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El cuerpo de Chile
Las huellas de la historia suben a escena.
El punto de partida e hipótesis del trabajo de la actriz, docente e investigadora escénica Claudia Fernández es una afirmación: que en el cuerpo de los chilenos está grabada la historia del país. Y que de ahí surge una necesidad: mostrar en escena cómo se ha construido el cuerpo de Chile en las últimas décadas.
No es sólo una inquietud de ella. El soporte que eligió como investigadora es un ensayo que el dramaturgo Marco Antonio de la Parra escribió entre 2001-2002 (beca Guggenheim): Tratado nacional del cuerpo. Dice Fernández respecto del escrito: “La retroalimentación fue inmediata cuando comenzamos el trabajo. Los textos están llenos de imágenes, de cuerpos que cuentan sus propios dolores. Son fragmentos de nuestros traumas que se relatan como un rezo o se cantan en una cueca. El humor se entrelaza con lo trágico y permite múltiples lecturas que enriquecen la puesta en escena. La visión política y social del texto me representa absolutamente: comparto lo que se dice, deduce, percibe y significa”.
Luego de la investigación teórica la actriz abordó el trabajo escénico en un taller en el que utilizó técnicas de danza, movimiento y voz, los recursos que definen el perfil de su compañía, La Fábrica Teatro. Sobre esta doble experiencia, el cuerpo de Chile, habla Claudia Fernández.
¿El cuerpo de Chile actual coincide con la idea de “chilenidad”?
“En esta investigación no fue un objetivo buscar resultados inmediatos, sino que instalar discusión y análisis desde la teoría y la praxis, para que los actores descubrieran desde su contexto político sociocultural, la identidad del cuerpo nacional. Estamos en busca de hallazgos que nos hablen de un cuerpo portador de una historia a través de una metodología de laboratorio que constituya en sí una herramienta de estudio para futuras investigaciones asociadas al campo del arte y la literatura.
Muchos acontecimientos trascendentes, tanto políticos como sociales, son entendidos por las nuevas generaciones desde un plano mental y no alcanzan a manifestarse de forma contundente o clara en la corporeidad. Sin embargo, al profundizar sobre nuestra propia historia encontramos puntos en común, somos un cuerpo con secuelas: algunos pueden verlo como heridas de guerra y otros como abuso, castigo o traumas heredados sin visualizar como se arraigaron en nosotros”.
¿Cómo se produce la relación entre texto y ejercicios?
“En la primera fase se tomaron algunos conceptos, palabras o ideas que surgen de la relación intuitiva del actor entre la estructura física y la significación de la palabra. Los actores tienen como pie forzado relacionar el concepto de identidad que se desprende del texto con sus propias biografías, es decir, el contexto en que se mueven, lo familiar, lo histórico y lo nacional. La introducción del texto se trabaja en un comienzo desde la no literalidad, se buscan musicalidades, ritmos y organicidad entre un cuerpo en esfuerzo físico y el cómo resuena la palabra en éste. El primer acercamiento entre lo conceptual del texto y lo metafórico del cuerpo sugiere un lenguaje, a veces coherente y otras que nos distancia de la significancia inicial.
Muchas veces una idea o una frase otorgaba un contexto a una secuencia corporal que se iba modificando según las intensidades o calidades con las que se ejecutaba. Algunos ejercicios se redujeron en relación al tiempo y el espacio, tomando la idea o la imagen madre para luego insertar el concepto de repetición del movimiento y la modificación del estado actoral”.
¿Qué hechos se seleccionaron?
“La polarización en el ámbito político fracturó la columna vertebral del país y sus habitantes, generando cuerpos reprimidos, bloqueados, ansiosos, alterando su punto de equilibrio. Se distinguen diversos tipos de cuerpos: cuerpo torturado y cuerpo torturador; cuerpo desaparecido y cuerpo sobreviviente; cuerpo de la abundancia y cuerpo de la escasez. Hay una lucha constante entre sometimiento y liberación, entre exilio mental desde el país de las cifras de inflación descomunales y precario equilibrio político, a los estados de tenso consenso del modelo económico imperante, donde la memoria histórica se trunca dejando el trauma en el territorio sicosomático.
