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Opinión 797
El pueblo te llama Michelle
En las elecciones presidenciales de 1946, Pablo Neruda dedicó unos versos al candidato radical Gabriel González Videla, apoyado por el Partido Comunista: “Desde la arena hasta la altura,/desde el salitre a la espesura,/el pueblo te llama Gabriel,/con sencillez y con dulzura/como a un hermano, hermano fiel”.
El resto de la historia es conocido. Con el inicio de la guerra fría, González Videla se alineó con Washington e ilegalizó al PC. La política de alianzas con la burguesía “democrática”, levantada por el PC desde los años 30, se reveló como una ilusión y terminó en un completo fracaso.
Aunque no es probable un desenlace tan catastrófico, las mismas ilusiones se repiten hoy con el apoyo del PC a Michelle Bachelet y su decisión de entrar a formar parte del gobierno de la Nueva Mayoría (la antigua Concertación más el PC). En el pleno del comité central realizado el 21 de diciembre pasado, el PC fijó su postura partiendo de varios supuestos falsos.
El primero de estos supuestos es que el programa de Bachelet “propone una transformación estructural del país, actuando sobre tres ejes principales: nueva Constitución, Reforma Educacional y Reforma Tributaria”. Cualquier examen del programa revela que éste deja intocados pilares fundamentales del capitalismo neoliberal instaurado por la dictadura y profundizado por los gobiernos de la Concertación. Los cambios que se plantean no proponen terminar con el modelo, sino, como reconoció Ricardo Solari al diario español El País el 1° de diciembre pasado, salvarlo: “Lo único que pone en riesgo el modelo chileno es no hacer cambios”.
En primer lugar, el programa no propone cambios en aspectos como legislación minera (ni menos revertir el 70% de privatización del cobre), las Isapres, las AFPs y su régimen de capitalización individual ni el Código del Trabajo (Fundación Sol ha calificado las medidas laborales del programa de Bachelet como “tibias”).
En segundo lugar, en las áreas en que el programa sí plantea cambios, éstos vienen con letra chica. La Reforma Tributaria se acompaña de una reducción de los impuestos a los más ricos desde el 40% al 35%: con la “reforma” de Bachelet, Andrónico Luksic pagará menos impuestos.
En la Reforma Educacional, se busca legitimar las posiciones que ha conseguido la educación privada por el medio espúreo de declararlas “de interés público”, siguiendo un engendro conceptual denominado “régimen de lo público”, pergeñado por ideólogos concertacionistas como Alfredo Joignant, inspirado en las políticas del neolaborismo de Tony Blair para privatizar servicios sociales británicos.
En materia constitucional, la redacción de la nueva Constitución quedará en manos del Parlamento binominal, condimentada con “consultas” a los actores sociales, que no son ni vinculantes ni resolutivas. Un escenario similar al que tuvo en su momento la Comisión Asesora Presidencial por la Educación, creada por Bachelet para desmovilizar la rebelión de los “pingüinos” y terminar pactando la LGE con la Alianza.
Ese es el programa que el PC ha hecho suyo y al que jura lealtad política: el programa de la burguesía “progresista” para reconstituir la gobernabilidad del capitalismo neoliberal.
El segundo y decisivo supuesto del PC se deduce de lo siguiente: “Debe quedar claro que no surge del programa un cuestionamiento del capitalismo como sistema. No se visualiza la contradicción capital-trabajo como la generadora principal del conflicto social”.
No es el momento de poner en el centro la contradicción capital-trabajo y por lo tanto, hay que subordinarse a la “burguesía democrática”.
La del PC es la posición clásica del menchevismo: en una revolución democrática, el partido obrero debe subordinarse a la burguesía. El Lenin de Dos tácticas y el Marx de Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas proponían algo diametralmente opuesto: en una revolución democrática, el proletariado debe ir mucho más allá del programa que está dispuesta a respaldar la “burguesía democrática” y debe mantener una orientación política independiente.
Es lo mismo que dice la experiencia latinoamericana reciente: la revolución bolivariana del comandante Hugo Chávez pudo avanzar porque desde el principio rompió con Copei y Acción Democrática -el socialcristianismo y la socialdemocracia venezolanas-, avanzando con su propio programa de reformas democráticas radicales de horizonte emancipatorio.
Allí donde el PC plantea subordinación, la Izquierda anticapitalista debe plantear la independencia del movimiento social. Allí donde aquél se limita al programa de la burguesía “progre”, la Izquierda anticapitalista debe levantar las demandas más avanzadas del movimiento social, aquéllas que rompen efectivamente con los pilares del capitalismo neoliberal: Asamblea Constituyente, renacionalización del cobre, fin de las AFPs, educación y salud gratuitas y otras medidas realmente de fondo, que desde marzo deben volver a sonar fuertes en las calles.
Iván Vitta
¿Hacer cumplir qué?
