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Bicentenario
El Chile que cambió
Para el académico e historiador Julio Pinto Vallejos, director del Departamento de Historia de la Universidad de Santiago, la conmemoración del Bicentenario ofrece una oportunidad de reflexionar, hacer un balance crítico y también imaginar el futuro. Ese examen crítico es muy valioso porque cuestiona los planteamientos de la historia oficial y abre caminos para nuevas investigaciones. Con todo, le llama la atención el bajo perfil con que se han manejado los preparativos, especialmente por parte de la derecha y reconoce, al mismo tiempo, que estando rodeado este Bicentenario de mayor preocupación intelectual y académica que en 1910, no haya alcanzado masividad. Destaca algunos esfuerzos, como diversos libros de la editorial LOM, que apuntan en esa perspectiva y el trabajo de especialistas como José Bengoa. Señala que hay un núcleo de pensamiento conservador que funciona en la Universidad del Desarrollo, la “Fundación Bicentenario” y que se han desarrollado progresivamente seminarios, encuentros, debates, charlas y cursos.
Julio Pinto, 54, co-autor con Gabriel Salazar de la “Historia Contemporánea de Chile”, y autor de “Desgarros y utopías de la pampa salitrera” y otros libros, conversó con “Punto Final”.
¿Cómo puede abordarse el tema del Bicentenario sin perderse? Doscientos años comprenden etapas muy diferentes, desde los viajes en carreta hasta la biología molecular, la cibernética, la comunicación instantánea, la energía nuclear...
“Para hablar de este segundo centenario debemos tener en cuenta algunos hechos y procesos que, alrededor de 1960 e incluso antes, comenzaron a cambiar radicalmente a Chile. Más tarde vendría el gobierno de Salvador Allende con sus intentos transformadores y democratizadores y los diecisiete años de dictadura militar.
Esos procesos fueron, en primer lugar, la urbanización. La gran experiencia del siglo XX en Chile es el desplazamiento masivo del campo a la ciudad. Ese fenómeno, ligado más tarde a la reforma agraria, hizo que terminara el campo tradicional, con relaciones sociales de subordinación y dependencia del inquilinaje y los campesinos respecto a los terratenientes. Hubo una transformación profunda de las clases sociales, nuestra actual oligarquía no es la de 1910, aunque hay vínculos familiares que persisten. La burguesía actual es una burguesía capitalista. También se han masificado las clases medias, que estaban emergiendo a comienzos del siglo. Y el mundo popular -que en 1910 era básicamente campesino, con algunos núcleos obreros o proletarios y sectores de artesanado- también cambió. Ahora hay una pequeña clase obrera que se desenvuelve en espacios más o menos sofisticados y un mundo popular más amplio en el sector servicios, en la microempresa o directamente en la marginalidad”.
Dada la magnitud de las transformaciones y la huella que han dejado procesos desvanecidos, parece claro que no es posible utilizar las experiencias anteriores como guías orientadoras en la situación actual.
“Correcto, y es más. Hoy, en buena medida el desconcierto de la Izquierda chilena tiene que ver con eso. El país ha cambiado profundamente y si bien somos críticos de su realidad, no sabemos cuál es el camino para salir de ella en un Chile que no es el de 1970, ni el de 1938 ni el de 1910”.
Otra derecha
A su juicio, ¿cuál ha sido el mayor cambio de los últimos cincuenta años?
“En la derecha, ha habido un cambio ideológico evidente. Ya no existe esa derecha tradicionalista que añoraba el siglo XIX y la Colonia, que temía a la modernidad y estaba a la defensiva porque el mundo estaba cambiando y las transformaciones no la favorecían. Sentía que las amenazas eran cada vez más peligrosas, la Izquierda avanzaba, se cuestionaba el derecho de propiedad, se consolidaba la revolución cubana y la realidad del socialismo mostraba que el capitalismo podía ser derrotado. Se iniciaba la reforma agraria y hasta la Iglesia parecía dispuesta a abandonar a la derecha, según las orientaciones del Concilio Vaticano II.
Esos miedos se desvanecieron con el golpe militar de 1973, y la derecha a la defensiva comenzó a convertirse en una derecha proyectual que se dio el lujo de refundar las bases estructurales sobre las cuales funcionaba el país. Lo hizo exitosamente, desde su punto de vista. Puede congratularse de lo conseguido y de que Chile aparezca como un ejemplo mundial. Así se ve a sí misma. Hay una derecha hegemónica, a la ofensiva ideológica, satisfecha de sí misma.
En la autocomplacencia de los sectores dominantes hay un gran parecido entre 1910 y la actualidad. Más aún cuando la derecha acaba de ganar la presidencia de la República después de cincuenta años. Se siente por lo tanto muy tranquila. Pero hay crujidos, y voces de insatisfacción en sus propias filas, como fue la del historiador Gonzalo Vial (ver recuadro). Si uno toma una perspectiva más amplia, se da cuenta que hay cosas que a la derecha le preocupan.
Un tema es la juventud. No sabe qué quiere. Me parece que la rebelión ‘pingüina’ fue algo que a la derecha le movió el piso. De ahí su preocupación por la educación y porqué el Ministerio que dirige Joaquín Lavín está interviniendo en un terreno tan complejo. Pero la juventud no se reduce sólo al tema educacional, de ahí la incertidumbre. Nadie sabe bien lo que está pasando realmente con ella. Pero si bien no puede decirse que esté en una posición mayoritaria de rebeldía, tampoco es claro que esté por la adscripción al sistema.
