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Los motivos del imperio
Zarpazo al petróleo libio
No es posible separar las revueltas en Oriente Medio y el Norte de Africa y la incursión armada de la OTAN en Libia, de la evolución en los precios del petróleo. Con alrededor del 45 por ciento de la producción mundial de crudo localizada en esas regiones, el estallido de las revueltas en Túnez y más tarde en Egipto elevaron los precios del crudo desde 80 dólares por barril a cerca de 120 dólares, según el índice Brent del Mar del Norte. Desde inicios de marzo, el petróleo ha fluctuado en estos rangos, sin ninguna señal clara de un cambio en la tendencia. Al contrario, no pocos analistas e instituciones especializadas prevén nuevas alzas, las que podrían ubicar el crudo en un rango entre los 150 y 200 dólares el barril.
La actitud de “occidente” sobre el gobierno dictatorial de Muammar Gaddafi, que desde mediados de marzo mantiene una permanente ofensiva grotescamente nombrada “Odisea del Amanecer” con bombardeos sobre las instalaciones aéreas y antiaéreas de Gaddafi, y que ha cobrado centenares de víctimas civiles, ha sido no sólo ambigua, sino también contradictoria e ineficaz. La agresión al gobierno de Trípoli, que es un apoyo indirecto a los rebeldes de Bengazi, ha generado una reactivación de las revueltas en otros países de Oriente Medio, como Bahrein, Yemen, otra vez Egipto, y también Siria (¿“revolución de color” alentada por ONGs occidentales?) y en los territorios palestinos ocupados por Israel. Si “occidente” deseaba acabar con el dictador de Libia, ¿por qué no lo hace con los diversos otros dictadores, partiendo por el rey Abdullah de la monarquía absolutista saudita? Tal vez los ataques aéreos contra Trípoli han sido entendidos por los rebeldes como una señal para sacar a otros tantos monarcas y dictadores.
El mensaje del Pentágono y la Casa Blanca es, cómo no, humanitario y basado en el respeto de los derechos humanos de los libios. Sobre la base de esta retórica pacifista se presenta también el eufemismo “zona de exclusión aérea”, estrategia armada vía aérea que, con la capacidad destructiva desde los portaaviones y otras naves de guerra, es suficiente para destrozar un país. Aun así, el siguiente paso será el tráfico de armas hacia los rebeldes y el despliegue de tropas. Las invasiones a Iraq y Afganistán han seguido este guión.
Estados Unidos, Francia y el Reino Unido mantienen un discurso lleno de hipocresía hacia las diferentes revueltas en el mundo árabe. Es posible que lo que se inició en Túnez haya sido sorpresivo para el mundo europeo y estadounidense, pero más tarde Egipto, Bahrein, Yemen, Arabia Saudita y, por cierto Libia, han recibido tratos oscilantes y contradictorios. El discurso oficial, amplificado por las grandes cadenas estadounidenses sobre las revueltas egipcias, fue de una sociedad que aspiraba a integrarse en el mundo y los mercados globales, lo que en otras palabras era el deseo de aquellos manifestantes por el modelo neoliberal. La caída de Mubarak y la actual transición han comenzado a perfilar otras aspiraciones. Una instauración del modelo neoliberal en Egipto es la mejor vía para extender la inestabilidad política.
El silencio que han mantenido las grandes potencias sobre las revueltas en los Estados más pequeños de la Península Arábica contrasta con las acciones sobre Libia. Las cadenas estadounidenses destacan la información sobre Libia -y hacia finales de marzo las revueltas en Siria-, que habrían causado, dijeron falsamente, decenas de muertos. Otras versiones han afirmado que el levantamiento en Siria contra el gobierno del partido Baaz, de Bashar al-Assad, es un plan levantado por ONGs apoyadas por las potencias occidentales, las mismas que impulsaron hace un tiempo los levantamientos en Irán contra el gobierno de Mahmoud Ahmadineyad. Las “revoluciones de color” a través de Internet y las tecnologías de la información tienen en su fondo la instauración de sistemas pro occidentales para allanar el terreno a los globalizadores. Siria, podemos recordar, fue incluida por George W. Bush entre los países que conformaban el “eje del mal”, junto a Corea del Norte, Cuba, Irán y Venezuela.
