Punto Final, Nº 889 – Desde el 24 de noviembre al 7 de diciembre de 2017.
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Lenin y la cultura contemporánea

 

El largo camino de los proyectos revolucionarios está lleno de escombros y obstáculos, pero sigue abierto. Es la manzana prohibida. La tentación que no cesa. Sueños que no se apagan. Las ciencias sociales y la teoría social crítica han sido sometidas a cantos de sirena que invitan a aplaudir a los poderosos. Lenin es el mejor antídoto frente a la mirada vigilante del amo.
Ese ramillete de sueños igualitarios y proyectos emancipadores viene de lejos. Impregnó con su perfume las grandes religiones de la Humanidad. Detrás de libros sagrados, dioses todopoderosos y rituales litúrgicos, continúa palpitando el anhelo de igualdad. El marxismo revolucionario es heredero de ese antiquísimo sueño igualitario de las viejas religiones. La revolución bolchevique encarnó su máximo símbolo, acompañada en tierras de Nuestra América por la revolución cubana. El asalto al cuartel Moncada de 1953 y la toma del Palacio de Invierno de los zares, en 1917, fueron dos intentos maravillosos de “tomar el cielo por asalto”, como escribió Karl Marx a propósito de la Comuna de París en 1870.
Si la estrella del Che Guevara se convirtió durante el siglo XX en el símbolo mundial de la rebeldía contra las injusticias, Vladimir I. Lenin -principal líder de la revolución de octubre de 1917- ha sido, sin duda, su máximo guía inspirador. Su pensamiento revolucionario, indomesticable e indigerible, no respeta peajes ni semáforos. No frena ante el silbato de la policía intelectual. Jamás pudo ser deglutido ni masticado por las normas oficiales de los estudios académicos, ni siquiera por los más refinados y eruditos.
Lenin sigue ahí, impugnando, cuestionando, marcando un rumbo posible para la rebeldía popular del siglo XXI. Sí, Lenin. Con agenda latinoamericana y en el eje central de la escena política actual. No por el almanaque o las efemérides (los 100 años de la revolución bolchevique) sino porque el punto de vista leninista desafía las formas sociales de dominación y los metafísicos “post” que las legitiman (posmodernismo, posestructuralismo, posmarxismo y otras modas universitarias).
Hoy en día mencionar a Lenin motiva sonrisas burlonas, guiños petulantes, muecas autosuficientes y despectivas en el mundo de los poderosos. Los relatos académicos posmodernos (y otros reformismos análogos) han logrado instalar en algunos segmentos de la militancia popular y de la intelectualidad progresista un sentido común bien alejado de las preocupaciones políticas radicales. La voluminosa e imponente obra de Lenin (sus casi 50 tomos) los ponen en crisis, muestran sus miserias, falencias y aporías insolubles.
¿Fue Lenin un dictador feroz? Nada más alejado de la verdad histórica que la homologación, artificialmente construida, entre leninismo y totalitarismo. El supuesto “totalitarismo” de Lenin corresponde a una típica y apolillada caricatura de la guerra fría, producida y fabricada por las industrias culturales del capitalismo tardío.
¿Acaso no fue Lenin quien designó a A.V.Lunacharsky comisario del pueblo para la Educación y las Artes (o sea ministro de Educación y Cultura) luego de tomar el poder en 1917 a pesar de haber polemizado con él y sus amigos, en 1908, en su grueso libro Materialismo y empiriocriticismo? ¿No fue el mismo Lenin quien designó a León Trotsky primero comisario de Asuntos Exteriores (es decir, canciller) y luego comisario de Guerra y presidente del Consejo Superior (o sea creador del Ejército Rojo), a pesar de las encendidas polémicas que durante años -antes de 1917- mantuvieron el líder bolchevique y Trotsky por las ambivalencias de este último frente a los mencheviques? ¿No fue también Lenin quien polemizó duramente con A.A.Bogdanov, primero en su obra Materialismo y empiriocriticismo y luego con el “Proletkult”, permitiendo sin ninguna molestia que Bogdanov dirigiera, después de 1917, la Academia Socialista de las Ciencias Sociales y participara de la comisión para la edición de las obras de Marx y Engels? La misma actitud amplia y respetuosa que Lenin expresó con Lunacharsky, Trotsky y Bogdanov, la mantuvo frente a M.Gorki, con quien polemizó en la escuela de los bolcheviques exiliados en Capri (Italia), pero luego 1917 le otorgó un lugar central en el nuevo gobierno. Los ejemplos son innumerables... Lenin jamás abandonó la crítica y el espíritu polémico, pero… siempre respetando a sus compañeros con quienes discrepaba o polemizaba, otorgándoles lugares y puestos centrales en el proceso revolucionario y en el gobierno.
