Edición 712 - desde 26 de junio al 8 de julio de 2010
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Mirella Latorre
en el corazón

 

MIRELLA Latorre, con su esposo, el periodista Augusto Olivares.

El 6 de junio, a la edad de 91 años, falleció Mirella Latorre Blanco, destacada figura de la televisión, radio y teatro de nuestro país, viuda del periodista Augusto Olivares, íntimo amigo y colaborador del presidente Salvador Allende y miembro del consejo de redacción de Punto Final.
En una misma tumba del cementerio Parque del Recuerdo descansan ahora los restos de Mirella y Augusto, y los de Virginia Teresa Pacull Latorre, hija del primer matrimonio de Mirella con el periodista Juan Emilio Pacull Torchia, impulsor y primer presidente del Colegio de Periodistas de Chile.
En el cementerio despidieron a Mirella numerosos oradores, entre ellos su hijo, el cineasta Juan Emilio -realizador del documental Héroes frágiles-, y su nieta, María Antonia. El consejero político de la embajada de Cuba, Fernando García Bielsa, depositó una ofrenda floral en la tumba (Mirella Latorre vivió exiliada en Cuba y durante dos décadas trabajó en la televisión cubana, conduciendo -tal como hacía en Chile- un programa de entrevistas y comentarios de actualidad).
Mirella Latorre Blanco nació en Santiago. Su padre, el escritor Mariano Latorre Court, Premio Nacional de Literatura 1944, es considerado “padre del criollismo” en la literatura chilena. Autor de veinte novelas y libros de cuentos (entre las que destacan On Panta, Zurzulita y Cuna de cóndores), Mariano Latorre inculcó en sus dos hijos, Mariano y Mirella, el amor por la lectura y el aprendizaje de idiomas. “Teníamos una biblioteca que abarcaba tres habitaciones de una casa antigua” -recordó Mirella en una entrevista para la revista cubana Bohemia-. “Me crié en ese ambiente de tendencia humanística, intelectual, amante del teatro y de la música. Toda esa influencia me inclinó hacia el arte”.
Sin embargo, estudió leyes (y su hermano medicina). “Terminé la carrera -añadía en aquella entrevista-, pero no hice la tesis ni el examen de grado porque cuando llegó ese momento, ya era actriz de radio”. También actuó en una compañía de teatro universitario, y en 1962 comenzó a hacer televisión. Primero en el canal de la Universidad Católica y después en Televisión Nacional, donde su esposo, Augusto Olivares Becerra, fue director general.
Mirella y Augusto estuvieron casados once años, hasta el 11 de septiembre de 1973 cuando Olivares prefirió quitarse la vida en La Moneda antes que caer vivo en manos de los militares sublevados. Se había ganado el odio de los golpistas civiles y militares por sus denuncias de la conspiración -auspiciada por la CIA- que pretendía derrocar al presidente Allende. Como asesor y amigo personal del mandatario, director de TVN, columnista del diario Clarín y redactor de Punto Final, Augusto Olivares desplegó una intensa y valiente actividad en defensa del gobierno popular.
Después del golpe de Estado, y de la muerte de su marido, Mirella Latorre tuvo serias dificultades para conseguir pasaporte para viajar a Francia a reunirse con su hijo Juan Emilio. Finalmente lo consiguió. Sin embargo, en París “lo primero que se me ocurrió -relató a la revista Bohemia- fue ir a la embajada cubana. ¡Y allí sí que lloré! Había resistido durante meses pero ahora no tenía cómo parar. En medio del llanto les dije que sabía que en Cuba habían otorgado a Augusto dos diplomas post mortem, de la Organización Internacional de Periodistas (OIP) y de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC). Deseaba tenerlos. Me preguntaron si quería ir a La Habana o que me los entregaran en la propia embajada. Estaba tan deshecha en lágrimas que me aconsejaron que volviera más calmada. Cuando regresé, me entregaron un cable que decía: “A la compañera Mirella Latorre: la invitamos por un día, por un mes, por toda la vida. A su familia y a quien quiera traer”.
Cuando Mirella Latorre llegó a Cuba -coincidió con un congreso de periodistas dedicado a la memoria de Augusto Olivares- “comprendí que este era el único lugar donde Augusto no estaba muerto. En Cuba era más que un hombre, era un símbolo. Justo en ese momento se definió mi destino: escribí a mi hijo que me quedaba a vivir en Cuba”
PF