ONGs financiadas
por EE.UU.
“Lo que pasó en Georgia y Ucrania con las revoluciones rosa y naranja, en 2003 y 2004, fue parte de una estrategia de largo plazo orquestada por el Pentágono, el Departamento de Estado y varias ONGs financiadas por Estados Unidos, como Freedom House (hoy muy presente en Siria) y la Fundación Nacional por la Democracia, para crear regímenes pro OTAN en aquellas repúblicas y de esta manera, cercar a Rusia”, comentó el investigador estadounidense especializado en temas petroleros William Engdahl a la televisora rusa RT.
Lo que sucede hoy en Oriente Medio probablemente se ajusta a la teoría de Engdahl: activistas financiados por ONGs para desestabilizar regímenes en momentos de crisis económica y alza en el precio de los alimentos. Sin embargo, el objetivo de instaurar sistemas políticos pro occidentales guiados por el FMI y las agencias globalizadoras, aún no les ha dado los resultados esperados. Las potencias occidentales repiten en Libia el guión seguido en Afganistán e Iraq, un país hoy desestabilizado que podría seguir el camino de esos Estados destrozados por las bombas y los marines. Libia, del mismo modo que Iraq, tiene un especial interés: produce petróleo. La caída de Gaddafi y la destrucción institucional prepara el terreno para la apropiación de los recursos naturales por las agencias y corporaciones privadas de las grandes potencias.
El asunto está bien claro, como dice el analista en temas internacionales estadounidense y columnista de la revista de Izquierda The Nation, Michael Klare: “La economía mundial necesita un creciente suministro de petróleo, el que puede proporcionarlo el Oriente Medio. Es por ello que los gobiernos occidentales han apoyado durante largos años regímenes autoritarios estables en la región, para lo cual han entrenado y pertrechado a sus fuerzas armadas y de seguridad. Ahora, este orden petrificado, cuyo gran éxito fue proporcionar petróleo a la economía mundial, se está desintegrando. Y no cuenta con ningún orden (o desorden) que le entregue el suficiente crudo barato para mantener la ‘era del petróleo’”.
Más de cien millones de barriles de petróleo diarios
La apropiación de las fuentes energéticas ha sido y es un asunto clave para las relaciones económicas y geopolíticas. Pero hoy, con la creciente demanda energética y el agotamiento de las fuentes en un futuro no muy lejano, la energía se convierte, y en especial el petróleo, en un tema crucial. La Agencia Internacional de Energía (AIE) en su informe de 2010 lanza claras advertencias: “La crisis económica global de 2008 y 2009 desestabilizó los mercados energéticos de todo el mundo, siendo el ritmo al que se recupere la economía global el factor clave que marcará la evolución del sector de la energía en los próximos años”.
El actual escenario mundial es de un fuerte aumento en la demanda de todo tipo de fuentes energéticas, sin embargo los combustibles fósiles ocupan más de la mitad del incremento de la demanda total de la energía primaria. Esta mayor demanda lleva a la AIE a proyectar hacia el largo plazo un aumento en el precio del crudo, el que llegaría, dice, a 113 dólares el barril hacia 2030, un precio sensiblemente mayor a los 60 dólares de 2009. Hoy, con los eventos en Oriente Medio, el crudo ya ha alcanzado aquel precio, por lo cual hay numerosas variables que la AIE no consigna en su informe y que otros analistas han corregido.
La demanda de petróleo sigue creciendo sostenidamente, afirma la AIE, y alcanzará a cerca de 99 millones de barriles diarios en 2030, unos 15 millones de barriles diarios más que en 2009. Todo el crecimiento neto viene desde países externos a la OCDE -y casi la mitad de China-, y será determinado por el uso cada vez mayor de combustibles para el transporte.
