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El Frente Amplio y la (eterna) crisis de la Izquierda
La irrupción del Frente Amplio hizo creer a los irresponsables e insoportables optimistas que esta vez la gente silvestre, la que pone los números en las marchas, escribe sus cartelitos ingeniosos, y que de vez en cuando aporta con apaleados, heridos, y muertos, iba a ser considerada. Se lo merecerían si se considera que sobre sus necesidades, rabias y reivindicaciones se afirma la mayoría de las consignas que levanta cualquier vecino que se dice de Izquierda.
Pero no. La gente, organizada o no, marchante o no, afiliada a algo o no, no fue convocada para tener algún rol en la elección de candidatos o propuestas frenteamplistas. La cosa, de nuevo, fue urdida desde arriba mirando hacia abajo.
La temprana contienda civil al interior del Frente Amplio, en el que aún no fraguan sus estructuras, no anuncia nada nuevo para la Izquierda. Es una expresión de la Izquierda en crisis.
A esos dirigentes en los que muchos vimos a los que abrirían las grandes alamedas, más bien se les abrió el apetito. Y pudo más el apuro por un escaño. Perdida la fe en la gente y desestimada la opción de comenzar desde abajo, se abandonaron a los vicios del sistema viejo, el que criticaron cuando hacían sus primeros pinitos en el arte de dirigir gente.
La irrupción en las calles de las fuerzas sociales enrabiadas por los efectos inhumanos -aunque aún aguantables- de la cultura neoliberal, desestibó la carga del poder. Hasta antes de la crisis cuyo pico fue el año 2011, la cosa era controlable entre otras razones porque los dirigentes que seguían a cargo de las organizaciones de los trabajadores, evidenciaban un cansancio muy parecido a la flojera. Las cosas, desde el punto de vista del sistema, salían a pedir de boca.
Y habrá que recordar que los primeros destellos de una rebeldía que tanteaba por salir a flote, la hicieron los estudiantes de la enseñanza media, incluso de educación básica, cuya mayor expresión fue el ya olvidado “mochilazo”. A partir de entonces, sin que el tándem en el poder tuviera la capacidad para advertirlo, comenzó un proceso que generó un real peligro desestabilizador en esas marchas y paros que la mayoría de los habitantes celebró. Y como se sabe, muy pronto esa enorme expresión de descontento chocaría en su techo y rebotaría hasta llegar a ser lo que es hoy: nada.
De esos rescoldos proviene la generación de jóvenes políticos que dieron forma al Frente Amplio, coaligando a varias organizaciones y partidos, muchos de ellos desconocidos.
Pero en esa arquitectura que comenzó por arriba faltó una comprensión de la política, del momento histórico, que es como decir, de la mirada estratégica. El Frente Amplio se afincó en el inmediato olor del sillón parlamentario y desdeñó la opción de haber levantado más la vista con una real vocación de poder. Perdió un tiempo precioso.
La expectativa de cruzarse al sistema con propuestas originales, con maneras diferentes de entender y hacer la política, habida cuenta del desfonde del sistema en la repugnancia de la corrupción, el arreglín, el robo y la sinvergüenzura, derivó en una ingeniería electoral, con pisotones, codazos, descalificaciones y ataques que no se diferencian mucho de lo que tantas veces hemos visto en otros.
De la cacareada importancia de la gente en las decisiones, de las manoseadas candidaturas ciudadanas, de la falseada participación popular, nunca más se supo.
¡Cómo hacen falta los trabajadores en esas iniciativas! El Frente Amplio más tardó en elevarse a referencia pública que en hacerse trizas en su propia crisis de arrebatos personales, desafueros atropellados y mucha cosa descalificatoria, otrora atributos exclusivos del duopolio. No se puede entender a la Izquierda sino en el centro de una eterna crisis. Y es frecuente creer que primero es necesario resolver esa crisis antes de dar un paso. Lo que enseña la vida, esa porfiada y dura de cabeza, es que la crisis es el camino.
Ricardo Candia Cares
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 882, 18 de agosto 2017).
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