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Pablo de Rokha
Nació en Licantén, el 17 de octubre de 1894 como Carlos Díaz Loyola. Fue el mayor de 19 hijos de un agricultor empobrecido. La obra de Pablo de Rokha es un canto de amor al Chile de los humildes, a los hábitos de vida y costumbres de los trabajadores, a sus comidas y bebidas, y a un socialismo sin riendas burocráticas.
Hace 44 años, el 10 de septiembre de 1968, esa fuerza enorme que surgía del terruño y se tornaba en deslumbrante poesía cósmica y profética, se desplomó descerrajándose un tiro en la boca. De Rokha había sugerido su agonía en “Canto del Macho Anciano”: “Sentado a la sombra inmortal de un sepulcro, o enarbolando el gran anillo matrimonial herido a la manera de palomas, que se deshojan como congojas, escarbo los últimos atardeceres”.
Publicó sus primeros poemas en la revista “Juventud”, de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (Fech). El sentido que tomaría su vida se tornó claro cuando conoció a la mujer que lo colmaría de amor y ternura, la poetisa Luisa Anabalón Sanderson (Winétt de Rokha). Con ella -que le dio ocho hijos- emprendió un camino de creación, de dificultades e incomprensiones. Jorge Teillier escribió: “En otro medio, Pablo de Rokha hubiera sido un poeta de proyección universal, de lo cual él fue consciente, lo que comúnmente le fue negado en su país, en gran parte por su misma actitud de poner al autor delante de su obra”.
En la obra rokhiana sacaron chispas sus denuestos contra Pablo Neruda, sus elegías a las comidas y bebidas de Chile, sus poemas a la revolución china, sus elogios al deseo insaciable de mujer. Un tormentoso caudal de poesía vanguardista que lo sitúa entre los mejores poetas de nuestro país. En 1951 sufrió la desaparición de su amada Winétt, que enfermó de cáncer, y la sombra de la tragedia lo cubrió con la muerte de sus hijos Carlos (también poeta) y Pablo. En 1965, después de muchos esquives, le otorgaron el Premio Nacional de Literatura. Su comentario lacónico, provocativo, fue: “Me llegó tarde, casi por cumplido y porque creían que no iba a molestar más”. Se equivocaron, desde luego.
Frecuente visitante de “Punto Final”, las conversaciones con Pablo de Rokha y sobre todo el ejemplo tenaz y rebelde de su vida, se hicieron parte de nuestra historia. Otro gran poeta, Gonzalo Rojas, escribió para él un digno epitafio que invoca la dureza del roble chileno: “No habrá pellín comparable, hasta la eternidad no habrá pellín comparable al Macho Anciano…”.
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