La producción total de la OPEP aumentará continuamente hasta el año 2020, incrementando su participación en la producción global. Gran parte de este incremento es propiciado por Iraq, país que en razón de sus reservas igualará la producción de Irán hacia 2015. Arabia Saudita, en tanto, desbancará a Rusia como el principal productor del mundo. El caso de Libia, hoy en el centro del torbellino mundial, abre interrogantes: puede hacer caer la producción mundial si los pozos son averiados o saboteados o, del mismo modo que Iraq en manos de las potencias occidentales, podría aumentar la producción.
La AIE advierte que si los gobiernos no alteran sus políticas energéticas respecto al petróleo o sólo introducen políticas levemente diferentes a las actuales, la demanda global seguirá aumentando, los costos de producción se elevarán, la carga económica en el uso del petróleo se elevará, la vulnerabilidad a las alteraciones del suministro se agudizarán y el ambiente global sufrirá daños de consideración. Una advertencia a futuro que parece haberse adelantado. Hay otras agencias que tienen datos bastante más inquietantes. Un estudio realizado en febrero sobre la demanda de petróleo de China muestra que ha aumentado un 10,1 por ciento anual, para ubicarse en 9,6 millones de barriles diarios. En tanto, el ministro del Petróleo de Iraq prevé un precio del crudo de 120 dólares (bastante más alto que la proyección de la AIE) en el corto plazo.
Es difícil ver en la incursión armada en Libia (lanzada exactamente en el octavo aniversario de la invasión a Iraq) otro motivo que el petróleo. ¿O hay todavía ingenuos que creen los discursos del Pentágono y los comentarios de la CNN sobre la cruzada humanitaria? Libia, es necesario recordar, no produce ni uva ni naranjas, sino 1,3 millones de barriles de petróleo diarios.
Estados Unidos y sus aliados occidentales levantan el discurso de los derechos humanos. Pero sólo se han ocupado de Libia, y ahora de Siria. ¿Qué están haciendo con la violencia en Yemen y Bahrein, gobiernos autoritarios que han llamado a las fuerzas de seguridad de Arabia Saudita para ayudar en la represión? El gran temor de “occidente” es que las protestas se extiendan por toda la Península Arábiga y a sus implicancias en el suministro de petróleo. Arabia Saudita produce casi el 40 por ciento de todo el crudo de la OPEP. Una revuelta en esta zona llevaría a los especuladores a elevar el precio del crudo a niveles tal vez nunca antes vistos.
Pero hay aún más inquietudes y peligros. La catástrofe nuclear en Japón, cuyo desenlace todavía es muy incierto, tendrá efectos durante años. Y uno de los grandes afectados, dice Helen Caldicott, médico y reconocida activista antinuclear australiana, será la industria nuclear. El 26 de marzo una masiva protesta de más de 300 mil personas recorrió las calles de Berlín para advertir sobre el uso de la energía nuclear. Es posible que sea el comienzo de nuevos esfuerzos para generar energía limpia de fuentes renovables no convencionales, pero también podría derivar en un uso indiscriminado de combustibles fósiles, como el petróleo y el carbón, con consecuencias extremadamente dañinas para el medioambiente. Así es como el 26 de marzo el gobierno de Obama anunció la expansión de la industria del carbón, orientada a la generación de energía, lo que podría elevar en un 50 por ciento la cantidad de carbono emitido por Estados Unidos cada año. En estos días tan turbulentos, ya nadie parece acordarse de la amenaza del calentamiento global.
Son múltiples las variables que conducen a un aumento en la demanda de petróleo. El gran escenario, con China e India como protagonistas, es de unos mil millones de automóviles en las carreteras en los próximos años, con una demanda de petróleo que agencias independientes estiman aumentarán en un 110 por ciento, o 190 millones de barriles diarios, muy por encima de los 99 millones proyectados por la AIE, lo que no sólo derriba todas predicciones y ordenamientos económicos y políticos futuros, sino pone el curso de la historia en un callejón sin salida.
PAUL WALDER
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 730, 1º de abril, 2011)
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Punto Final
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