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Recordando a Rafael Maroto
Hace veinte a ños, el 10 de julio de 1993, Rafael Maroto Pérez terminó su caminar por esta tierra. Ese mismo año, el 10 de enero, había cumplido 80 años. Es importante recordar quién fue Rafael Maroto, cuya vida tuvo una extraordinaria riqueza y singularidad: sacerdote, vicario general de la diócesis de Santiago, cura obrero, militante del MIR, preso político, relegado durante la dictadura militar, miembro del comité central y vocero público del MIR en los últimos años de dictadura.
Desde luego, hay diferentes maneras para homenajear a personas con las características de Rafael Maroto.
Se puede admirar y resaltar las cualidades humanas, sus virtudes, su compromiso político inquebrantable, su lealtad a toda prueba. Se puede recordarlo como una persona militante, para revisar y renovar el compromiso de cada uno: alimentarse con su ejemplo para seguir el camino con más fuerza y convicción.
O se puede hacer, para usar una palabra de moda, una relectura de su vida ejemplar en circunstancias nuevas, en un contexto diferente, con otras exigencias y nuevos desafíos.
Si tratamos de hacer esto último, comencemos por recordar que Rafael supo declinar cargos y honores, bajar a la altura del pueblo, ponerse al servicio de la sociedad, entender su rol de sacerdote y militante político como aporte a la transformación de la sociedad, y además sufrir una transformación revolucionaria. En su caso no se trató de paternalismo al inclinarse hacia el pobre. El rol del verdadero cristiano -eso es el meollo de la enseñanza que nos deja Rafael- es luchar por una sociedad en que no habrá más pobres y marginados y excluidos, y es más, una nueva sociedad donde los hoy marginados serán los protagonistas.
Antes de que existiera una elaborada teoría de la Teología de la Liberación, Rafael ya la vivía, la ponía en práctica y reflejaba sus conceptos.
No le fue fácil ver frustrados tantos sacrificios de los militantes revolucionarios, cuando después de la dictadura se llegó a una pálida salida pactada para terminar 17 años tenebrosos, y prolongar el modelo económico y el proyecto de sociedad por otros 23 años, hasta el día de hoy. Rafael Maroto no dejó pasar ninguna oportunidad para participar activamente en todo nuevo intento que el movimiento popular emprendía para crear condiciones de lucha.
En esa actitud consiste la profunda diferencia que hay entre su vida de cristiano, político, sacerdote y militante con el proyecto de renovación de la Iglesia a la que muchos aspiran. Ya no se puede tratar de limpiar o blanquear la imagen de la Iglesia. Se trata de crear otra sociedad, y una Iglesia popular que estaría a su servicio. El sentido del trabajo pastoral y su fin no puede ser la Iglesia, sino las transformaciones sociales y la construcción de una nueva sociedad.
Por ese motivo es tan importante hacer de la memoria de Rafael Maroto un momento de reflexión y de relectura de su vida. Vivimos tiempos muy especiales en América Latina. Hay un despertar en los pueblos, conducidos por gobiernos progresistas. Se vislumbra una primavera promisoria. Como se sabe, en todos estos intentos la jerarquía católica está en la primera línea para criticar, desprestigiar y vituperar los esfuerzos de políticos, dirigentes y gobernantes. Por lo visto, en adelante eso no va a ser diferente. Tener en la sede de San Pedro a un hombre que se destaca en su trayectoria profesional por una desconcertante ambigüedad, no presagia nada bueno. Probablemente se hablará más de los pobres y necesitados, siempre y cuando ellos sean receptores agradecidos de la caridad, pero jamás cuando se convierten en sujetos y protagonistas activos en la construcción de un nuevo modelo de sociedad y de un modelo económico justo y de desarrollo responsable y sustentable.
Habernos enseñado eso, habernos abierto los ojos es el motivo para dar gracias a Rafael Maroto. La mejor manera de hacerlo es asumir su ejemplo, día a día, sin decaer, enfrentando las múltiples tareas por delante.
LEO WETLI
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 784, 28 de junio, 2013)
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