Punto Final, Nº794 – Desde el 22 de noviembre hasta el 5 de diciembre de 2013.
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El rumor decía que Eduardo de la Barra (“Jecho” para los lectores de Punto Final) estaba mal, que el cáncer estaba acelerando el paso de la carroza. Después, el rumor trajo la peor noticia. Fue en la madrugada del 10 de noviembre. Se fue silencioso, como siempre. Nacido en Chillán en 1942, estaba por cumplir los 71 años.
Los rumores, tan combatidos por Pinochet, nos hicieron cómplices. Recuerdo cuando le llevé mis primeros guiones para que hiciéramos la sección Sentido del Rumor que publicó el suplemento “Buen Domingo” del diario La Tercera. Fui a su casa en Lo Prado. Estaba en su taller, fumando, rodeado de libros de cómics, revistas. Will Eisner, Coré. Mesa de luz, papeles, pinceles. Y ceniceros repletos. Tenía La Castaña, revista que se publicaba sin autorización en la que colaboraba ad honorem. Ese era mi nexo con él, gracias a Hernán Venegas. Pero lo de La Tercera “era trabajo”. Le pasé mis ideas, las leyó y simplemente hizo un gesto apenas perceptible, levantando levemente la cabeza, y musitó “Mmhh…”. Y se puso manos a la obra. Volví a mi casa, un poco deprimido, con la sensación de que no le habían gustado mis guiones. Con el tiempo, aprendí que ese “Mmhh…” equivalía a una carcajada. Ese trabajo en La Tercera significó para Eduardo volver a la prensa después de más de diez años marginado.
Durante el gobierno del presidente Allende trabajaba en Punto Final, La Nación y en La Firme. El 11 de septiembre, en su dibujo dieciochero se ve a la derecha avivándole la cueca a un gorila. De golpe quedó cesante, se dedicó a vender quesos y a dibujar para el extranjero, con escasa retribución por sus envíos. Algo hizo en Mampato, pero ahí no podía firmar para no poner en problemas a la directora de entonces: Isabel Allende, que también duró poco.
Eduardo no fue un militante de partidos, era un escéptico; pero siempre fue una persona de Izquierda, de callada integridad, a quien le indignaba la injusticia, el hambre, la pobreza. Su padre había sido amigo de Salvador Allende. En Punto Final -donde siempre dibujaba a Allende elegante y con corbata- se hizo amigo de Augusto Olivares, quien -sabemos- compartió el destino de Allende en La Moneda. Eduardo hablaba poco de esos dolores, pero no olvidaba. En el Sentido del Rumor el protagonista era la muchedumbre. De ella surgían los rumores en decenas de globitos con textos ambiguos, de doble significado: indirectas, que aludían a la situación política y eludían la censura apelando a la complicidad del lector. No siempre nos aguantaron todo. En La Tercera, quien más nos objetó textos y dibujos (o sea, quien más atajó nuestros goles) fue un editor que tenía un pasado izquierdista y tal vez por eso entendía nuestros guiños. La autocensura era peor que la censura. Eduardo y sus dibujos se hacían los lesos.
Ya en Copesa, vino La Cuarta y Topaze. También los suplementos de la revista Hoy. En la copia del diario Clarín tuvimos que soportar la intervención de la dictadura y las presiones del siniestro Francisco Javier Cuadra (que evitó que el Gato Gamboa fuera director del “diario popular”). Junto con el personaje Palomita, basada en Lolita de Clarín, también nació un “perrito pensador” que siempre la acompañaba (y que la diferenciaba de la tira inspiradora). Yo quería otro nombre para la mascota y cuando vi que se publicó con el nombre de “Platón”, le pregunté por qué, y Eduardo me respondió: “Porque es nombre de perro, poh!”. Hasta ahí llegó nuestra conversación. En fin… desde El Sentido del Rumor hicimos cientos de chistes para distintos lados: políticos, picarescos, deportivos, publicitarios; de humor negro, blanco, verde. Chistes finos y picantes, sesudos y anodinos. Nos entendíamos sin mayores explicaciones. Bajo dictadura participamos en revistas que nunca fueron publicadas (Alaraco, La Covacha y otras). Proyectos inconclusos. Había que trabajar y Eduardo se aplicaba y cumplía. Colaboró en La Cacerola, suplemento de Cauce. Ilustró publicaciones para los exiliados (una dirigida por Edwin Harrington). Ilustró la Historia de la imprenta en Chile, de Jorge Soto; colaboró siempre en los libros-objeto de Ergo Sum; y también dibujó el Tarot Nuevo Mundo, de Jaime Hales; autoirónico, en el tarot se autorretrató en la carta del Emperador y no dejó de incluir a algunos de sus amigos. Nunca decía que no a un trabajo. A veces no cobraba. Y casi nunca firmaba.
Nuestro próximo trabajo como dupla iba a ser justamente un libro con varias historietas en torna a Salvador Allende. (Me demoré mucho con los guiones. Por ahí tengo uno, inconcluso). El otro, una selección del Sentido del Rumor… dicen.

Jorge Montealegre

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 794, 22 de noviembre, 2013)

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