Edición 691 - Desde el 7 al 20 de agosto de 2009
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del tiempo

CELEBRACION de los 30 años del triunfo de la revolución sandinista.

Autor: MARIA LOPEZ VIGIL (*)
En Managua
 (*) La autora es jefa de redacción de la revista Envío de la Universidad Centroamericana (UCA) de Managua.

El lunes 29 de junio, Managua se convirtió en epicentro político continental. En tres sucesivas cumbres (Alba, Sica, Grupo de Río), con la participación de la OEA y de Unasur, una docena de presidentes daban su total respaldo al presidente hondureño Manuel Zelaya y repudiaban el golpe militar. Los discursos de todos destacaron la necesidad de consolidar la institucionalidad y la democracia.
Desde Nicaragua nos toca señalar la principal contradicción del anfitrión de las cumbres, el presidente Daniel Ortega. Porque si el pueblo soberano legitimó a Manuel Zelaya con sus votos como presidente de Honduras, y esa elección hay que respetarla y defenderla en las calles, los votos de los nicaragüenses legitimaron al menos a cuarenta alcaldes que no ocupan hoy sus cargos, porque el 9 de noviembre Ortega decidió que serían los candidatos de su partido, el FSLN, quienes los ocuparían. Y en aquellos días la defensa del voto popular en las calles de Managua y otras ciudades fue objeto de una encarnizada represión de los grupos de choque del gobierno.
Si los golpes militares son -eran ya, deben ser-, escenas del pasado centroamericano, igual deben serlo los fraudes electorales. Ambos abusos de poder han traído mucho dolor y sangre a nuestros pueblos. Si fueron grotescos y primitivos los procedimientos que siguieron los militares para sacar a Zelaya del gobierno, también lo fueron los métodos con los que el gobierno del FSLN fraguó el fraude electoral en Nicaragua. Golpes y fraudes nos regresan por el túnel del tiempo a etapas que creíamos superadas.

Hace 30 años

¿Es posible viajar a través del tiempo? Mientras los científicos resuelven el desafío, en Nicaragua es necesario hacerlo para reflexionar sobre algunas de las características de la revolución que triunfó hace 30 años, en contraste con algunos de los comportamientos del actual gobierno, que repite a diario que estamos viviendo la “segunda etapa” de aquella revolución.
La revolución triunfante hace 30 años quitó las bases a la arcaica institucionalidad somocista y desde el gobierno comenzó a construir un nuevo Estado. La revolución siempre se identificó como “la ley” y en aquellos años se dieron pasos incipientes hacia la institucionalidad. Muy pronto la guerra los distorsionaría, pero aun así, dejaron huellas después que la revolución fue derrotada electoralmente, en 1990.
Desde hace un año es habitual en el lenguaje de la oposición al actual gobierno de Daniel Ortega -incluida la oposición desde el sandinismo- el calificativo de “dictadura institucional” o más suavemente, “gobierno con tendencias dictatoriales” o “populismo autoritario”. Más allá de la precisión jurídica o política del concepto o del estado del proceso dictatorial o autoritario, no deja de ser sobrecogedor que el túnel del tiempo nos conduzca a tener que plantearnos esta reflexión: ¿Los que derrocaron una dictadura, han terminado pretendiendo instaurar otra?
El control a medias de las instituciones del Estado que el FSLN se agenció tras pactar en 1998 con el entonces presidente Arnoldo Alemán, permitió a Ortega pasar de “gobernar desde abajo” -como proclamó al ser derrotado electoralmente- a gobernar “desde al lado”. Con los años, Alemán cayó en la cárcel por su voraz corrupción y eso lo colocó en calidad de socio minoritario del pacto. Hoy ya no hay poder a medias. El FSLN gobierna “desde arriba”, y su control es casi total en el Poder Judicial, en el Poder Electoral, en la Contraloría y la Fiscalía.
La falta de contrapesos institucionales es la armazón a partir de la cual se construye una dictadura. El pacto de Ortega con Alemán, el acuerdo del FSLN con el PLC alemanista ha destruido la institucionalidad que la revolución comenzó, y que, pese a todo, siguió construyéndose en los años siguientes. Un enfrentamiento de las instituciones, ley en mano, con Ortega, -similar al que se desarrolló en Honduras antes del golpe-, es hoy impensable, porque ya todas las instituciones funcionan al servicio de los intereses de Ortega.
Los sandinistas que respaldan al actual gobierno no dejan de tener reservas ante la vía -la del pacto con el archicorrupto Alemán- elegida por el FSLN para regresar al gobierno y mantenerse en él. Tienen también reservas sobre cómo el FSLN ejerció sus cuotas de poder durante los 16 años que estuvo fuera del gobierno, años en los cuales los diputados del FSLN respaldaron todas las privatizaciones y medidas económicas neoliberales y el propio Daniel Ortega activaba, y desactivaba después, las protestas de las organizaciones populares nacidas en la revolución a la medida de sus intereses, manteniendo siempre la retórica revolucionaria. Este comportamiento dual es lo que permitió un avance sin límites del proyecto neoliberal en Nicaragua. Pero estos sandinistas encarnan como consigna que el fin justifica los medios: lo único que importa hoy no es cómo el FSLN regresó al gobierno, sino que regresó, y por eso lo apoyan.
El proyecto estratégico de Daniel Ortega es reformar la Constitución para reelegirse en 2011 y/o transformar el sistema presidencialista en un extraño y disparatado sistema parlamentario, para así seguir gobernando. A diferencia de Zelaya, Ortega no habla de consultar a la población si quiere o no las reformas que conducen a su reelección. El fin justifica los medios: sus voceros anuncian que conseguirán los votos para la reforma constitucional con ofertas a los legisladores vulnerables a venderse.

