Punto Final, Nº769 – Desde el 26 de octubre al 8 de noviembre de 2012.
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Hay una campaña piñufla que busca chantajear a la gente de cara a las elecciones del domingo. En esos criterios pobretones no votar, anular o votar en blanco sería favorecer a la derecha y no la expresión del tremendo malestar que mayoritariamente se expresa contra una casta que insiste en perpetuarse en sus poltronas con cargo a la gente que aún les cree. Lo correcto, en opinión de esta gente de pasado revolucionario, sería votar por ellos y sus nuevos mejores amiguitos, los candidatos de la Concertación.
Nada nuevo. Ese criterio malaleche lo usó la Concertación cuando irrumpió en la historia de Chile: nosotros o la derecha. Para el efecto prometió todo cuanto se le pidió, para al final hacer lo que les dio la gana, es decir, todo lo contrario. Y esa antinomia les permitió hacer lo que la derecha no podía. Hoy ese eslogan sale al ruedo, pero ahora en boca de quienes hasta hace poco, eran sus detractores más notables.
Casi no se discute el carácter derechista de los gobiernos de la coalición del arcoíris y la alegría que no vino. Con el paso del tiempo y la desmovilización de la Izquierda, esa Concertación resultó en los hechos, que son los que valen, una expresión del sistema, su versión amortiguada, acicalada para la exportación. Derechistas de facto. Por más que su prehistoria, sus símbolos y algunos de sus personajes se relacionen con una época de luchas populares, puños levantados, himnos revolucionarios y barbas rebeldes, la evidencia disponible de los últimos veinte años indica que simplemente mutaron a una versión sin azúcar, en abanderados dietéticos, en sostenedores con poca grasa del mismo modelo que decían aborrecer.
El impulso inicial se trocó en una conducta comprensiva con los sustentadores de la dictadura, afincada en un realismo cómodo y, por cierto, con perspectivas. El gustillo fascinante del poder hizo lo suyo. Seres humanos después de todo. La derecha leyó bien ese cambio espiritual. Expertos en hacer negocios, se dieron cuenta que los nuevos administradores no traían la inercia absurda de querer cambiarlo todo. Más bien, se proponían hacer las cosas según se pudiera, y un poquito menos.
La Concertación relativizó el efecto dañino del orden fundado por la dictadura. Levantó algunas estatuas, amortiguó con tres chauchas los efectos de la tortura, el exilio, la prisión, y repartió bonos. La cáscara democrática del nuevo estado de cosas, la existencia de partidos, un Parlamento, separación de los poderes del Estado, le dio legitimidad a un sistema que detrás de todo eso no es democrático. Se ha instalado la idea de que en el país hay democracia por el solo hecho de que se convoca a elecciones cada tanto. Y se obvia que un concepto medianamente justo de democracia tiene que ver con muchas otras cosas.
Chile no puede ser un país democrático con una educación para ricos y otra para pobres, con una autoridad que ordena brutalidad policial extrema en el trato de niños y jóvenes que reclaman sus derechos; con una economía tirana que oculta sus charreteras, pero evidencia su poder destructor mediante el mercado y sus agentes secretos y públicos; con sus pobres ocultos en guetos de mala muerte y peor vida, cuyo pan de cada día es la bala y la represión; con un estado de guerra contra el mapuche, sus niños y mujeres, mediante ingenios bélicos propios de las fronteras de Medio Oriente; con riquezas que en el papel son de todos, regaladas a amigos y familiares de los que mandan; con Fuerzas Armadas que hacen lo que se les ocurre con el dinero que en cantidades fantásticas se les entrega a nombre de todos; con un sistema de salud, antesala de la muerte para los pobres y pensiones que condenan a los viejos a vivir en la miseria, con niños que pululan armados en las poblaciones tercermundistas en las que no entra ni Cristo.
Este país es producto de la cultura corrosiva, cruel, ambiciosa, criminal de la derecha, que hoy acepta las reglas del juego pero que no las va a respetar siempre. No es cosa nueva. Todo lo que hoy defiende y enarbola como derechos y deberes, va a ser desconocido no más se encuentre acosada por el avance del pueblo; y no trepidará en el sabotaje, la campaña del terror, la creación de milicias terroristas, el asesinato y la sedición.
La derecha ha logrado mantenerse en el poder amaestrando a otros para hacer mejor que ellos su trabajo. Por eso resulta vergonzoso que otrora revolucionarios adjudiquen al insumiso que desprecia el mecanismo por el cual se refuerza el sistema, la responsabilidad del triunfo de la derecha.
Estudiantes de la enseñanza media han levantado una consigna rebelde: “No prestes el voto”. En solitario, luz en la oscuridad, se proponen decir su opinión para desenmascarar la trampa electoral que dejará todo igual. Peor aún, más reforzado que nunca.
Aún así, no en todos los casos votar será un aporte a la colecta periódica de la derecha. Hay casos en que sí vale la pena. Es donde se amenaza al sistema especialmente por el método usado para la determinación de las candidaturas, y por el discurso rebelde que trae consigo esa postulación. Por eso vale la pena seguir con atención lo que pase en dos ejemplos antagónicos de lucha electoral. Josefa Errázuriz en Providencia, cuya candidatura es una expresión del movimiento social que intenta desbancar a un alcalde fascista, y Camilo Ballesteros, que de dirigente estudiantil mutó en candidato puesto ahí por el birlibirloque de las máquinas partidarias que no preguntan a nadie.
Esta vez parece haber mucha rabia acumulada como para que el sempiterno chantaje cumpla su propósito. Los resultados del domingo dirán.

Ricardo Candia Cares

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 769, 26 de octubre, 2012)


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