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La ira ya no cabe
en una mediagua
Autor: ARNALDO PEREZ GUERRA
En Penco
CAMPAMENTO de mediaguas y casetas sanitarias emplazado en una multicancha. En primer plano resortes de plumavit y papel picado, el “aislante” entregado por el gobierno que se hizo agua.
La ira y la desesperación de los pobladores de Penco, localidad vecina a Concepción, llevó a Francisca San Martín a prender fuego a su mediagua y anunciar que se quemaría viva si las demandas de los damnificados -una vivienda de materiales más sólidos- no son atendidas.
Los damnificados están viviendo en mediaguas y carpas instaladas en las calles de las villas Baquedano, Esperanza, Cerro Verde Bajo y otras. Unos 120 pobladores participaron en la quema de la mediagua. Las familias damnificadas cuestionan la calidad y tamaño de éstas, y enfrentan la demolición de sus anteriores viviendas. “Nos uniremos con otros comités y haremos protestas más fuertes… Me quedaron unos paneles, me meto adentro y me quemo... Nos mojamos en esta primera lluvia, imagínese cuando venga un temporal”, dice Francisca San Martín. Según dirigentes vecinales, el noventa por ciento de las viviendas que había en Villa Esperanza y Cerro Verde Bajo están colapsadas y hay graves problemas de hacinamiento, y estas “provisorias” villas miseria carecen de agua, baños y electricidad. “Quemamos la mediagua para protestar, para que vengan las autoridades porque hasta el momento no tenemos nada. Las mediaguas, de 18 metros cuadrados, se llueven por todos lados. En Penco hay familias que ni siquiera tienen mediaguas, están en carpas”, agregan.
En una multicancha viven 120 personas de la Villa Esperanza. Sus mediaguas se llueven. Según los vecinos, los militares las hicieron “a su antojo”. El alcalde, Guillermo Cáceres, había prometido entregarlas forradas y con ventanas con vidrios. Sin embargo, en lugar de ventanas recibieron tablas; por aislante térmico, “lana de celulosa”, es decir, papel picado. Con la primera lluvia todo quedó inutilizado. Para las autoridades, la solución fue distribuir plásticos.
“La lluvia entra por las perforaciones del techo, por las junturas entre paneles y por el piso”, dice Fabriciano Castro, dirigente de Villa Esperanza, en Cerro Verde Alto. Son propietarias 50 familias y allegadas unas 80 más. La destrucción que ocasionó el terremoto fue total: se hundió y desplazó el terreno. Las casas, además de colapsar, siguen hundiéndose. Hay murallas quebradas, grietas en los pisos. “Da miedo estar en las casas… Los primeros quince días, después del terremoto, vivimos en carpas… y el alcalde desapareció. En el cerro estuvimos una semana, sin agua, sin nada. Llegaron a pedir cinco mil pesos por dos kilos de pan… Muchos siguen viviendo en carpas en la población Baquedano, que sufrió el mismo deslizamiento de terreno. Les han dicho que los van a trasladar a Coihueco”.
A fines de abril instalaron las mediaguas en una multicancha. No están forradas y las penetra la humedad. Después les pusieron sellantes y luego, plumavit. Más abajo, hay otros grupos de familias en mediaguas a medio armar. Unos están en el sector El Refugio, y otros en Cerro Verde Bajo. Esta población, frente a la línea ferroviaria, fue asolada por el tsunami, que se llevó todo. Ahí vivían muchos pescadores que han sido empujados por los privados, dueños del puerto, a dejar sus terrenos. “Prácticamente les han obligado a vender y además, el puerto ocupa cada vez menos gente”, dice Fabriciano Castro.
