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Astrolabio
Del puterío y otros burdeles
“Tenemos las cortesanas para el placer, las concubinas para proporcionarnos cuidados diarios y las esposas para que nos den hijos legítimos y sean las guardianas fieles de nuestra casa...”.
(Seudo-Demóstenes, “Contra Neera”, 122; siglo IV a. C.).
“En pocos sitios pueden hallarse tantas putas reunidas como en una biblioteca”.
(Liliana Viola, “Página 12”).
Solón, poeta, reformador y legislador ateniense, que vivió entre los años 638 y 558 antes de Cristo -y uno de los siete sabios de Grecia-, creó en Atenas burdeles estatales a precios moderados para que el pueblo no quedara al margen de estos importantes servicios de que gozaban los ricos. Para los antiguos griegos, la prostitución fue un oficio común, necesario y cotidiano. E inclusive, un componente de las sociedades democráticas.
Las trabajadoras de los prostíbulos estatales eran esclavas, las pornai, a las que se pagaba un óbolo (una cantidad menor: la sexta parte de un dracma). También había pornai privadas, que eran esclavas de un proxeneta (que se traduce como pastor de prostitutas) quien debía pagar impuestos. Otra categoría de prostitutas griegas eran las independientes, que trabajaban en la calle, cobraban en dracmas, y también debían pagar impuestos por ello. Una virgen que se iniciaba cobraba de cien a doscientos dracmas. Las otras, entre cuatro y cinco dracmas; a veces más, según edad, belleza y tipo de servicios. Para la publicidad algunas grababan en la suela de sus sandalias la palabra “sígueme”, que quedaba como huella en el suelo.
Una categoría superior de prostitutas independientes eran las heteras (“acompañantes”) que eran elegantes, cultas, adineradas y administraban sus propios bienes. Aspasia, hetera de Pericles, fue una de las más famosas y políticamente influyentes del siglo V antes de Cristo. Entre quienes la visitaban se cuenta a Fidias, Sófocles y Sócrates. Plutarco (Vida de Pericles, XXIV, 2), dice de ella: “Domina a los hombres políticos más eminentes e inspira a los filósofos un interés nada despreciable”. Pitónica, fue hetera de Hárpalo, tesorero de Alejandro Magno, y Tais, del mismo Alejandro y después de Ptolomeo I.
La cerámica, escultura, literatura e historia griega recogen e inmortalizan los nombres de estas mujeres cuyos rostros iluminan los principales y más renombrados museos del mundo. Sin ir más lejos, para la Venus de Cnido, obra de Praxíteles, que se exhibe en el museo del Louvre, fue modelo la hetera Friné.
Los burdeles públicos no fueron exclusivos de la antigua Grecia. En España existieron desde la Baja Edad Media, bajo el nombre de “mancebías” en casi todas las ciudades, hasta que la Corona ordenó su cierre en 1623. Los españoles Andrés Moreno Mengíbar y Francisco Vásquez García describen cómo era su funcionamiento: “La reglamentación de los burdeles públicos correspondía a la autoridad -real o municipal-. Esta nombraba a un gestor, llamado “padre” o “madre” de la mancebía, encargado de hacer cumplir las ordenanzas, administrar, proveer el menaje de las prostitutas y cobrar las rentas. La propiedad de los locales de lenocinio podía corresponder al mismo ayuntamiento, a notables de la ciudad, a instituciones asistenciales e incluso, a órdenes y corporaciones religiosas”.(1)
Pero claro, no todo era siempre miel sobre hojuelas. El arzobispo de Granada en sus Constituciones synodales de la ciudad (1573) denuncia las mancebías como antros pecaminosos, donde se puede perder la fe cristiana por la labor insidiosa “de prostitutas moriscas o descreídas”. Y qué decir de la persecución sangrienta que emprendió contra ellas en Londres, en 1888, el todavía incógnito e impune asesino en serie apodado “Jack El Destripador”.
Insignes escritores se han encargado de engalanarlas con sus laureles. Yasunari Kabawata (1899-1972), premio Nobel de Literatura 1968, con La casa de las bellas durmientes; Gabriel García Márquez, Nobel 1982, con Memorias de mis putas tristes; Mario Vargas Llosa, Nobel 2010, con La Casa verde, y Pantaleón y las visitadoras. Además, José María Arguedas, con El zorro de arriba y el zorro de abajo y Juan Carlos Onetti con Juntacadáveres… entre muchos otros. Hasta yo mismo tengo una novela en proceso, en parte inspirada en mis buenas amigas de la calle Esmeralda, donde viví en los años 90 frente a la Posada del Corregidor. ¿Visiones idealizadas, mitificadas, sacralizadoras de valores patriarcales milenarios que colisionan con los derechos y la dignidad de la mujer?
Son interrogantes críticas necesarias. Pero, si de venderse se trata, bastante hay que escarbar en las oscuras relaciones entre ciertos personajes del mundo político y el empresariado. Son burdeles de cuello y corbata que nada tienen que ver con las nobles trabajadoras sexuales, a quienes, por causas estructurales o accidentales, la sociedad puso en este trance.
(1) Moreno Mengíbar, A. V. (1997). “Poderes y prostitución en España (Siglos XIV-XVII). El caso de Sevilla”. Criticón, Nº69, 33-49.
Juan Jorge Faundes.
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 751, 20 de enero, 2012).
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