Los objetivos falaces, como estratagemas argumentativas para esconder lo verdadero, han sido pan de cada día en la reinvención concertacionista. Se nos invitó a derrotar a la derecha apareciendo como el principal leitmotiv de este periodo, cuando ésta ya se encontraba moribunda; a votar por un programa y no por una persona, cuando lo más concreto era la persona y el programa nada más que un sincretismo ecléctico de silencios, consignas y ambigüedades. Ahora, luego de esas invitaciones que fueron de la mano con el triunfo de Michelle Bachelet, se nos invita a hacer cumplir el programa.
Y se traslada el eje de debate nuevamente al lugar conveniente. ¿Confiamos o no en Michelle? Y ella, con su imagen de madre salvadora remasterizada, su mano en el corazón y los atuendos hippies, muestra a una mujer que da confianza, y que peligra ser presa de los guardianes del modelo.
Nuestra disyuntiva hoy, en este lado de la vereda, no es si confiamos o no en que Bachelet cumplirá sus promesas, y por tanto cuánta fuerza necesita para ello, sino más bien si compartimos o no sus propuestas programáticas, y por tanto si su programa contiene efectivamente los cambios que sabemos que Chile necesita.
Esta definición marca la estrategia a seguir; impulsamos la calle para “hacer cumplir el programa” o lo hacemos para develar su verdadero sentido, disputando el contenido programático para enrumbarlo lejos del foco de la mera consigna, custodiando y proyectando el contenido verdaderamente transformador de las demandas populares enarboladas en estos años.
La tesis de un cambio desde el neoliberalismo al régimen de lo público que sustenta el programa de Bachelet no es más que el camino obligado para oxigenar un modelo y no arriesgar su destrucción. No es un paso a cambios profundos sino cambios superficiales que amenazan con dejarnos más lejos que cerca de una transformación estructural, pasando la continuidad como cambio, borrando las barreras de lo público y privado y confundiendo garantías con subsidios.
El programa educacional es el más emblemático en este aspecto. La gratuidad para el movimiento estudiantil nunca tuvo como foco el pago en sí mismo, sino el sistema que se sostiene a través del arancel: no sólo quién lo paga sino cómo. Pero en el programa de la Nueva Mayoría ello se relega a un tercer plano, lo público lo abordan como un “sentido” y no una realidad concreta vinculada a labores estatales, y la gratuidad se entiende no como un cambio de sistema de financiamiento sino que una ampliación de la subvención. No se privilegian los sistemas públicos por sobre los privados, y se termina apostando a una educación que en cuatro años más, seguirá con la nefasta lógica de pagarle a los privados para que cumplan las labores de lo público.
La propuesta de nueva Constitución es aún peor. Ya que no sólo elimina la participación real -deliberativa- del pueblo, sino que además es muestra abierta del maquillaje y ambigüedades que necesitó la propuesta de gobierno para sobrevivir a las elecciones y salvar el modelo y su conglomerado.
Pero no sólo es impresentable el cierre de puertas a la Asamblea Constituyente, sino que el contenido que como Nueva Mayoría omite entre los ejes de la nueva carta fundamental. No es sorpresa: pero ni rastro de un Estado garante y menos de un Estado que pueda recuperar su rol como actor económico -gestor y propietario-. Dos aspectos claves que de no estar, nos presentan una nueva Constitución que será mera continuidad del corazón del modelo actual.
La reforma tributaria por su parte nos deja a un Chile que seguirá con el menor nivel de impuestos en la OCDE, sin una carga significativamente mayor para las grandes empresas. Ello agravado por una disminución de impuestos personales a los más ricos, de un 40% a un 35%.
Y para qué hablar de las ausencias: término del Código de Aguas actual y fin a la privatización de éstas, término del nefasto sistema de AFPs, y la necesaria recuperación de un bien natural fundamental para Chile como es el cobre. Ni rastros.
Desde Wall Street, desde los partidos guardianes del modelo y desde los grandes grupos económicos se asumió una sentencia: que Chile arriesgue ser una Cuba, una Venezuela o Bolivia, es inaceptable; que crea que camina hacia modelos nórdicos de Estados benefactores o que se modele como Brasil, Uruguay o Argentina, es un tránsito posible de tolerar.
No cabe duda que la Nueva Mayoría no es una vía de transformación sino de contención. Y toda batalla interna que se quiera dar en el conglomerado, si tiene como techo el programa, no es más que una flameante bandera cómplice. La Nueva Mayoría apuesta por el gatopardismo. Con Michelle no caminamos hacia el reemplazo del modelo actual por uno nuevo, sino hacia su reinvención y supervivencia.
Por ello, el contenido y no la consigna será lo que estos años dividirá aguas, sin actuar desde la duda y desconfianza, sino desde la certeza de la abierta y profunda diferencia.
Carla Amtmann Fecci
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 797, 10 de enero, 2014)
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