La señora Mirella está en su casa

Cuando Mirella Latorre regresó por primera vez a Chile de su exilio en Cuba, en 1991, “Punto Final” publicó una entrevista que firmó Regina Reyes, que en realidad era nuestra secretaria de redacción, María Teresa Rambaldi, íntima amiga de Mirella.
Esa entrevista se publicó en PF 254 (diciembre de 1991), y ahora la reproducimos por su indudable valor testimonial. Un homenaje de PF tanto a Mirella como a María Teresa (Teté), nuestra inolvidable compañera de trabajo.

Cuando los niños de la Villa Frei vieron las cámaras de televisión, supieron que algo sucedería. Así fue. Minutos más tarde apareció Mirella Latorre y ellos revolotearon gritando: “¡Llegó la novia!”, “¡Viva la novia!”. Los padres y abuelos de los pequeños se acercaron a esta novia de 72 años que volvía a su país. “¿Regresará?”, le preguntaron. No, no volverá. Mirella Latorre viajó a Chile invitada por TV Nacional para asistir al homenaje que se le rindió a su esposo, el periodista Augusto Olivares Becerra, quien murió en La Moneda en 1973, junto al presidente Salvador Allende.
Al momento del golpe animaba el programa “Almorzando con Mirella”, en canal 7. Mucho antes fue una exitosa actriz de radioteatro. Un par de generaciones conoció obras como El árabe y Pimpinela escarlata en las versiones que ella interpretaba. Luego, en Radio Minería, se hizo cargo de un programa nocturno a base de música melódica que recuerda con especial cariño: “Los choferes de camiones me llamaban por teléfono o me escribían para decirme que mi voz los acompañaba en sus viajes solitarios”.
Mirella comenzó su carrera como lady crooner. “Era muy joven y mis padres me dieron permiso siempre que mi hermano me fuera a buscar después de cada función”, recuerda. También incursionó en el teatro. Pero su éxito más rotundo lo consiguió en la televisión. “Es casi un misterio: hay personas a quienes las cámaras las quieres, a otras no”, dice. Mirella tiene tres secretos que la ayudaron a triunfar. El primero se lo enseñó el director Herval Rossano: “Nunca imagines que le hablas a miles de personas. Sólo piensa en una”. El segundo es parte de su propio modo de ser. “Jamás fui una figura despampanante, exhuberante. Las mujeres no me sentían como una competidora. Por eso me llamaban por mi nombre, como a una amiga”. Para los varones fue siempre “la señora Mirella”. (Así le puso su padre, el escritor Mariano Latorre, en homenaje al poeta Federico Mistral y su Mireille). Su tercer secreto: talento y cultura.

Augusto Olivares y sus amores

Esta mujer encantadora fue el último y definitivo amor de Augusto Olivares Becerra, el periodista “que asombró a todos por su comportamiento extremadamente heroico”, según palabras del presidente cubano, Fidel Castro. Y ya es decir, porque Augusto fue un hombre que amó mucho.
Amaba las playas de Tongoy, conversar y cantar. Sobre todo con su amigo Mario Díaz Barrientos, también periodista. Ambos vivieron un tiempo en París. A su regreso trabajaron juntos en el vespertino Ultima Hora y participaron en la fundación de Punto Final. Olivares saludaba a sus amigos con un “Hola madre”, “Hola padre” y con algunos solía jugar bochas en la Plaza Nuñoa en las noches de verano.
Cuando se casó con Mirella, Olivares la invitó a Cuba para que conociera la revolución que lo maravillaba. A ese país volvió ella cuando su esposo murió en La Moneda. Se integró a la vida del país caribeño, solidario y generoso, donde la imagen de Augusto vive en los CDR y escuelas que llevan su nombre.

