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Obama se metió
en Honduras
El golpe de Estado en Honduras se consumó por completo gracias al explícito apoyo norteamericano. Las oligarquías hondureña y latinoamericanas cantan victoria por un triunfo que les abre las puertas a una nueva avanzada golpista contra los pueblos de América Latina y sus procesos de cambio. Honduras es apenas la punta de lanza en un entramado geoestratégico y político de proporciones que aún, después de consumado el golpe no es posible dimensionar.
En días previos a la elección del 29 de noviembre, los directivos de los principales medios de comunicación se reunían con representantes de la empresa privada, del gobierno de facto y agentes de seguridad del Estado para definir estrategias noticiosas y el discurso editorial para tratar las elecciones. Establecieron que se debía obviar toda información que “empañara” el proceso, se debía mostrar una “masiva” votación y llamar a asistir a las urnas, además de evitar todas las fuentes que pudieran influir negativamente en el proceso.
El show estaba montado y los actores salieron a escena. Tal como indicaba el libreto, las frases y discursos se repitieron durante todo el día, salvo en las radios comunitarias y algunas emisoras comerciales identificadas con la resistencia popular. La televisión no se cansaba de mostrar los centros de votación de la burguesía, donde se concurría masivamente. Mientras, el Tribunal Supremo Electoral (TSE), hacía lo suyo. Faltando minutos para el cierre de la votación, en cadena nacional señaló que debido a la masiva afluencia y a las colas interminables se extendería una hora el proceso para que “nadie quede sin emitir el sufragio”.
A las 5 de la tarde los medios masivos, entre ellos la cadena CNN de Estados Unidos, no dejaban de repetir la “masividad de la votación” y “el civismo” del pueblo hondureño. A esa misma hora Radio Globo, emisora nacional permanentemente hostigada por el ejército y el gobierno de facto, daba su balance: un país militarizado, la población atemorizada, 48 detenidos, cuatro jóvenes desaparecidos, seis heridos graves y centros de votación prácticamente vacíos. “El abstencionismo en estas elecciones bordeó el 65%”, señaló la radio.
La información fue confirmada por organizaciones de derechos humanos y por dirigentes de la Resistencia Popular Contra el Golpe de Estado. Además denunciaron que el pueblo sufrió allanamientos sistemáticos, detenciones ilegales, golpizas a miembros de la resistencia, hostigamientos policiales a comunidades rurales y barrios, compra de votos con recursos del Estado y urnas llenas, pero sin votantes en los recintos.
Para cerrar el show, con dos horas y media de retraso los magistrados del TSE decidieron manifestar que el pueblo hondureño había votado masivamente y que las elecciones eran un ejemplo para el mundo. Era evidente el nerviosismo de los magistrados al señalar que proyecciones del acto electoral daban como ganador a Porfirio Lobo Sosa, con más del 54 por ciento y colocaban la abstención en un 47%.
La piedra en el zapato de la fiesta electoral hondureña sigue siendo el abstencionismo. Según la empresa contratada por el TSE para realizar un monitoreo independiente, llegó al 53 por ciento. Aunque para la Resistencia y para el presidente Manuel Zelaya, la abstención fue de más del 65%.
Comparsa golpista internacional
Costa Rica, que desde el principio dijo jugar un papel mediador y reconciliador, se unió al grupo de gobiernos (EE.UU., Colombia, Panamá, Perú y Canadá), que decidieron reconocer los resultados. Obviamente, en el marco de la estrategia regional para frenar el avance de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba), a través de eventuales golpes de Estado y bajo la figura de la llamada sucesión constitucional, maraña jurídica y política aplicada en Honduras para legitimar la fuerza de la oligarquía y quitar e imponer presidentes a punta de fusiles.
Elecciones fraudulentas como las de Honduras serían la excusa para blanquear regímenes de opresión y darles un viso de legalidad. En eso andan Estados Unidos y su comparsa regional. Para Estados Unidos fue una decepción que el Congreso hondureño no restituyera a Zelaya en el gobierno: “Estamos decepcionados por esta decisión, porque esperábamos que el Congreso aprobara su restitución”, dijo Arturo Valenzuela, subsecretario de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental, a la vez que recalcó que la decisión del Congreso hondureño se realizó de manera “abierta y transparente”. Lo que olvidó mencionar Valenzuela fue que el presidente Manuel Zelaya semanas antes de las elecciones había rechazado el Acuerdo de San José-Tegucigalpa y acusado a Estados Unidos de colusión con el gobierno de facto para legitimar el golpe de Estado una vez pasadas las elecciones.