Posturas, movimientos, gestos, miradas, se modifican con el Chile moderno y postmoderno, reduciéndose lo expresivo, incluyendo la comunicación verbal. Hay una economía en la expresión que se ha visto sacrificada, que viene desde el temor al ridículo, la homogeneización social desbaratada por la desigualdad y la falta de conciencia alegre del cuerpo y su sensualidad. Esto genera un pueblo con necesidades concretas, prácticas, alejadas de los grandes discursos universales. Otro punto de este análisis es el relacionado con las enfermedades, el modo de enfermar y el significado antropológico de este suceso vital, que hacen que ese cuerpo vuelva a parir un cuerpo nuevo, a veces resiliente y poderoso, otras, con malformaciones: depresión, enfermedades síquicas, cuerpos sobrevivientes, sordos; otros luchadores y en constante movimiento, que conectan el pensamiento con la acción; cuerpos dormidos que manifiestan un comportamiento o una conducta relacionada con la apariencia y la kinesis; un cuerpo quieto es un cuerpo obeso, un cuerpo anoréxico se torna azul cianótico, el cuerpo vigoréxico crece en los gimnasios habitados por las dismorfias (alteraciones en la percepción del propio cuerpo). Estos y otros ejemplos provocan nuevas lecturas corporales, traducidas en hombres y mujeres que significan por sí mismos, desafiando los estudios de género en la transexualidad, la figura simbólica de la transición del trasvesti”.
¿Algunas huellas que ha dejado la historia del país?
“En el territorio del habla: modismos, fonética, sonidos, etc. Se hizo un análisis, desde el punto de vista escénico, del cómo conviven y coexisten realidades o territorios de cuerpos tan distintos y contrarios. Hay un choque de ideales que genera una identidad de cuerpo, ‘el malestar social’. Están los que piensan que hay que olvidar y los que piensan que hay que afrontar.
El cuerpo de Chile no es frontal, nos cuesta establecer diálogos directos y eso debe ser, tal vez, un residuo de la conquista y de historias de miedos e incertidumbres. Eso nos hace ser ‘tímidos, dominados, disconformes, mal hablados, chaqueteros, envidiosos y buenos para el pelambre’. Pero, por otro lado, nos hace ‘buenos pa´l abrazo, buenos pa’ la talla, llenos de picardía, solidarios, empáticos con el dolor ajeno, unidos en las catástrofes, con garra’…
El cuerpo de nuestra patria parece cansado, trabaja mucho y no conoce la productividad en menos jornadas laborales y/o con más esparcimiento. Hemos visto, durante la semana, muchos de estos cuerpos en el centro de Santiago: caminantes cabizbajos, de espaldas encorvadas, con hombros caídos y miradas impenetrables, en contraste con los cuerpos desatados, eufóricos e ‘híper gestuales’ del fin de semana.
También influyen las grandes oscilaciones térmicas en una geografía insular. La globalización, la alimentación, el discurso político, el paso de la historia, la influencia extranjera en lo religioso, político, económico y cultural son factores que han hecho una mezcla híbrida de nuestra identidad. En nuestra investigación escénica concluimos que no sabemos qué somos, que aún no somos lo que queremos. Vivimos comparándonos, somos lo que ‘no tenemos’. Hay un cuerpo en falta. Liberamos ese inconformismo a través del consumo de las drogas farmacéuticas, del humor, de la ‘talla’, de los modismos, de la picardía del lenguaje. Todo encriptado y poco claro para el resto del mundo, pero que se acerca a una identidad propia, características implícitas en el texto de Marco Antonio de la Parra”.
Leopoldo Pulgar Ibarra
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 767, 28 de septiembre, 2012)
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