamor de sus parejas. En otro caso, Elizabeth Sandoval atacó a su pareja -con la que compartió más de diez años- Grace Soto, producto de sus celos. El sentido de propiedad que muchas veces constatamos en los femicidios de carácter íntimo en uniones heterosexuales, fue reproducido en esta relación homosexual. El asesinato de la niña Dayana Escobar a manos de su madre y de su hermana también puede referir a este tipo de femicidios, donde mujeres actúan como agentes patriarcales, puesto que la pequeña murió ahogada en un supuesto ritual con el fin de extirparle el “demonio”, un caso que presenta claras reminiscencias de la caza de brujas en el siglo XV, el mayor exterminio de mujeres en la historia.
Y así como mujeres pueden ser victimarias y cometer femicidios contra su propio género, también los hombres pueden ser víctimas cuando se ven atrapados en la acción del asesino. Estos casos son denominados como “femicidios por conexión” y en Chile no resulta extraño encontrarlos. Cristián Guzmán, testigo clave en el juicio por violencia intrafamiliar entre Pedro Gutiérrez y su mujer, fue quemado vivo cuando Gutiérrez incendió la casa en que habitaba su ex pareja en un intento por asesinarla a ella. Un hombre de 50 años murió apuñalado por Jonathan Pérez cuando intentó defender la vida de su pareja frente a las agresiones del criminal; así como recientemente, en enero del año en curso, fue acuchillado Juan Carrasco a manos de su yerno, al resguardar a su hija del ataque del joven. Verdaderos héroes que expusieron sus cuerpos y entregaron sus vidas para salvar la de otras.
En otros países latinoamericanos, como Guatemala, México y Costa Rica, se ha propuesto denominar como “femicidios” también aquellos asesinatos en contra de transexuales y homosexuales, apelando a que son crímenes de odio en que se intenta exterminar todo rasgo femenino del cuerpo masculino. De considerar Chile esta postura, las muertes de Alejandro Bustamante, Esteban Parada, Miguel Angel Caro, Wladimir Sepúlveda, Zaconi Orellana y Dilan Vera, engrosarían aún más nuestro registro.

ALCANCES DEL FEMICIDIO
El femicidio se transforma así en un crimen mucho más extenso que hombres asesinando a sus cónyuges o ex cónyuges, y la cifra se incrementa a casi el doble. Ya no podemos hablar de cuarenta femicidios, sino de cuarenta y tres de carácter íntimo y casi cuarenta más divididos en sexuales, por conexión, de familiares y amigos, de victimarias femeninas y de homosexuales. Sumando a ello al menos cuarenta femicidios frustrados y una veintena de cadáveres femeninos que hasta hoy se desconoce si existió o no la participación de terceros en sus muertes. Casi ochenta crímenes sexistas o misóginos contra mujeres que insistimos en no contabilizar como asesinatos de odio, que invisibilizamos como violencia de género extrema.
A simple vista, pareciera que el hecho de que este tipo de delitos no sean consignados como femicidios en el Código Penal no es fundamental, sobre todo si consideramos que en muchos casos las penas de homicidio con violación resultan tanto o más altas que las mismas aplicadas bajo la ley de parricidio: sin embargo, se hace cada vez más urgente que como sociedad comprendamos que existen múltiples tipos de violencia contra las mujeres, diversos rostros asesinos y un sinfín de crímenes que pueden incluirse como femicidios. Visibilizarlo permitirá crear nuevos derechos hacia las mujeres, mujeres que ya no sean entendidas sólo en relación a sus parejas masculinas estables en el contexto de una familia, como ocurre hasta ahora cuando hablamos de femicidio, excluyendo todo ataque que no se circunscriba al carácter íntimo. Esta postura permitirá romper los mitos victimológicos de mujeres siempre agentes pasivas, receptáculos de la intimidación masculina. Permitirá -en último término y quizás el más importante- crear conciencia de que el sentimiento de poder y de superioridad machista tiene una raíz cultural inscrita en una historia de violencia hacia el sujeto femenino y del que los medios de comunicación, la publicidad, el discurso social se han hecho tributarios y que, sin embargo, podemos eliminar en la medida que entendamos los mecanismos profundos, las aristas de las diversas agresiones de género. Visibilizar, nombrar, catalogar es el primer paso para modificar.

Ainhoa Vásquez Mejías (*)

(*) Becaria posdoctoral de la UNAM, Centro de Investigaciones Sobre América del Norte.

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 825, 3 de abril, 2015)

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