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La epopeya desconocida
Justicia, precisión histórica para darle a cada quien su espacio en los anales de una pasión irreverente que por décadas convocó ilusiones de un país marcado por el trauma, la derrota y el sinsabor de quedarse siempre a un lado del camino en esa religiosidad popular llamada fútbol. Ese valor de rescatar lo inolvidable, tan preciado e ingrato para tantos, parece ser el principal aporte de la serie “62, Historia de un Mundial”.
Durante años, en conversaciones de tertulia, café o bar, quienes llevamos tatuado este deporte de masas luchamos por hacerle ver a las generaciones más jóvenes que antes del “Mago” Valdivia, hubo un “10” inigualable llamado Enrique “Cuacuá” Hormazábal. O que antes de Alexis Sánchez hubo uno del mismo apellido llamado Leonel que fue goleador de un Mundial. O que esas transformaciones colosales de tipos metódicos y obsesivos como Marcelo Bielsa o Jorge Sampaoli ya habían tenido un exponente mayor, que cambió el mal comportamiento de verdaderas estrellas en potencia. Ese entrenador con carácter indomable fue Fernando Riera.
En una jugada maestra y aprovechando el verdadero boom que significa ver orgullosamente a “La Roja” derrochando talento en el torneo de campeones de continentes llamado Copa Confederaciones, TVN puso en horario prime una miniserie escrita por Josefina Fernández y dirigida magistralmente por Rodrigo Sepulveda.
En ella, se repasa nada más y nada menos que la primera gesta real del balompié criollo, una originada en aquel discurso heroico de Carlos Dittborn en el consejo de la FIFA en Lisboa, por allá por el año 1957. Un puntapié inicial de una epopeya fantástica, una que le otorgó a un país pobre y sumido en el desorden, la opción única de realizar un Mundial de Fútbol con pocos recursos y un sueño de directivos valientes como Ernesto Alvear -el verdadero mentor de ese milagro deportivo- o Juan Pinto Durán, aquel nombre que muchos solo conocen por el centro deportivo desde donde la selección chilena comienza su marcha hacia las actuales jornadas de júbilo en el Estadio Nacional.
Lejos de ser una mega producción con recreaciones en la cancha, “62, Historia de un Mundial” repasa eventos dramáticos como las presiones familiares, las luchas de poder o incluso el sesgo machista que caracterizaba a quienes llevaron adelante una ilusión de escritorio para convertirla en esa fiesta popular que quedó arraigada en la cultura popular. Con actuaciones magistrales como las de Marcial Tagle, Nestor Cantillana, Daniel Muñoz o Roberto Farias, la serie logra recrear con tintes de ficción varios pasajes históricos y de época, remarcando eventos que para los futboleros modernos son absolutamente desconocidos. Porque no solo se trata de contar los pasos de un grupo de soñadores -con cierta influencia social- que cambiaron el semblante de un país triste con aquella fiesta mundial que se recordará por siempre en los escritos que repasen nuestro pobre y sacrificado peregrinar en la cancha.
El libreto se da tiempo para escrutar discusiones basales en el desarrollo de ese Chile tercero en el mundo, como la dureza de un entrenador para lidiar con la indisciplina de un jugador que se caracterizó por ser tan bueno con el balón como malo con las normas, las concentraciones, el autocontrol e incluso, el profesionalismo.
Porque hasta el día de hoy, los historiadores del balón insisten en que Chile no solo pudo conseguir ese inigualable tercer puesto sino que pudo alzar la copa del mundo. La ausencia del mejor futbolista nacional de la época -y que pese a su anonimato actual está en el podio de los más brillantes de nuestros cien años de “pasión de multitudes”-, Enrique Hormazábal, en la cita mundial, es uno de los principales hilos dramáticos que el guión desarrolla sin aspavientos. Una elegante forma de entender que el “bautizazo” en la era Borghi, el “Ferrari” de Arturo Vidal o el “Puertordazo” de la Generación de Zamorano fueron nada con lo que se vivió en la previa del evento de 1962. Y esa vez, como con Bielsa hace diez años, hubo que rayar la cancha y golpear la mesa.
Con el triunfo y la derrota, los ciclos muchas veces se repiten. Probablemente, ese es el mejor legado de esta serie formidable. No siempre fuimos malos para este juego apasionante. En eso se aúnan los de esta generación dorada que hoy pasean el nombre de Chile, con aquellos héroes del 62. A veces, sólo basta con creer y con hacer las cosas bien. Porque talento nos sobra. Más de lo que las frustraciones de siempre nos enseñaron a creer.
Ricardo Pinto
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 878, 23 de junio 2017.
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