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¿La Izquierda dónde está?
Autor: Marcelo Mellado
Chile debe ser el país de América Latina que tiene la Izquierda menos significativa o menos representativa a nivel popular; la menos influyente en nuestra sociedad y la más mediocre, y lo peor, es que no siempre fue así (al menos a nivel oficial). Sus representantes públicos parecen no tener estatura moral e intelectual. No se trata de ser autoflagelante, pero es una constatación objetiva, basada en la misma práctica política.
¿Cómo fue que descendimos hasta el lugar ínfimo que ocupamos, al nivel de no tener casi nada que decir que no sea reaccionar torpemente frente a acontecimientos que nos superan? ¿Nuestra Izquierda es muy reaccionaria y conservadora, torpe, poco creativa, soberbia? No sé. No pretendo hacer un análisis político estricto ni menos sociológico de la Izquierda chilena, simplemente quiero expresar mi sorpresa, mi rechazo y hasta mi cariño por esta lateralidad ideológica que determinara la vida de tantos de nosotros y modelara nuestra subjetividad.
A un sector importante de ella le fascina la opción electoral y otro sector, exhibe la soberbia de una dudosa hegemonía ético-minoritaria, con una irrefrenable “voluntad de verdad” como diría un clásico, lo que suele implicar delirios histéricos y conductas desesperadas. Ser de Izquierda suele significar (o generar) conductas antisistémicas, un cierto hedonismo que se contradice con la disciplina capitalista, que se identifica con la modernidad artística, muy ligada a los movimientos sociales. Yo vengo de esas prácticas. Quizás el afán de justicia sea un legado cristiano o parte del proyecto no cumplido de la modernidad, pero un simple proceso globalizador o de extensión espacial de los mercados es capaz de producir el espejismo de igualdad o de emancipación. El resultado es una Izquierda patética y fatal, que subsiste por pequeños boliches que aún están abiertos, como el blando tema medioambiental o ecológico, la renta con las minorías y la regencia con el asunto derechos humanos. El mundo sindical, simplemente, casi no tiene importancia con los cambios en la cultura del trabajo impuesta por las políticas neoliberales. Y el problema no parece resolverse con el puro gesto de renovación, eso ya ocurrió y la Concertación es su “mejor obra”. Lo único que queda es una pálida actitud ética.
El resultado es la casi desaparición de aquella lateralidad que constituyó una verdadera cultura que fue capaz de producir un país otro, distinto, alternativo, si se quiere. Hoy la cultura dominante es la de la derecha. Creo que los grandes partidos que han identificado a la Izquierda chilena, el PC y el PS, ya no existen, es decir, no existen como aquellos partidos de masas que alguna vez conocimos. La política ya no pasaría por ahí, pasaría por el acceso que tendrían sus cúpulas a los grandes sistemas de poder.
Yo no soy un especialista en estos temas, apenas soy un agente cultural con compromiso político y hace rato que este diagnóstico estaría hecho. Lo que pasa es que surgen temas como el de los comuneros mapuches, por ejemplo, que vuelven a interrogarnos por quiénes somos y cuál es nuestro rol. Y, ciertamente, dan ganas de irse para la casa y aceptar la derrota estratégica que nos determina. Aunque siempre existe la posibilidad de jugar con la muerte.
La Izquierda hoy sólo subsiste gracias al negocio del compañero Yuri en Valparaíso, que tiene una casa rodante con todo el imaginario gráfico izquierdistoso-UP setentero, en que vende completos en las madrugadas de esos fin de semana duros del puerto. No habría más Izquierda que eso, por ahora. Ese compañero, igual que otros, ha elegido una estrategia cultural de propuesta política. Muchas prácticas político-culturales cuentan sólo con la visibilidad que le dan las redes sociales y la presencialidad. En el no-Santiago, para no decir en la provincia o comunas periféricas, usamos mucho esa modalidad que tanto la derecha, como la Izquierda canónica, son incapaces de ver y valorar.
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 720, 15 de octubre, 2010)
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