Lenin no fue solo un político brillante. Además fue un teórico de envergadura. Sus libros demuestran que Marx inaugura y funda las ciencias sociales a partir de su teoría del modo de producción capitalista (MPC), el estudio de sus leyes de tendencia, movimiento y crisis. En particular con la elaboración de la categoría de “formación económico social” (FES). Dicha categoría historicista y dialéctica sintetiza y articula lo lógico y lo histórico, la diacronía y la sincronía, lo procesal y lo estructural, lo antiguo y lo moderno, el género y la especie, lo común a todas las sociedades capitalistas y lo específico de cada una de ellas. La mirada sobre Marx y las ciencias sociales que construye Lenin pone en crisis la parcelación fetichista de los saberes universitarios, cada día más fragmentados, dispersos, dislocados, inconexos.
Dialogar con Lenin implica recuperar a Marx limpiándole sus hombros del polvo mugriento y gris del “muro de Berlín”. Recordar los 150 años de El Capital es parte de la reivindicación de ese irreverente asalto al cielo que significan los 100 años de la revolución bolchevique. Una obra genial, una revolución formidable. La rebeldía en el pensamiento y en la vida misma.
Las varias decenas de tomos de las Obras Completas de Lenin giran en torno a un hilo rojo: la unidad inseparable de la teoría y la práctica, el pensar, el decir y el hacer, según el balance de los Cuadernos de la cárcel de Antonio Gramsci (gran admirador y continuador de Lenin).
A partir de Lenin el marxismo recupera lo que había perdido tanto la socialdemocracia de la Segunda Internacional (eurocéntrica, colonialista, electoralista, pacifista, institucional) como sus herederos actuales. Con Lenin el marxismo recupera el aliento que le dio vida en tanto teoría crítica y científica, que se fundamenta en un punto de vista objetivo y realista pero que no olvida su carácter partidista, militante y activista. A través de Lenin el marxismo asume el rol de una teoría de la hegemonía como epistemología de una práctica política que sin abandonar el respeto a las diferencias, permite articular en un arco multicolor todas las rebeldías antisistémicas. El pensamiento de Lenin no obliga al movimiento popular a dispersarse ni fragmentarse en “juegos de lenguaje” recíprocamente ajenos entre sí, impotentes para entablar una confrontación seria y a largo plazo contra las instituciones del capitalismo como sistema mundial. Epistemología de una práctica política que combina el consenso (y la articulación con todos los potenciales aliados y aliadas que padecen y sufren el sojuzgamiento del capitalismo) y la violencia revolucionaria del mundo “de los de abajo” (la respuesta plebeya, popular, obrera, campesina y de los pueblos oprimidos) contra el mundo de “los de arriba”.
Lejos de ser una cadena de hierro que aplasta la pluralidad de las voces múltiples y diferentes, la dialéctica en manos de Lenin y el leninismo se convierte en el fuego de una teoría social que estudia la estructura de la sociedad capitalista y su historia a partir del conflicto, el abanico multicolor de las contradicciones antagónicas y la guerra de clases. La bandera libertaria de Lenin siempre apunta a construir poder popular y marchar hacia la toma del poder. Permite articular emancipaciones múltiples y diversas que, si actúan en forma aislada, se tornan irremediablemente impotentes.
Una lucha que no se entabla entre polos homogéneos, compactos, macizos, puros, planos y vírgenes sino entre fuerzas sociales heterogéneas enfrentadas de manera asimétrica. La lucha de clases, según Lenin, no se produce jamás entre el 1% de la población (“los malos que ríen con carcajadas grotescas”, según las películas de Hollywood) frente al 99% restante (“los buenos” = el pueblo “puro”, “virgen” e incontaminado). La historia real nunca ha sido así. La lucha de clases se desarrolla cuando la fuerza popular, articulada en un abanico de alianzas, logra construir un poder propio que pueda disputar el poder de la burguesía y el imperialismo. Dicha confrontación suele producirse entre dos partes del pueblo. Por eso es fundamental la claridad ideológica, la batalla cultural y la posibilidad de identificar los verdaderos aliados y los enemigos irreductibles.
Según Lenin, la clave de la historia y sus luchas se encuentra en la iniciativa de quien se adelanta a su adversario construyendo alianzas propias y dividiendo al enemigo.
La lectura de Lenin en nuestros días invita a desmontar los prejuicios de la guerra fría y las doctrinas contrainsurgentes que tanto daño nos han hecho y tanto dolor nos causaron. Es impostergable dialogar con Lenin en las ciencias sociales actuales y en la cultura contemporánea. Hay que animarse a desoír y desobedecer la voz del amo. De eso se trata.

NESTOR KOHAN

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 889, 24 de noviembre 2017).


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