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Bicentenario
¿Brasil, el gran ausente?
Autor: HERNAN SOTO
LUIZ Inácio Lula da Silva, presidente del Brasil.
En la conmemoración del Bicentenario de la Independencia, que involucra a casi todos los países latinoamericanos, se nota la ausencia de Brasil. Es verdad que no calzan las fechas, pero dentro de algo más de once años el mayor país de América Latina recordará los doscientos años de su independencia de Portugal. Sin embargo, hasta cerca de comienzos del siglo XX fue considerado un tanto ajeno al resto de los países, no solamente por su idioma -que siendo muy parecido al nuestro tiene una fonética que nos complica el diálogo-, sino por su trayectoria histórica, diferente desde el momento mismo en que comenzó a ser conquistado en 1500 por Pedro Alvares Cabral.
Antes de 1800, hubo en Brasil conspiraciones independentistas de sello republicano, influenciadas principalmente por los enciclopedistas, la independencia de Estados Unidos y la Revolución Francesa. Las principales fueron la de Tiradentes y después, la conspiración de los alfaiates, ambas fracasadas. Expresaban, sin embargo, contradicciones serias en el seno de la sociedad colonial, en la cual era enorme el peso del esclavismo y también las pugnas entre la administración colonial, los magnates azucareros del norte, los mineros del oro y los diamantes y los ganaderos del sur. El cuadro sociopolítico cambió bruscamente en 1808, cuando a punto de ser invadido Portugal por las tropas napoleónicas enfiladas hacia Lisboa, el rey Juan VI, la familia real y toda la Corte se embarcó hacia Brasil y se estableció en Río de Janeiro. La protección naval inglesa permitió el éxito de la operación, que significó el traslado de más de doce mil personas. El trono de la casa de Braganza se asentó en Brasil, iniciando una experiencia monárquica que se prolongaría durante ochenta años.
Al comienzo, hubo un intento de buscar una salida a la crisis política producida en España con la prisión de Fernando VII por los franceses, a través de su reemplazo por la Infanta Carlota Joaquina, esposa del rey Juan VI. La maniobra fracasó ante la fuerza que adquirió el movimiento juntista en España y los países americanos. Pero el intento existió. Fue una de las acusaciones que se hizo al gobernador de Chile, García Carrasco, para forzarlo a renunciar. El reinado en Brasil de Juan VI duró hasta 1821, cuando regresó a Portugal turbado en los años finales por conspiraciones y desórdenes que evidenciaban la existencia de una creciente demanda independentista. Lo sucedió su hijo Pedro I, que se proclamó emperador y decretó, en 1821, la independencia de Portugal. Pedro I abdicó diez años después a favor de su hijo Pedro II, que quedó bajo la tuición de un regente. Cuando llegó a la mayoría de edad, asumió como emperador y gobernó hasta fines de siglo con una monarquía parlamentaria en la cual se enfrentaban liberales y conservadores. Recién en 1888 fue abolida la esclavitud en Brasil. Los esclavos representaban el 4 por ciento de la población y sólo al año siguiente se instauró la república. En 1891, una nueva Constitución estableció la República Federativa de Brasil.
Una “isla” esclavista
Brasil permaneció ajeno a la guerra por la independencia de España que conmocionó a América Latina entre 1810 y 1824. En la nómina de los oficiales que lucharon en Ayacucho aparece solamente un capitán brasileño, seguramente un aventurero voluntario. Y en los primeros años de vida independiente de Portugal, Brasil incluso fue mirado con sospecha, porque los países de la Santa Alianza habían aceptado su separación de Portugal bajo una monarquía, distinguiéndolo de las repúblicas rebeldes que se habían liberado de España. Pesaban las palabras de Bernardo Monteagudo en su Ensayo sobre la necesidad de una Federación General entre los Estados Hispanoamericanos, publicado después de ser asesinado. Criticaba a Brasil porque su soberano “no mostraba el respeto que debía a las instituciones liberales” y sobre todo, porque había sido acogido por la Santa Alianza. Temía que se convirtiera en “el cuartel general del partido servil” ya que parecía ser la base de “los agentes secretos de la Santa Alianza”. También el baldón del esclavismo pesaba sobre el Imperio brasileño y lo manchó hasta su término.
Brasil comenzó su vida independiente sin mayores cambios con relación a la que llevaba cuando era colonia de Portugal. No hubo guerra civil ni enfrentamientos armados significativos. Su población estaba establecida en la costa, entre Bahía, por el norte, y Sao Paulo en el sur. Frente a ella, el Océano Atlántico y a sus espaldas las selvas de la Amazonia y la extensa meseta interior. Geográficamente estaba aislado del resto de los países latinoamericanos, salvo contactos con uruguayos y argentinos en el sur y con paraguayos dentro de los rígidos límites establecidos por la dictadura del doctor José Gaspar Rodríguez de Francia.
Hacia mediados del siglo XIX, Brasil había fortalecido su unidad territorial y poblacional. Consolidó la frontera sur después de una guerra que perdió con Argentina, pero que sirvió para el reconocimiento de Uruguay, una de las metas de la diplomacia británica que, en lontananza, avizoraba al Paraguay como un peligro a destruir. Se intensifica la penetración hacia el interior, en busca de tierras y riquezas minerales. Una colonización más organizada reemplaza a los bandeirantes, mezcla de aventurero y bandido que se internaban en la selva en busca de esclavos y de oro. A la ganadería en el sur y al algodón y el azúcar en el noreste, se unía el cultivo del café, que se convertiría en principal producto de exportación.
Las explotaciones agrícolas se apoyaban en la esclavitud, que en Brasil adquirió proporciones enormes. Millones de esclavos fueron transportados a sus costas desde Africa y las muertes durante la cacería y el traslado marítimo convirtieron a su tráfico en un enorme genocidio durante los siglos XVI, XVII y XVIII. Inglaterra fue el principal beneficiario de la trata de esclavos, pues la mayoría de los barcos en que se hacía este comercio eran británicos. Con el desarrollo del capitalismo, la esclavitud empezó a desaparecer y los ingleses se convirtieron en sus principales enemigos. En Brasil, se producían ocasionales rebeliones de esclavos y fugas masivas de negros e indígenas que se refugiaban en la selva, formando verdaderas colonias -quilombos- de los cuales el de Palmares duró más de cincuenta años.
La abolición de la esclavitud en el Nuevo Mundo ocurrió a lo largo de mucho tiempo, desde la revolución en Haití -que culminó con la fundación de la primera república negra en el mundo- hasta 1888, en que fue abolida en Brasil. Naturalmente, el fin de la esclavitud significó (….)
(Este arículo se publicó completo en Punto Final, edición Nº 701, 24 de diciembre, 2009. Suscríbase a PF)
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