Apenas cabe una cama
“Vivimos muy mal acá… Apenas cabe una cama… En algunas casas había dos o tres familias, hijos grandes, casados, con sus propios niños… Para meter muebles habría que sacar las camas”, dice. Las mediaguas son de 3 por 6 metros. Para más de una familia la mediagua no puede alcanzar. “Se ha luchado por otra, pero ha sido imposible conseguirla… Las que hoy tenemos las trajo el municipio después de dos meses. Las ofrecieron forradas y con ventanas de vidrio, pero no fue así. No resistirán el invierno que se avecina... Aquí llueve quince o veinte días seguidos… Según nos ha dicho el Serviu, a finales de año ya no deberíamos estar acá. Harán estudios de suelos y según los resultados, construirían en otro lugar o reconstruirán en el mismo terreno”, agrega Fabriciano Castro.
Villa Esperanza fue construida en un “hoyo” rellenado y compactado con maicillo. Donde hoy se emplaza la multicancha debería haberse construido la población, pero el alcalde no lo autorizó. “La villa tiene quince años. Ha sido harto luchadora esta población. Para que avanzara, cuando recién éramos un comité de allegados, tuvimos que tomarnos la línea del tren, arriesgando nuestras vidas”, dice Fabriciano Castro. Donde hoy está lo que queda de sus casas, había una vertiente y el suelo no drenó bien. “La bautizamos como Villa Esperanza, porque era nuestra esperanza. Cuando terminó la dictadura empezamos a luchar por la vivienda. Pero el sueño de la casa propia duró poco. Pienso que las viviendas que no tienen arreglo, deberían ser demolidas. Sabemos que si sale muy costoso el estudio de suelos no reconstruirán aquí. Antes de comprar un terreno, que hay que urbanizarlo de nuevo, ¿por qué no se gastan los recursos en hacer bien las cosas?”, agrega.
El hospital está a sólo tres minutos y en cinco se llega al centro de Penco o de Lirquén. Piensan que si los erradican, Serviu arreglará las calles y construirá casas con más valor: “Quieren hacer negocio con nuestros terrenos por su buena ubicación. Y nosotros ya pagamos nuestras casas”, dice.
Los vecinos calculan que hay más de ochenta niños entre las villas Esperanza y Baquedano. “Una guagüita nació en las carpas, y todavía están ahí…”. Denuncian que les dieron carpas de camping y veraneo. “A Talcahuano llegaron carpas de campaña, acá no… La Junaeb trajo alimentos para los niños. Primero daban duraznos en conserva, galletones, leche y jugos. Ahora sólo pan y manzanas. Lo demás se esfumó”.
Dicen que el alcalde Guillermo Cáceres aseguró por radio que en Penco no había problemas. “Yo no sé si es problema o no quedar sin casa… Dijo que él también era damnificado, pero vive en el edificio mejor y más alto de Penco… Es de la misma línea política que Piñera y no quiere hacerle problemas”, agrega Fabriciano.
Fabriciano Castro fue pescador y obrero de la construcción: hoy está cesante. “Con 59 años -agrega- ya no tengo futuro, después de los 45 años uno ya no puede encontrar trabajo. Uno tiene que rasguñárselas. Intenté trabajar de feriante y tampoco, no me dieron permiso, postulé al Fosis. Tampoco conseguí una oportunidad”.
Hay techos de zinc almacenados
Según los vecinos, en el gimnasio de Penco, arrumbados, hay techos de zinc y mediaguas. “¿Cuál sería el problema de que nos dieran otra mediagua? La gente está toda amontonada. Y el alcalde dice que no hay más mediaguas ni techos… No entiendo por qué no las quieren entregar. Una mediagua no es suficiente… Dicen que tendremos que estar aquí por lo menos dos años. No podemos cubrir nuestros muebles con nylon por dos años”, dice Norma Bascuñán, presidenta de la junta de vecinos de Villa Esperanza.
