Punto Final, Nº796 – Desde el 20 de diciembre de 2013 al 9 de enero de 2014.
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Michelle, Chile ya cambió



Cuando aparezca esta columna, lo más probable es que Michelle Bachelet haya sido electa nuevamente presidenta de la República. La segunda vuelta entre Evelyn Matthei y la candidata de la Nueva Mayoría (NM), como viene siendo habitual en los últimos quince años, enfrentó dos posiciones: los que quieren que Chile cambie un poco y los que quieren que Chile cambie otro poco. Y pese a que no había riesgo que la derecha llegara al poder, las personas que adherían a la candidatura de Bachelet se multiplicaban con igual hambre, al menos en las redes sociales. Amigos y conocidos llamaban a votar o se definían por la candidata de la NM, cosa que me hizo recordar la amenaza que un poeta me lanzó en 2000 para la segunda vuelta entre Lavín y Lagos: “Si pierde Lagos por un voto, será culpa tuya que la derecha gobierne este país”. Haber dicho eso en 2000 tenía cierto sentido, ya que nadie de los que conocía quería que la derecha gobernara Chile, luego de diez años de “democracia”. Era como volver atrás. Sin embargo ahora…
Ahora, yo no quería participar, o digámoslo más claramente, como no podía ejercer mi derecho a voto (formo parte de los tantos chilenos que viven en el exterior y que al hacerlo pierden ese derecho), encontraba ridículo participar de una acalorada discusión. Y sin embargo, “prendí”, o mejor dicho, alguien encendió la mecha. Siempre me ha parecido mejor cuando un escritor declara públicamente su voto que cuando después de varios rodeos hay que interpretarlo. Rafael Gumucio escribió en Twitter que iba a votar por Bachelet y Alejandro Zambra escribió una columna para el diario El País, donde después de varios rodeos, decía que, a pesar de que la segunda vuelta no despejaría la desconfianza que inspira Bachelet y el grupo que representa (¿Nueva Mayoría?), de ella dependía el futuro de Chile, “pero también de esos hijos que ya no están dispuestos a que les muestren el mundo”. La columna era una suerte de apoyo condicionado, como si eso constituyera una demostración de coraje, cobrándole la palabra por anticipado: “[Bachelet] sabe que la mayoría estamos cansados de repartijas, de consensos falsos, de soluciones a medias, de simulacros. Su programa propone lo que todos queremos: educación gratuita y de calidad, reforma tributaria y una Constitución que no sea más la eterna enmienda de la letra pinochetista”.
El problema que tenían las palabras de Zambra es el mismo de su narrativa: suenan lindo al comienzo pero una vez que uno avanza para ver qué quiso hacer o decir, se encuentra con una hermosa ingenuidad. Si la ingenuidad literaria es excusable porque hace, entre otras cosas, que el lector entienda y se emocione rápido, y que por tanto no piense mucho; la ingenuidad política es inexcusable. ¿Cómo alguien puede creer que Bachelet después de su “posgrado” en las Naciones Unidas va a producir cambios profundos en Chile? Si no lo hizo antes, cuando tenía la credibilidad, como planteaba el mismo Zambra, de haber sido “un símbolo, una víctima de la dictadura”, ¿qué le hace pensar que ahora ocurrirá algo diferente? Chile, según Zambra, es un país que “ha cambiado”. Concuerdo con él; ha cambiado, pero para mal; las manifestaciones de 2011 sirvieron para dos cosas: recuperar el carácter de masividad de la protesta estudiantil y renovar electoralmente los rostros de la política (Vallejo, Cariola, Jackson, Boric), sin embargo esa masividad y esos nuevos rostros no aseguran que Chile esté virando hacia la Izquierda.
En lo macro, Chile ha cambiado en estos cuatro años en los que ha gobernado la derecha, consolidando aún más el modelo económico neoliberal, cuestión que llevó a decir a un columnista del diario Clarín que nuestro país era “la Norcorea del capitalismo”. Entonces, bajo este cambio, cualquier mejora que le introduzca Bachelet (restablecimiento de los subsidios, que ya anunció) será buena. No será necesaria una revolución estudiantil ni una gran reforma, sino una mejora. Como cuando el plomero va a inspeccionar las cañerías de tu departamento y, ante la inminencia del desastre, sólo te cambia las gomitas de las llaves. Eso será Michelle Bachelet: la plomero que cambia en la medida de lo posible. Pensar lo contrario es creer en el Viejito Pascuero, y estamos viejos para creer en pavadas.
Para decir estas cosas, aclaro, no hay que ser de Izquierda, progresista o revolucionario, sólo hay que ser sensato y no hacerse ilusiones. La política no es magia, donde un ilusionista delante de nosotros hace que unas cosas desaparezcan y otras aparezcan. Aunque, admitámoslo, a veces funciona así, sobre todo cuando el líder es carismático. Recuerdo que para su primera elección se decía eso de Bachelet: es una candidata con carisma, todos la quieren. A esta altura yo discreparía: Bachelet es simpática, buena onda, de hecho una vez me abrazó, pero créanme -lo digo después de cuatro años de ese abrazo-, carece de carisma y, lo que es peor y que dejó demostrado en su anterior gobierno, de carácter. El ex ministro Francisco Vidal lo confirmó cuando dijo, a poco de abandonar el poder, que ella no había podido imponerse a su ministro de Hacienda. Pero cómo, ¿y no era ella presidenta y él ministro?
A días de la segunda vuelta, un amigo me escribió para decirme que había que ser realistas, y yo le dije que eso intentaba ser; y luego otro amigo me dijo que entre dos pedazos de mierda, él siempre terminaba votando por el menos hediondo, y en este punto le aclaré que, pese a mi mala fama, nunca había practicado la coprofagia.
Pero como los votos ya están echados, lo único que me resta por hacer es desearle buena suerte a Michelle. El destino de Chile está en tu regazo.

Gonzalo León

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 796, 20 de diciembre, 2013)


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