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Deporte y perversión de las conciencias
Joseph Blatter, presidente de la Fifa.
Hay un paradigma latino que reza corruptio optimi, pessima. La corrupción de lo que es óptimo es la peor corrupción. Para mí, el deporte es algo óptimo. Por lo mismo, su corrupción es algo pésimo.
El deporte no es solamente algo saludable sino también portador de una misión ética y humanitaria de gran importancia. Está llamado a cultivar virtudes como el valor, la perseverancia, el esfuerzo, la colaboración, lealtad y rectitud. A formar una conciencia de responsabilidad, verdad y lealtad y pienso que en la coyuntura actual, el deporte está llamado a vincular las naciones, unir el mundo en vínculos de reconocimiento mutuo, paz y colaboración.
He practicado un tanto el rugby, el tenis y el montañismo. Pero reconozco que el fútbol está particularmente llamado a desempeñar los atributos que he designado al deporte en general. El fútbol no sólo se ha universalizado, sino que capta profundamente la afectividad y aprecio de sus partidarios, que constituyen grupos investidos de una lealtad muchas veces exagerada. El fútbol es un deporte particularmente elaborado, no solamente en su práctica como “pichangas”, sino por su alcance universal y como espectáculo colectivo.
Pensemos en el Mundial de fútbol, en el ambiente que se crea, su conocimiento por millones de habitantes en todo el mundo. La dignidad que pequeñas naciones asumen al sentirse reconocidas mundialmente. Un Mundial es la actualización de un humanismo que abarca todo el mundo por encima de guerras y civilizaciones. Europa, Rusia, China, Africa y América Latina han convocado a la unión y respeto mutuos a través de los diversos Mundiales. La antorcha olímpica ha recorrido varias veces el mundo recordándonos que somos hermanos de la misma especie y hemos de convivir en un mismo globo iluminados por el mismo sol.
Hemos expuesto la virtuosidad y por tanto la misión que tiene el deporte, y concretamente el fútbol en el mundo de hoy. Pero esta virtuosidad y esta misión se ven amenazadas y parcialmente comprometidas por la corrupción. Hemos de prevenir esta corrupción porque la corrupción de lo óptimo, es la peor.
¿En qué consiste la corrupción que ha sufrido el fútbol?
A mi juicio consiste en dos cosas. En primer lugar el haber perdido los valores que debía ostentar y comunicar. En segundo lugar, haber engendrado desvalores y corrupción en la Humanidad. Lo que llamaremos “fanatismos”.
No obstante, que quede claro que el fútbol no ha perdido todo su valor por la corrupción que le aqueja. Una causa fundamental de esta corrupción consiste en la metalización de este noble deporte, en la conversión que ha sufrido de actividad deportiva a negocio lucrativo. Una sana opinión pública no puede sino considerar como escandalosos los sueldos y ganancias que se registran en los partidos oficiales: un fútbol conducido con criterios de negocio. Sueldos de jugadores y entrenadores fijados en millonadas, compra y venta de jugadores de otros países y regiones, criterios netamente de negocio que conducen toda esta actividad deportiva.
De lo anterior surge que la competencia no tiene nada que ver con los valores fundamentales del deporte. El triunfo no está condicionado al ejercicio de las virtudes deportivas, sino condicionado a la habilidad negociante de los jefes y responsables de los clubes que compiten.
Es cierto que los equipos de fútbol han desarrollado habilidades admirables, prácticas de competencia tanto personales como colectivas. Ofrecen espectáculos notables de lucha deportiva. Pero los equipos motivados por un inmenso lucro ya no son un ejemplo de las virtudes originales del deporte y, según he sido informado, han desarrollado múltiples vicios, los fouls o chanchullos vician su juego y degradan el mensaje ético y humanista que deberían entregar.
Esos fouls o chanchullos no solamente envician el juego deportivo. También pervierten, en bastante grado, seriamente el juicio ético de la comunidad que asiste y juzga después de estas competencias. Me ha sorprendido encontrar a numerosos aficionados que se interesan más en si ha ganado su equipo que en la forma ética o sana en que ha ganado. Simplemente no se preocupan por qué fulano de su equipo fue expulsado o por qué chanchullo se decretó un penal: “Lo importante es que ganamos”, dicen. Esta disposición prescindente de la moral, es un ejemplo de lo que venimos diciendo. Un deporte fraudulento tiende a corromper en su conjunto a los mismos espectadores, tiende a pervertir el mismo juicio ético.
El fútbol ha suscitado entre las barras bravas riñas y hasta crímenes que se han perpetrado en su nombre.
Nos queda por explicar el fenómeno de la adhesión y apasionamiento que suscita el fútbol, más allá de lo que sería razonable atendiendo la calidad de la prestación, es decir del deporte, una difusión y propaganda que le aporta su comercialización. Creemos que aquí se da cierta apropiación del sujeto respecto a su club favorito, lo identifica en cierta manera con su propia persona, se siente afectado personalmente por el triunfo o desgracia de su club. Resultado: lo hemos denominado un fanatismo que lleva a excesos. Creo que la apreciación de fanatismo puede adecuadamente aplicarse a las condiciones en que un deporte como el fútbol alienado se desarrolla hoy en día.
Siendo el fútbol una actividad noble capaz de interpretar para el mundo moderno un camino de realización humana, debido a su corrupción se convierte en un elemento al servicio del fanatismo.
El fanatismo precisamente sustituye el razonamiento lógico y realista por fantasías. Lo indica su etimología, enajena la función trascendente de la religión respecto a la reconstrucción de lo humano para convertirla en factor discordante de nuestra responsabilidad humanista. El fanatismo (de fanos = templo) consiste en querer imponer el culto propio a todos los demás. Es todo lo contrario al deporte, al atletismo, por ejemplo, que pretende un juego de competencia, lealtad e igualdad. El cultivo sensato del deporte y del fútbol debería combinarse con la lucha contra todo fanatismo, para que esta actividad realice la gran misión que deberá afrontar en este siglo.
P. JOSE ALDUNATE S.J.
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 807, 27 de junio, 2014)
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