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Cuba socialista: entre dos palabras claves
Autor: Eliades Acosta Matos
Entre las cualidades que más reconocieron en el candidato Barack Obama la prensa mundial y el electorado norteamericano, y que a la larga le dieron el triunfo, se destaca la ecuanimidad mostrada en los momentos de mayor presión. Algunos de sus mejores discursos, como aquel sobre el tema racial conocido como “Hacia una unión más perfecta”, fueron pronunciados bajo el fuego implacable de sus adversarios, y lejos de hacerlo perder la cabeza, le confirieron la estatura de los estadistas. Martí dejó escrito que “gobernar es prever”. Lástima que los raseros con que se miden a otros dirigentes del mundo no sean los mismos.
Por ejemplo, si me pidiesen calificar el discurso pronunciado el 1º de agosto por Raúl Castro, presidente de los Consejos de Estado y de Ministros de Cuba al clausurar el Quinto Período de Sesiones de la VII Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular, diría que se identifica con la serenidad. Y mal que le pese a los sacrosantos augures de la política cubana, no es precisamente ecuanimidad y sangre fría lo que se esperaba de un presidente que, de creer la campaña implacable contra la isla, gobierna sólo un puñado de ruinas y se apresta a hundirse en el naufragio definitivo de una experiencia fracasada.
Hoy he amanecido especialmente reconfortado después de escuchar ese discurso de Raúl. Porque, no se habla aquí sólo de Cuba, sino de lo que Cuba representa para millones de personas del planeta, y para la propia historia de la Humanidad, algo así como el sitio donde se preservó el fuego de un mundo humano, más justo y solidario en medio de una prolongada helada: la del capitalismo deshumanizado, egoísta e injusto.
La buena noticia contenida en ese discurso, para el que sepa leer más allá de cifras optimistas de crecimiento económico, saneamiento de las finanzas y restablecimiento de los equilibrios financieros, radica, precisamente en ese tono sereno de Raúl, en esa renovada confianza en el triunfo de la causa que se defiende, después de atravesar una de las campañas políticas y mediáticas más perversas y sostenidas de este medio siglo de Revolución Cubana. Y dicho sea de paso, tras dejar atrás y a un lado, como a un atrezzo político inservible y falso, a la comparsa disidente a la que se desarmó y desinfló con las armas del diálogo y la negociación.
Hoy, alejada de la tentación triunfalista y del reposo, Cuba socialista habla de participación popular, reformas estructurales, flexibilización de las leyes laborales y la apertura a nuevas formas de trabajo por cuenta propia; de no abandonar ni a un solo cubano, y a la vez, de restablecer la disciplina social y laboral, la productividad del trabajo, y, especialmente, la racionalidad y eficiencia del propio Estado. Son tareas estratégicas, porque no hay nada que pueda garantizar el futuro socialista de la isla que no pase por la sostenibilidad y la eficiencia: todo lo demás es un sueño trasnochado, que aleja su concreción mientras más se disfrace con apariencias de radicalidad y doctrinarismo.
Sin una economía sana, no hay futuro socialista en Cuba. Como tampoco sin ideas claras ni un modelo actualizado. Es cierto que la premura es mala consejera en estas rectificaciones, tanto como la inactividad y la inercia, que erosionan el consenso y esa misma cohesión social a la que, justamente, se reputa como “el arma estratégica de la Revolución”. Y si también me preguntasen cómo definir con una palabra dónde radican las mayores insatisfacciones de la población con la marcha de este proceso vital, podría resumirlo en el vocablo “lentitud”. Porque la vida cotidiana de las personas no siempre se supedita a los tempos de los planes y los cronogramas de la política. ¿Y que es la política socialista sino la forma de hacer cada día más plena y humana la vida cotidiana de las personas? Y aquí y ahora.
Navegando entre presagios fracasados y ridículas extremaunciones, dejando atrás los escollos de una senil hostilidad imperial, la isla rebelde, que un día saltó sola al ruedo para defender su verdad, ya no está sola. El discurso de Raúl demuestra que hay y habrá socialismo para rato. Entre la serenidad y la necesidad de marchar más rápido hemos amanecido hoy los cubanos. Nada más genuinamente socialista.
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 715, 6 de agosto, 2010)
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