“Todas íbamos a ser reinas”

Quienes vimos llegar a Mirella Latorre a La Habana, tan triste, tan sola, sin saber qué hacer con su vida, creímos que se dejaría abatir. Parecía querer morir ella también. A veces comentaba que Augusto la “había regaloneado demasiado”. Lloraba.
Pero un día decidió recomenzar su vida sin él. Trabajó en la televisión cubana y contribuyó a la lucha contra la dictadura de Pinochet. Grabó programas para Radio Moscú que se transmitían a Chile, participó en actos solidarios y realizó muchas giras. “Eramos un grupo de chilenos residentes en Cuba que llevábamos algo de nuestro país a los compatriotas exiliados en Europa y Canadá”. Mirella les recitaba aquel poema de Gabriela Mistral:
Todas íbamos a ser reinas / De cuatro reinos sobre el mar:
Rosalía con Ifigenia / Y Lucila con Soledad.
“Esos versos interpretaban lo que sentíamos. Todas queríamos ser reinas y la vida se nos truncó en Chile”, comenta Mirella.
Cuando conoció a Augusto Olivares tenía dos hijos entrando en la adolescencia: Emilio y Gini, de su primer matrimonio con el periodista Juan Emilio Pacull. Ellos y su madre, Virginia Blanco, una maestra a la que Mirella quiso entrañablemente, conforman su núcleo familiar. Luego llegaría María Antonia, su nieta, que vive también en Cuba y es sicóloga.

Los últimos días

La dictadura borró con fuego el paso de Augusto Olivares por TVN. Casi no existen videos de su rico trabajo periodístico y ni siquiera constancia de su nombramiento como director general del canal.
“La última vez que vi al presidente Allende fue el sábado 8 de septiembre. Celebrábamos el cumpleaños de Taty, su hija mayor”, evoca Mirella. “Jugaba ajedrez con el periodista Jorge Timossi. La esposa de Orlando Letelier tocaba guitarra y cantábamos tangos que a él le gustaban mucho. Cada cierto tiempo levantaba la vista y aplaudía. Pero sus ojos estaban ausentes... mirando la nada”.
Al día siguiente, Augusto Olivares almorzó en familia, con María Antonia en brazos. En la tarde le pidió a Mirella que lo llevara a la casa de Pedro Vuskovic y, al bajar del auto, le dijo: “Dormiré en Tomás Moro” (la casa del presidente). “El lunes 10 fui al canal para hacer mi programa y llegó Augusto con un ramo de violetas. Eran las primeras del año”, cuenta Mirella. Tampoco ese día dormiría en casa y esa fue la última vez que lo vio.

Más allá del dolor

A la 7.30 de la mañana del 11 de septiembre, Augusto llamó a Mirella desde La Moneda: “Cuídate, me dijo”.
Mirella supo a las 4 de la tarde que su esposo había muerto. Se lo dijo la periodista Marcela Otero, su amiga, y se lo confirmó en la madrugada del día 12 un llamado oficial del ejército. “Al amanecer tratamos de ubicar el cadáver. No estaba en ninguna parte. Llegó entonces el compañero Vásquez, que trabajaba en el canal 7 y con él fuimos, en pleno toque de queda, a la Posta Central. El director volvió a negarlo, pero nos encontramos con el doctor Alvaro Reyes, quien nos confirmó que el cadáver de Augusto estaba allí. Marcela lo identificó”.
Cuando Mirella llegó a las puertas del Cementerio General, había una banda militar rindiendo honores a los soldados muertos. “Los militares primero” era la orden, pero nadie supo por qué el féretro de Augusto Olivares se adelantó y la banda rompió con sones marciales. Avanzó entonces Mirella. Con ella su hermano Mariano, la actriz Coca Melnick, el doctor Juan Castellón, Eduardo Cañas y su señora. Ese fue el cortejo. “Sentía impotencia. Me dolía la muerte de un hombre tan inteligente y joven... Nunca sentí odio, ni lo siento ahora. Cuando salí de Chile no entendía la desaparición de Augusto. Lo vine a comprender cuando llegué a Cuba, donde él es una persona siempre presenta. Entendí entonces que su muerte no fue inútil y que su ejemplo inspiraría a nuevas generaciones de periodistas”.

Regina Reyes

 

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 712, 25 de junio, 2010)
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