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De nuevo ganamos todos
Como viene siendo desde hace tanto, en esta elección tampoco hubo perdedores. Todos ganaron. Aunque si se disecciona un poco la enorme cantidad de información disponible, se llega a la conclusión que a esas victorias concurren diminutas, pero no menos dolorosas, derrotas.
La ultraderecha vence porque pasó a segunda vuelta, pero a un costo que la hace tener los peores resultados de la posdictadura, lo que ya se veía venir por la guerra civil larvada que se vive en su interior. Tardará en reponerse de su victoria.
Triunfa la Nueva Mayoría, pero no se dice de la amargura que significó no hacerlo en primera vuelta, y haber obtenido una menor cantidad de votos, si se considera que ahora contó con el inestimable favor del PC. De ese fulgurante 80% de apoyo con el que llegó la ex presidenta, ya nadie se acuerda.
También Marco Enríquez-Ominami se declara vencedor porque fue, en sus palabras, el que puso los temas que hoy se debaten y que le permiten constituirse como la tercera fuerza política del país. Sin embargo, su anterior marca de más del 20% esta vez quedó lejos, y su aspiración de abatir a la Concertación quedó postergada.
Vence Parisi, un neoderechista “botado a pucho”, que consideró que la ultraderecha juega limpio, pero cuyo convencimiento que pasaba a segunda vuelta se vio derrumbado por la embestida brutal de su colega Matthei, y debe contentarse con un austero cuarto puesto.
Las huestes de Marcel Claude aseguraban que representaban a los estudiantes movilizados y, por cierto, fueron los que llenaron más que ninguno las plazas, las aulas magnas y las calles. De hecho, su acto de cierre debió ser el más masivo de cuantos hubo. Pero no le alcanzó. Quizás sea en este caso donde refulge de mejor manera la derrota: por expectativas desmesuradas y errores del todo evitables, como aquel enfrentamiento televisivo innecesario entre Claude e Israel.
Triunfa Sfeir en toda la línea. Su porcentaje fue del todo inesperado para quien se conformaba con dejar clavados desde la visibilidad que ofrece una candidatura presidencial sus temas verdes y su ropa de párroco exótico. Pero veamos de qué sirve.
Triunfó también Roxana, que se propuso poner en relieve a los que no se ven, a los ninguneados, a los marginados de todo. Impregnó de olor a población los estrados que antes, muy poco antes, estaban vedados para la gente sin pedigree, y les dijo en sus caras aquello que se refunfuña en los guetos poblacionales. No le sirvió para los efectos que tiene una elección: sacar votos. Nuevamente se demuestra que el apostolado, la denuncia, el ejemplo, el ñeque, por sí solos, no sirven para mucho.
También ganó un poco Israel con su sarta de incoherencias, que le prodigaron cuarenta mil votos, que ya son demasiados para quien sabe que su proceso de regionalización no se detiene por este resultado.
En el caso de Jocelyn-Holt, su triunfo se debe a que en su opinión, quien se mete a lo público no puede obrar según los resultados de una elección. Y sus votos lo empujan a persistir. Gran desafío por delante si se considera que es el resultado más bajo que un candidato haya tenido en la historia. Pero, a su modo, también lo suyo fue un triunfo.
También fue un gran éxito, según sus entusiastas impulsores, la campaña “Marca tu voto AC”, cuyo total nacional bordearía un exultante 8%, aunque distintas mediciones dan a la idea de una nueva Constitución resultados que van desde un 44% (CEP) a un 84% (Mori).
Los resultados electorales son presentados como un triunfo de la democracia. Pero poco se dice respecto de una verdad dramática: votó menos de la mitad de los habilitados para hacerlo.
En estas mismas páginas hemos insistido en el error monumental de haber dejado a la gente en libertad de acción. Y lo poco que se demorará el sistema en corregir tamaña estupidez: en breve, votar volverá ser obligatorio. Que una presidenta sea electa con poco más del 20 por ciento del padrón no puede ser considerado un éxito excepcional. Es más bien una derrota del sistema. Es un síntoma de una debilidad, aunque hasta ahora manejable.
Hubo un hecho que sí es trascendente y, aún con sus bemoles, puede considerarse más que un triunfo una señal de futuro importante: el rol jugado por los candidatos ex dirigentes estudiantiles. En especial, el caso de Gabriel Boric, en Magallanes. No solamente elevó a lo más alto las banderas aguerridas del movimiento estudiantil, sino que demostró que el decoro, la coherencia y la consecuencia pueden mucho más que el renunciamiento. Gabriel no necesitó desdecirse de sus convicciones para vencer. Si hay un triunfo diáfano, transparente y prometedor, es el del ex presidente de la Fech. He ahí un camino que se debe considerar para todo lo que venga.
Ricardo Candia Cares
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 794, 22 de noviembre, 2013)
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