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“Hinteligencia” policial
Autor: Ricardo Candia Cares
Cuando los carabineros que mantienen sitiada la zona mapuche mataron a los comuneros Matías Catrileo, Alex Lemún, Jaime Mendoza y Jhony Cariqueo, no usaron balines de goma ni de pintura, sino balas parabellum de nueve milímetros. En esas oportunidades, las autoridades policiales no entraron en la crisis de autocrítica que observaron después de que las tropas verdes asediaran la Escuela de Arquitectura amparados en la ley y en las decisiones del ministro Hinzpeter.
El oficial jefe de la Zona Metropolitana de Carabineros, después de evaluar concienzudamente los acontecimientos, llegó a la conclusión que hubo errores en el procedimiento, pero no dice cuáles. Un mal pensado pensaría que se refirió al uso de peligrosos balines, pestilentes chorros de agua de alta presión, de gases cancerígenos, o el mísero palo. Pero parece que se refería a la inoportuna publicidad que los medios de comunicación le dieron a esa batalla.
Resulta escandaloso que cada vez que los estudiantes o los trabajadores intentan algún tipo de manifestación, la acción desmesurada y por completo injustificada de las tropas policiales se deja caer sobre los pobres civiles, como si se tratara de reducir a un ejército enemigo. Si la represión de las fuerzas especiales son un hecho grave, más aún lo es que muchos no digan esta boca es mía por esa flagrante violación a los derechos humanos de quienes hacen saber su descontento y sus demandas en las calles.
La policía viene afinando sus métodos. Al vil palo, ha agregado la infiltración de sus agentes más avezados en medio de los revoltosos -y vaya a saber uno si también en sus organizaciones-. Con certeza, serán alumnos aventajados de cursos antiterroristas, de contrainteligencia y control de chusmas. Los estudiantes han denunciado mediante fotografías a estos agentes de opereta que penetran sus movilizaciones, descubiertos por su actuar exótico: pelos cortos, mirada ceñuda, demasiada gomina, armas abultando sus cinturas, intercomunicadores que ronronean órdenes, ropa unisex comprada para la ocasión.
Sin embargo, como en todo combate, persiste el riesgo. Le pasó al subteniente Hugo Melita Sepúlveda, que en este momento estará prestando servicios institucionales en Charaña, o Puerto Edén. El subteniente cometió un error propio del súper agente Ochenta y Seis. Perdió su mochila en la cual había varios carnés de identidad, su identificación como carabinero, radio, esposas y cartas de amor, mientras infiltraba la marcha de la Anef. Los diputados Gutiérrez, Teillier y Jiménez hicieron la denuncia al Ministro del Interior, pero después, nadie dijo nada.
Un policía provocando en las manifestaciones legítimas de trabajadores y de estudiantes parece ser una medida favorita del Ministerio del Interior. Y habrá que suponer que el agente encubierto no anda solo. Por cada policía infiltrado descubierto, ¿cuántos salvan su anonimato? Al ministro se le está pasando la mano. Cuando la dictadura se replegó, dando paso a los gobiernos de la Concertación, la promesa explícita era que nunca más. Nunca más crímenes, desaparecidos, torturas, exilio. Pero también nunca más técnicas propias de la guerra contrainsurgente, o de ejércitos de ocupación. Y nunca más ministros del Interior represores.
Un sistema político que permite el control de sus ciudadanos al margen de sus derechos, no es una democracia. Al gobierno le parece poco una legislación que permite la vigilancia clandestina de sus ciudadanos. El Cuerpo de Carabineros agrega técnicas de infiltración a marchas legítimas de trabajadores y estudiantes con el fin de provocar a las mismas fuerzas policiales y justificar de ese modo la represión. Como consecuencia, criminalizar ante la desinformada ciudadanía una conducta que es la esencia de una comunidad efectivamente democrática: el reclamo, el uso de las calles que son de todos, para manifestar lo que le venga en gana.
Hace no mucho, en su afán correctivo, dos altos mandos de Carabineros quemaron la marihuana que portaba el hijo de un alto mando de la policía civil. Esa operación de “hinteligencia” les costó el puesto.
Fanáticos por el orden y las misas, las autoridades detestan el bullicio de las manifestaciones que reclaman. Gustan más del aplauso acolchado. Y en cuestión de marchas, prefieren la Radetsky.
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 719, 1º de octubre, 2010)
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