También preocupa a la derecha el problema mapuche, cuya irrupción la ha sorprendido, pues subestima el factor identitario y cultural. Pero sobre todo inquieta a la derecha la cohesión social. Si hay algo claro, que se puede sacar como lección del primer Centenario, es que un modelo económico como el que se ha implantado, individualista, que ve al otro como un adversario, tiene efectos corrosivos sobre la noción de sociedad, como comunidad, y sobre el sentido de pertenencia a la misma. Para la derecha, si no existe ese sentido de pertenencia, no hay una base de aceptación a la política del gobierno, al modelo y a su ideología. Pueden aparecer expresiones políticas o culturales que se marginen de los valores y discursos dominantes o que se separen de los sectores oligárquicos ante los primeros signos de crisis.
Pienso que hay una preocupación por recuperar ese sentido de pertenencia. En esto encuentro otra analogía con el primer Centenario, porque ‘la cuestión social’ era eso: la sensación en la clase dirigente de que los de abajo ya no les creían ni estaban dispuestos a seguir obedeciendo sin protestar, y que eso podía derivar en una ‘revolución’, que para la derecha reviste mucha seriedad. Si se revisa la prensa burguesa de 1917, sorprende su alarma de que en Chile pudiera ocurrir algo parecido a lo que pasaba en Rusia. Todo eso está presente en las preocupaciones de la UDI”.
Izquierda y lucha de clases
¿Cómo ve la Izquierda la cohesión social y cómo trata de compatibilizarla con la sociedad de clases?
“La Izquierda marxista parte de la base de que la cohesión no puede existir en una sociedad dividida en clases obligadas a luchar hasta que el proletariado pueda desplazar a la burguesía y sus aliados. Si uno parte de esa matriz, es claro que no hay cohesión posible y que es bueno sincerar esa situación. En cambio lo que se podría llamar el actual progresismo -y no me refiero solamente a la Concertación- introduce matices. Hay una cierta nostalgia por un sentimiento de comunidad que se ha perdido y que se busca en otro lugar. Por ejemplo, la Izquierda actual aplaude en el movimiento mapuche que esté luchando por sus derechos, su identidad y su dignidad. José Bengoa comienza su trilogía La comunidad perdida diciendo que antes del golpe nos sentíamos parte de algo que compartíamos y nos concernía a todos. Eso es lo que se ha perdido. Hay en la Izquierda una sensación de recuperación de referentes concretos.
La juventud tiene una mirada crítica hacia el marxismo clásico, entre otras cosas porque no le fue bien, y busca otras fuentes de identidad y organización política y social que pesen más como pertenencias comunitarias. Un sentido de realidad indica que la revolución no será mañana y debemos seguir viviendo de alguna forma.
La otra cosa que veo es cierta propensión a recuperar la nacionalidad como instrumento de pertenencia. Lo que es curioso, porque el nacionalismo se asocia más a la derecha (aunque también hay un nacionalismo de Izquierda, como en Chile lo levantó el Partido Socialista, que también tuvo una definición latinoamericanista y antimperialista). En este tiempo el nacionalismo se ha potenciado más en la Izquierda que en la derecha, como bandera de lucha contra la transnacionalización de la cultura y la economía. Un trabajo de Grínor Rojo llama a recuperar lo nacional como una forma de protegerlo contra la avasalladora presión del capital globalizado. El nacionalismo es siempre algo complicado y en el Bicentenario aflora con naturalidad y sin control.
Por otra parte, el sentimiento latinoamericanista sigue presente, en tensión con su opuesto, el nacionalismo. Fue un sentimiento generalizado durante las luchas de la Independencia, una conciencia clara de que la lucha era continental y que sólo se ganaría cuando se aunaran las voluntades y las fuerzas de todos, como efectivamente ocurrió. Muchos personajes actuaron no solamente en sus propios países. Y esto no se acabó en 1818, en el caso de Chile, ni con Ayacucho. Andrés Bello fue un ejemplo de lo que decimos. Después, cuando se produjo la subdivisión del continente, cada grupo dirigente se sintió obligado a crear un sentimiento nacional muy fuerte. Hubo también numerosas guerras entre países vecinos. Y se generó una especie de dicotomía: por un lado el sentimiento nacional, que fue echando raíces y por otro, la conciencia de pertenencia a una comunidad más amplia, con un idioma común, creencias religiosas semejantes, bases culturales y también problemas comunes, lo que se proyecta hasta hoy.
Hay momentos en que el sentimiento latinoamericano se hace más evidente, como entre los años sesenta y setenta, años del auge de la Izquierda, en coyunturas en que se percibe a Estados Unidos como el enemigo, ya sea como agresor o aliado de las oligarquías nativas. En la actualidad ese principio de identidad latinoamericana está en alza con el liderazgo de Venezuela, aliado con Ecuador y Bolivia, con políticas que se materializan en convenios comerciales, culturales, de cooperación técnica y económica. Por otro lado, el Mercosur y Unasur aparecen como alternativas a los tratados de libre comercio que impone Estados Unidos. El Alba desarrolla nuevas formas de intercambio y cooperación económica que exceden los parámetros financieros y de intercambio tradicionales. Con todo, Chile se mantiene al margen. Incluso se ha producido un cambio interesante en Brasil, que hasta hace veinte años parecía sentirse alejado de América Latina. Ahora se vuelca hacia ella, porque en un mundo en el que importan los bloques, en América Latina está su campo natural de alianzas. Cada vez hay más brasileños que aprenden español, cada vez es mayor el número de tesistas brasileños que realizan estudios relativos a países latinoamericanos. Y, a lo menos en Chile, no creo que nadie se haya especializado en historia de Brasil”.
HERNAN SOTO
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 712, 25 de junio, 2010)
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