El carnet, un tesoro

Ciertamente, al FSLN no se le puede analizar con los parámetros de los partidos clásicos. Al derrocamiento de la dictadura, los sandinistas eran apenas un minoritario conjunto de células clandestinas militarizadas.
Menos de un año antes, en la ofensiva de octubre de 1978, y según testimonio de la comandante Dora María Téllez, eran sólo 67 personas en todo el territorio las que se batían en los frentes de guerra contra la Guardia Nacional somocista. Lo increíble y magnífico fue cómo aquella minoría logró movilizar e inspirar a una mayoría del pueblo nicaragüense hasta triunfar militar y políticamente en 1979.
Después de 1979, el FSLN dio un salto gigantesco: pasó de ser células a ser un organismo entero, pasó a ser gobierno, a dirigir y a representar a un Estado. Durante los primeros años, la pertenencia al “partido” FSLN siguió siendo muy limitada. En la “primera promoción” fueron militantes del partido apenas los dirigentes máximos de la revolución triunfante. Para la “segunda promoción” se amplió un poco el número, aunque los procedimientos estaban llenos de requisitos difíciles de cumplir: trayectoria probada y reconocida por dirigentes, cartas de referencia, seminarios, lecturas marxistas…
El carnet de militante que se recibía tras aquel camino lleno de obstáculos -no todos los propuestos los superaban- se conservaba como un tesoro. Las siguientes promociones tuvieron ya menos requisitos y procedimientos más expeditos, pero no era cualquiera quien recibía el carnet de militante.

Sólo para las elecciones

Durante los años 90, el FSLN fue derivando de un partido que perdió el gobierno a un partido reducido a una estructura exclusivamente electoral. Según la comandante Mónica Baltodano, en los años 90 el FSLN era “unos treinta mil fiscales, miembros de las mesas de votación, estructuras organizadas exclusivamente para la defensa del voto en momentos electorales y subordinadas al secretario de organización, Lenin Cerna”.
Ya en 1996 había desaparecido la relativa vida partidaria que hubo en los años 80. Se diluyó la escasa orga-nicidad e institucionalidad conseguida hasta entonces, se canceló el debate y el proyecto fue únicamente el del propio Ortega: regresar al gobierno. Todos los esfuerzos del partido se reservaban para los eventos electorales, para garantizar el “voto duro”. Así sucedió en 1996 y en 2001, hasta que en 2006, con apenas el 38% de los votos, por fin Ortega logró regresar al gobierno.
Hoy, el FSLN reparte carnets de militante como quien reparte caramelos en una fiesta. En una total simbiosis Estado-partido, desde hace unos meses todos los empleados públicos son convocados a solicitar “voluntariamente” su militancia en el FSLN. Aun a los que no lo solicitan se lo dan. También por los barrios se reparten car-nets y a todo el que lo pida se lo entregan. Basta llenar una simple hoja con datos básicos y dar una foto para empezar a “militar” y, naturalmente, a cotizar. No se requiere ni trayectoria ni referencias.
Con la campaña “Somos millones”, el FSLN ha querido llegar al 30 aniversario de la revolución con más de un millón de afiliados con carnet. La excusa ideológica es que el partido debe ser “incluyente”. El temor entre los empleados del Estado es que quien no se incluya puede perder el empleo. La estrategia es que los carnets se traduzcan en votos: preparar y justificar el triunfo del FSLN en las elecciones de 2011 con un millonario electorado. Tiene lógica: el techo que nunca ha superado el FSLN es 900 mil votos.
La ventaja del carnet del FSLN es similar a la que en tiempos de Somoza daba “la magnífica”: el carnet de afiliación al liberalismo somocista, que protegía, abría puertas y garantizaba algunos beneficios. Por el túnel del tiem-po, la historia se ha repetido: quienes hicieron trizas el poder de aquel carnet han creado hoy un equivalente.
 Los que hoy apoyan al FSLN y vienen de antigua y probada militancia en sus filas no dejan de mostrar inconformidad por esta “ideología incluyente”, que ha desvalorizado la pertenencia al FSLN. No dejan de reconocer que esta masividad, unida al liderazgo  (…)

(Este artículo se publicó completo en Punto Final, edición Nº 691, 7 de agosto, 2009. Suscríbase a PF, punto@interaccess.cl)