Al régimen hondureño y al gobierno de Obama no les importó el cambio de estrategia de Zelaya, que aceptó “con optimismo” la intervención de Estados Unidos en la negociación dirigida por el subsecretario de Estado Thomas Shannon y que fuera el mismo Congreso que lo derrocó quien decidiera su restitución.
Para el régimen de facto la discusión en el Congreso sobre la restitución de Zelaya, dos días después de la “fiesta electoral”, era un mero trámite. “Zelaya es historia”, aseguró Micheletti horas antes de que se conociera la votación parlamentaria. Mientras, Manuel Zelaya advertía al pueblo después de la sesión del Congreso que lo que “ratificaron (los diputados) es que están de acuerdo con el retorno de las castas militares. Están de acuerdo con los delitos cometidos contra los derechos humanos...”, al tiempo que recordaba que “el pueblo ha ganado, porque ha descubierto quiénes son sus verdaderos enemigos”.
“Vienen tiempos
de pena de muerte”
La oligarquía hondureña desde el golpe de Estado del 28 de junio buscó incansable la consolidación institucional del régimen. Esfuerzo especial merecieron las elecciones del 29 de noviembre, con reconocimiento de EE.UU. y la aprobación de una nueva política de seguridad del Estado (llamada Plan Nacional de Seguridad) a partir de los planteamientos básicos de la doctrina de Seguridad Nacional. Se reasigna en la práctica el papel de garante del orden interno a las fuerzas armadas bajo una lógica contrainsurgente y se crea un enemigo interno, identificado como “terrorismo social” (resistencia popular) y un enemigo externo: el “chavismo-comunismo internacional intervencionista”.
El nuevo presidente de Honduras, Porfirio Lobo Sosa, ex militante comunista y hoy convencido neoliberal, en un claro gesto de cercanía con la política de seguridad recibió en su residencia a su primer invitado, el jefe del estado mayor de las fuerzas armadas, Romeo Vásquez Velásquez. Los alcances de esa reunión no se conocen, pero la opinión de Lobo respecto al enemigo externo no se hizo esperar: “Que ni él (Hugo Chávez) ni nadie se atreva a meter las narices en Honduras… un país libre, independiente y soberano”.
Para Zelaya “la asociación del Partido Nacional (con Lobo a la cabeza) con Micheletti y el golpe de Estado… manda un mensaje claro de que vienen los tiempos de la pena de muerte y del puño fuerte. Seguramente sin ningún pudor van a oprimir al pueblo”. Al tiempo que denunciaba que “el presidente electo por el fraude no goza de legitimidad, porque surge de la violación a la ley, utilizando el timo electoral”. El mensaje de Zelaya es una advertencia de lo que viene, pues Honduras se encuentra en una situación de grave crisis económica y política.
Se han anunciado los primeros “paquetazos” fiscales que afectarán la exigua economía familiar. Se habla de una devaluación de la moneda, de un aumento del precio de los combustibles, de la reducción del gasto público, de cesación de pagos de algunos sectores que dependen del Estado y la no negociación de contratos colectivos con los empleados públicos, así como de la precarización del trabajo.
Se habla además, de un aumento de los gastos de seguridad; que como lo ha dicho el presidente electo serán “una prioridad” para frenar a lo que ha llamado el Frente Nacional de Resistencia Popular.
“Reiteramos el llamado a una Asamblea Nacional Constituyente popular y democrática, y convocamos a prepararse para la movilización y la lucha que se viene, pues no reconocemos las actuaciones del régimen golpista ni del nuevo gobierno”, sostuvo Juan Barahona, líder de la resistencia popular, al tiempo que advertía que “no nos detendrán en nuestras aspiraciones legítimas y no descansaremos hasta lograr la toma del poder político del Estado y construir una sociedad más justa para todos”.
ROVERTO BARRA
En Tegucigalpa
(Publicado en Punto Final, edición Nº 701, 24 de diciembre, 2009. Suscríbase a PF)
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