El terreno donde están es municipal y se entregó en comodato a la Asociación de Fútbol. “Acá no estamos todos… Otros están en sitios de familiares o en carpas en la calle… Solución momentánea es que nos entreguen otra mediagua, que los techos sean mejores. Y que apuren la reconstrucción, que vengan autoridades a preocuparse por nosotros. No tenemos luz ni agua. Dicen que van a dejar pilones. Hasta hace unos días no teníamos baños. Dejaron cuatro y hay uno que no funciona y no lo han venido a reemplazar. Imagínense cómo sería esto si todas las familias de Villa Esperanza vinieran a vivir aquí… Para conseguir algo hay que organizarse y protestar”, agrega Norma Bascuñán.
Los habitantes de este sector ya no debían dinero por sus casas, estaban todas pagadas. Doce años estuvieron pagando. “Pagamos el valor de tres casas… Cuando me faltaban seis meses para terminar de pagar dividendos, el gobierno condonó el saldo”, agrega.
Es fácil apreciar que con el sismo el terreno cedió y las viviendas se hundieron y desplazaron casi un metro. Afortunadamente, no hubo lesionados. Serviu les informó que “responderá por 36 metros cuadrados”. Las viviendas entregadas hace quince años tenían 32 metros cuadrados construidos. Pero en todos estos años muchos se ampliaron. “El gobierno dijo que no habrían más cajas de fósforos. Pensamos que es muy poco cuatro metros más… También estamos desilusionados del alcalde. Le fuimos a decir que las mediaguas se habían llovido, y dijo: ‘Si todas se llueven’. ¿Cómo se les ocurre ponerles latas de revestimiento como techos? Quisiéramos que viniera a dormir en una mediagua una noche, cuando llueva”, dice Norma Bascuñán. “Nos dieron plumavit y aislante de papel. Eso puede servir para el norte porque allá no llueve… Aquí llovió y estilaba el ‘aislante’, que era papel picado, es como esponja. A las autoridades les pesan los pies para venir a vernos. Nos abandonaron… ¡Cuánto hemos rogado por otra mediagua para nuestras familias! Tenemos todo amontonado y aún no traemos todas nuestras cosas. ¿Dónde vamos a cocinar? ¿Quién nos va a guardar los enseres por dos años?”, dice. Algunos vecinos están uniendo dos mediaguas con restos de las maderas de sus casas, para intentar ampliarse de alguna forma. “Nos dijeron que, como mínimo, estaríamos dos años aquí. Y los palos que afirman las mediaguas no van a durar un año antes de podrirse. Las mediaguas no se afirman en nada…”, agrega Norma Bascuñán.
Invitan a Piñera a dormir en una mediagua
“Yo invito a Piñera a que venga a pasar una noche en Penco, en una de las mediaguas que mandó”, dice Fabriciano Castro.
Tras el terremoto, el cementerio de Penco sufrió la destrucción de nichos y tumbas. “Era horroroso, porque había cadáveres sepultados hace poco y se despedazaron por los escombros... Había olores insoportables… Y decían que en Penco no había problemas. Por las infecciones y enfermedades era primordial sacar los cadáveres. Era horroroso ver eso”, agrega.
El maremoto rompió el emisario y los desechos afloran cerca de la orilla. El puerto se apropió de los terrenos aledaños, quitándole a los pescadores su sustento. “Incluso querían eliminar la plaza de Lirquén, y las autoridades hacen la vista gorda”, dice Fabriciano. El puerto de Lirquén, controlado por los grupos Matte (70%) y Angelini (24%), continúa ampliándose. “En Penco no hay terrenos para construir, ¿qué significa eso? Mandarnos a los cerros, al barro. Estas son las ‘soluciones’ del gobierno. Acá hay mucha cesantía. Lozapenco trabaja con el mínimo de gente, y era la única fuente que daba trabajo. En el puerto cada día el trabajo para operarios es menor, porque los adelantos son más. Ya no necesitan personal. La fábrica de vidrios de Lirquén se amplió, pero en vez de contratar, despidieron. Esta es la vida de Penco”, dice Fabriciano Castro.
“En Villa Belén no hubo muchos daños pero sí (…)
(Este artículo se publicó completo en Punto Final, edición Nº 710, 28 de mayo, 2010)
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