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Benedicto XVI “resetea” el Vaticano
La renuncia de Benedicto XVI ha causado una explicable incertidumbre internacional, ya que las razones esgrimidas desde el Vaticano son percibidas como justas, pero insuficientes. El actual pontífice es un hombre de 86 años que arrastra una salud frágil desde hace décadas, por lo que, a priori, no se puede cuestionar que reclame el retiro. Pero el papado, en la teología católica, es una institución sacral, ya que su magisterio ex-cathedra posee un don de infalibilidad y su estatus es la “piedra” que cohesiona a la Iglesia universal. Por eso, ningún Papa, antes de Benedicto XVI, había renunciado voluntariamente en la historia (los pocos que lo hicieron en realidad fueron obligados por otros poderes o por el peso de sus propios errores). No en vano los ultraconservadores católicos ya están afirmando que al no estar arraigada en la tradición, la actual dimisión papal sería inválida y que por ello el próximo Papa podría ser ilegítimo(1). Un antipapa.
Se sabe que Joseph Ratzinger no gusta de las innovaciones, y menos en el campo de su competencia. Todos estos factores han dado elementos a una infinita variedad de teorías que tratan de explicar la pequeña e inesperada revolución con la que se ha despedido de su ministerio pastoral. Pero la decisión del Papa se debe explicar en el contexto de una crisis estructural de la Curia Romana, que ha derivado en una disputa artera y feroz que ha paralizado la gestión vaticana a múltiples niveles. Esta situación estalló con la muerte de Juan Pablo II y se ha agravado durante el periodo de Benedicto XVI. No se trata de una disputa ideológica, ya que todos los actores involucrados se proclaman más ratzingerianos que Ratzinger. Es una batalla más profana, por puestos, prebendas, influencias, el control de las instituciones y los recursos. Esta brutal contienda llegó a un nivel insospechado durante 2011 y 2012, desembocando en distintos escándalos públicos, entre los más sonados la destitución del director del Instituto para las Obras de Religión (la banca del Vaticano), Ettore Gotti Tedeschi, y la detención del mayordomo privado del Papa, Paolo Gabriele, en el marco del caso Vatileaks.
Pero estas refriegas palaciegas sólo son la punta de un gran iceberg en el que se confrontan los intereses de sectores agrupados en torno al ex secretario de Estado vaticano, Angelo Sodano, y los grupos nucleados en torno al actual secretario de Estado, Tarcisio Bertone. Dentro de estos dos grandes campos existen además disputas cruzadas y acusaciones indirectas, por lo cual es imposible demarcar claramente los límites entre los bandos en disputa, que poco a poco se ha convertido en una lucha de todos contra todos. Ante este panorama desolador, Benedicto XVI sólo tenía una opción: acometer una reestructuración profunda de su equipo de gobierno, destituyendo y nombrando cargos a todo nivel, desde la Secretaría de Estado hasta su secretario personal.
EL DESAFIO DEL CAMBIO
Acometer esta tarea es de por sí una labor complejísima, atendiendo las infinitas sutilezas, sensibilidades y equilibrios que se tejen en el Estado Vaticano. Y por otra parte era probable que el resultado de esta reestructuración, lejos de calmar fuego, pudiera terminar atizando las llamas. ¿Cómo hacer dimitir a Bertone sin que ello signifique un triunfo de Sodano? ¿Cómo reorganizar el gobierno del IOR sin agravar la delicada imagen del Banco Vaticano, acusado de lavado de dinero y refugio para las cuentas de la mafia? Cada decisión implicaba riesgos muy elevados. Por ello es probable que Benedicto XVI, como teólogo de fuste, recordara el viejo principio de parsimonia, formulado por el franciscano Guillermo de Ockham en el siglo XIV: “En igualdad de condiciones, la solución más sencilla suele ser la correcta”.
Lejos del complejísimo e incierto proyecto de reestructurar el Vaticano luego de casi ocho años de pontificado, la opción de la dimisión podía lograr, “en igualdad de condiciones”, el mismo resultado pero de forma infinitamente más simple, rápida y eficiente. Benedicto XVI decidió así apretar reset y permitir el reinicio automático de la Santa Sede. Un nuevo Papa podrá tener la libertad de rediseñar la Curia, los dicasterios y las secretarías vaticanas con una autonomía de la que no dispone un Papa en la mitad de su mandato, en medio de querellas y afectado por la soledad de un poder crepuscular. Es cierto que el nuevo pontífice tampoco dispondrá de una libertad absoluta, pero al menos no tendrá que lidiar con las cargas que hoy lleva en sus hombros Benedicto XVI y por ello, podría desatar los nudos que literalmente han paralizado la maquinaria vaticana.
¿QUIEN ASUMIRA LA TAREA?
¿Quién será el encargado de acometer semejante reforma? Si el cónclave se hubiera realizado hace dos años, la respuesta era obvia: el nuevo Papa hubiera sido el cardenal Angelo Scola, ex patriarca de Venecia y actual arzobispo de Milán. Se trata de un hombre en la edad precisa, 71 años -lo que garantizaría un pontificado de unos quince años-, y muy cercano en todo sentido al Papa Ratzinger, con el cual colaboró en la Congregación para la Doctrina de la Fe entre 1986 y 1991. Esta cercanía se construyó en los años setenta, cuando ambos fundaron la revista Communio, como barricada conservadora ante la revista Concilium, que agrupó a los teólogos más lúcidos e influyentes durante el concilio Vaticano II, como Yves Congar, Hans Küng, Johann-Baptist Metz y Karl Rahner. Pero, sobre todo, porque Scola es miembro prominente del movimiento neoconservador preferido por Ratzinger: Comunión y Liberación.
