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Basura parlante
Uno de los recursos más antiguos y viles del periodismo es inventar realidades para generar ruido público, desviar la atención o en muchos casos, lograr sintonía masiva y negocio redondo. El tema es tan manoseado como detestable, juega con las creencias de un receptor inocente y muchas veces se sirve del sistema para generar mitos que perduran en el tiempo, sin otro argumento que el de la duda permanente.
Monstruos en lagos que nadie vio, apariciones extraterrestres nunca aclaradas, vestigios de civilizaciones que jamás existieron ni se hundieron en las fauces marinas, divinidades manifestadas en estatuas llorando sangre que difícilmente soltaron una lágrima real o fantasmas que deambulan reivindicando momentos de la historia forman parte de esa amplia gama de sucesos que los medios de comunicación toman con descaro para seguir alimentando el morbo y la indecencia. Todo como parte de sus esfuerzos por imponer contenidos novedosos y alineados con lo indescriptible.
La ilusión siempre jugó un papel importante en la audiencia televisiva y es por eso que no extraña que en Chile -como en otros países donde la industria es aún más desarrollada e intencional- se sigan poniendo en el tapete realidades ocultas que chocan constantemente con la lógica o verdad científica.
Y sigue resultando. El ejemplo más patético y evidente es el que protagonizó el programa de Chilevisión “La Hermandad”, con un especial sobre el fenómeno del “chupacabras” en las inmediaciones de Calama en el año 2006. Esa especie de animal extraño -y nunca graficado- que atacaba en sectores campestres arrasando con cuanto ser vivo se encontrara en frente y cuyo único indicio de existencia son las gallinas sin sangre que aparecieron desparramadas en los fundos y terrenos sin explicación alguna.
Estar en esa región es sinónimo de percibir los cuentos y verdades insistentes de quienes dicen haber visto, seguido y rastreado cada vestigio del mítico devorador. Nadie aporta concreciones. Sólo repasos vagos de aquello que aterrorizó a su comunidad y que, por lo mismo, provocó el desembarco de profesionales de prensa, documentalistas, personeros de instituciones y charlatanes varios que hoy aseguran, muy sueltos de cuerpo, que el fenómeno fue real e incluso abrazan la tesis de un experimento oculto que terminó en oficinas de la Nasa.
El nivel de mitomanía no sólo agrava la falta de pericias reales que dieran con la solución del caso. Como si se tratara de una oportunidad única, los diversos entes que intervinieron en la investigación -seria y de la otra, la de las hipótesis antojadizas- terminaron cerrando su indagatoria con un cúmulo de datos inocuos y explicaciones vacías que apenas sirven para constatar la inexperiencia de quienes se pasaron meses recorriendo el norte sin dar con una respuesta comprobable de aquellos extraños sucesos de crónica roja. Seamos sinceros, el asunto sirvió para llenar páginas de un diario que inventó la noticia y su aporte fue engordar los bolsillos de quienes supieron aprovechar el negocio de moda.
Peor aún, el mencionado programa del prime televisivo reflota la fantástica travesía del demonio inmortalizado hasta en retratos cuestionables, generando una especie de lado B con una seguidilla de errores y argumentos en voz de testigos volubles y un nivel de falsedad inimaginable. Como si no fuera suficiente, el panel de seudoexpertos echó mano desde las cartas del tarot hasta la bibliografía ufológica para concretar peroratas insufribles que intentaban dar luces de esa verdad negada y guardada bajo la alfombra de la incompetencia.
Y allí está el problema. Es cierto que este tipo de espacios televisivos está de moda y que Chilevisión sólo hace eco de una fórmula probada para ponerla en su pantalla con ribetes de transparencia paranormal. Lo que parece extraño es que sean estas temáticas de lo absurdo las que dominen, instruyan y se instalen como eco de opinión en épocas en que parece mantenerse a la gente embobada y distante de los temas reales que tienen a este país “patas para arriba” y ad portas de una elección.
No es que sea mal pensado. Pero la televisión chilena cada vez entrega más señales de que hay un poder oculto que quiere esconder algo. Desviar el foco, farandulizar el criterio y subrayar lo chabacano. Eso, quieran reconocerlo o no, es para alimentar la desconfianza de muchos que no nos creemos el cuento.
Ricardo Pinto
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 882, 18 de agosto 2017).
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