Punto Final, Nº822 – Desde el 23 de enero hasta el 5 de marzo de 2015.
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El presidente de Estados Unidos y el primer ministro británico acaban de comprometerse a combatir el terrorismo “donde sea que se presente”, esto es, coordinando a sus servicios de inteligencia y atropellando militarmente la soberanía de cualquier Estado si se hiciera necesario. Pocos días antes, el jefe de Estado español decidió intervenir activamente en las elecciones de Grecia bajo el pretexto de que el triunfo de una opción de Izquierda podría poner en peligro los intereses de la Comunidad Europea.
Se trata de dos expresiones que corroboran que el principio de no intervención en los asuntos internos de otros Estados es uno de los más vulnerados en la actualidad, lo que se hizo desembozadamente con la invasión y destrucción de Iraq bajo el pretexto de que este país tenía armas de destrucción masiva, lo que después resultó completamente falso.
Si después de las dos conflagraciones mundiales se pensó que podría ser posible respetar las decisiones internas de cada país, la verdad es que las distintas hegemonías que se disputaron durante la guerra fría, hicieron imposible tal aspiración de la comunidad mundial y ahora cualquier país se siente con la libertad de inmiscuirse en lo que hacen sus vecinos o cualquier nación de la Tierra, aunque se encuentre a miles de kilómetros de sus fronteras.
Barack Obama ha gobernado en el propósito de que su país sea aceptado como el Gran Gendarme Universal, convirtiendo a los gobiernos aliados en meros tentáculos de su poder imperial. Ello es lo que explica que regímenes títeres como el de Cameron en Inglaterra y Rajoy en España asuman idéntica prepotencia al relacionarse con los países del mundo árabe y musulmán, sin darse cuenta de que así son sus países los más expuestos a las reprimendas de quienes se sienten humillados por las invasiones y por la guerra ideológica contra sus creencias más sagradas, como en cuanto a su derecho a la libre determinación. Es lo que explica el horrible ataque en París a un medio de comunicación que, abusando de su libertad de expresión, ofendió y satirizó las ideas, valores y sentimientos del Islam.
Parece obvio que a las víctimas de las acciones de las grandes potencias no les va quedando más remedio que defenderse con la organización de grupos que ejerzan acciones tan extremas como el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York, y esa serie de bombazos y atentados que hoy empiezan a manifestarse en las ciudades que parecían inexpugnables para la hegemonía imperial.
La imposibilidad de hacer frente a los invasores con ejércitos, armamento y guerras convencionales, los hace recurrir a acciones hasta de innegable connotación terrorista para detener el expansionismo norteamericano y de sus aliados, y en cuanto a desbaratar la impunidad que los favorece (y hasta de la cual se ufanan) al violar, por ejemplo, los derechos humanos de los prisioneros de guerra: en Guantánamo, precisamente, la desvergüenza se ha hecho arrogante, flagrante y extrema.
En tal sentido, es tanto el abuso de la Casa Blanca y el servilismo de Europa que ya no hay instituciones internacionales que no hayan caído en el descrédito universal, desde que al primer presidente negro de Estados Unidos hasta se le confiriera el Nobel de la Paz. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, y este mismo referente, carecen ya de toda autoridad para hacer frente a los abusos de las potencias, por lo que se hace propicio que las naciones que aún mantienen grados de dignidad y autonomía empiecen a concordar acciones para encarar la unipolaridad actual.
En efecto, desde América Latina, Asia y Africa pudieran alentarse iniciativas que persigan imponerle restricciones y sanciones a los abusos de las potencias, así como ellos se las impusieron a Cuba y a tantos otros países como, ahora, a la propia Rusia. En una acción concertada, tales atropellos pudieran ser aplacados por el poder que nos dan nuestras estratégicas materias primas, como la posibilidad de que las inversiones del Primer Mundo en nuestros territorios puedan ser otra vez nacionalizadas.
Por cierto que de tal entendimiento hay que descartar, por ahora, a países como el nuestro que mantienen y hasta acrecientan el vergonzoso servilismo de nuestra clase política, que en estos últimos meses se descubre dominada y digitada por los grupos económicos internos y extranjeros empoderados en nuestra economía y territorio. En este sentido, solo cabe abrigar esperanza de que, mediante un intercambio comercial creciente con China y otras naciones que escapan a las zonas de influencia norteamericana, pudieran también salvarse en el Tercer Mundo procesos políticos inspirados en superar la injusticia social y la dependencia exterior. Decisiones democráticas que, por supuesto, son desafiadas pertinazmente por el país hegemónico.
Ello evitaría, más efectivamente, el incremento de expresiones extremistas como las que hoy acongojan a toda la Humanidad y que, desde luego, fueron sistemáticamente promovidas y sostenidas por el propio colonialismo norteamericano y europeo. Aunque ahora, como un verdadero boomerang, se vuelvan contra sus progenitores.

Juan Pablo Cárdenas S.

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 822, 23 de enero, 2015)

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