Agrupados en la Italia de los años sesenta por Luigi Giussani, los miembros de Comunión y Liberación son conocidos como los ciellinos. Comparten con el Opus Dei una visión conservadora, los vínculos privilegiados y directos con la derecha política y una fuerte penetración en las esferas empresariales, por medio de su propio grupo empresarial, la Compagnia delle Opere, como también por medio del reclutamiento de empresarios en sus movimientos y sociedades religiosas. Pero se diferencian en que no se rodean del secretismo y el ambiente rigorista del Opus. Su carácter italiano parece disponerles a un talante distinto, abierto a una fina sensibilidad artística y a una sofisticada estética teológica. Intelectualmente es un movimiento cautivador, que siempre busca el debate directo, y en el que no cabría una lista de “libros prohibidos”, como se maneja en el Opus Dei. No es extraño que un Papa intelectual como Benedicto XVI les haya privilegiado, a un punto en que la familia pontificia, como se llama al reducido grupo que cuida al Papa, está compuesta por cuatro laicas consagradas de la comunidad Memores Domini, afiliada a Comunión y Liberación.
Pero si hace un par de años ser ciellino era el gran plus que podría haber empujado a Scola a la silla de San Pedro, hoy este factor puede ser un lastre. En mayo de 2011 Giuliano Pisapia, un prestigioso abogado de Izquierda, alcanzó la alcaldía de Milán, la ciudad más grande y rica de Italia, producto de un fuerte hastío con el berlusconismo pero también con Roberto Formigoni, presidente de la región de Lombardía y miembro fundador de Comunión y Liberación. Hoy Formigoni, consagrado de Memores Domini, ha tenido que renunciar a la presidencia lombarda, acosado por graves imputaciones de corrupción y tráfico de influencias. Mientras tanto, en Nápoles se ha empezado a investigar el caso Finmeccanica, donde nuevamente aparecen miembros de Comunión y Liberación involucrados en la recepción de automóviles Masserati de lujo como coimas por la venta de helicópteros militares. Los casos suman y siguen. Ante esto, Scola se ha puesto nervioso y ha declarado a la prensa: “Hace 21 años que no estoy en Comunión y Liberación, desde que soy obispo, y veo a Formigoni una vez al año”. Una verdad a medias, ya que antes de esta ola de escándalos Scola mostraba su filiación ciellina de forma ostentosa.
¿UN PAPA ASIATICO?
El vaticanista John Allen(2) tiende a pensar que por la composición del colegio cardenalicio el próximo Papa será europeo (62 de 117) y adelanta los nombres del húngaro Peter Erdõ y del italiano Gianfranco Ravasi. Además coincide en descartar a los latinoamericanos. El hondureño Oscar Rodríguez Madariaga se ha eclipsado luego de su errática posición durante el golpe de Estado contra Manuel Zelaya, en 2009. Y la caída de Marcial Maciel y los Legionarios de Cristo ha dividido a los episcopados de la región. Tampoco será fácil para los norteamericanos, como Sean O’Malley, Roger Mahony y Thymoty Dolan, que deberán declarar judicialmente durante este mes por encubrimiento de abusos sexuales. Además la elección de un estadounidense supondría entrar en un conflicto directo con Barack Obama, en un momento en que el líder de la Iglesia Católica difícilmente podría competir en popularidad con el actual inquilino de la Casa Blanca. Además, hay que sumar la renuncia a participar en el cónclave del escocés Keith O’Brien, acusado de acoso sexual por cuatro sacerdotes de su diócesis. Sólo el canadiense Marc Ouellet tiene posibilidades ya que se cree que podría introducir cierta transparencia y disciplina en la Curia Romana, en una institución basada en los secretos de palacio y los chismes de salón.
El próximo Papa deberá responder al gran desafío que enfrenta el catolicismo en el presente: depurar su cúpula y restablecer su credibilidad luego de esta ola de corrupción generalizada. Pero además deberá dar cuenta de la mayor amenaza que se cierne sobre su futuro: China. Se suele olvidar que el Vaticano no mantiene relaciones diplomáticas con el gigante asiático, ya que China mantiene un catolicismo nacional, idéntico al del resto del mundo menos en un punto: no es obediente a Roma sino a las autoridades políticas de Beijing. Por décadas, el Vaticano ha esperado en vano un cambio político, pero lo que se ha producido es el ascenso chino al primer plano de la economía y la política mundiales. En el transcurso del próximo pontificado, China asentará su posición hegemónica como potencia global, manteniendo su política de prescindir de cualquier vínculo con las autoridades vaticanas. Mientras China era un pobre taller asiático, eso no tenía importancia. Pero hoy es distinto. Ser ignorado por la primera potencia económica y la segunda potencia militar del mundo es algo inédito en la larga historia del Vaticano. Por eso hay voces que postulan que es la hora de tener un Papa asiático, y se atreven a plantear un nombre: el filipino Luis Antonio Tagle.
ALVARO RAMIS
Notas
(1) Sandro Magister: “El extremo llamamiento: que el Papa retire la dimisión”. http://chiesa.espresso.repubblica.it/articolo/1350437?sp=y
(2) Durante el cónclave recomiendo seguir su blog: http//ncronline.org/authors/john-l-allen-jr
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 776, 8 de marzo, 2013)
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