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El palo de Gary
Un grito triunfal recorre Chile. La selección de fútbol se alza nuevamente como la mejor de América, desplazando, lo que no es poco, a la selección argentina por años considerada históricamente superior a nuestro equipo.
Un nervioso estertor se tomó las ciudades y la gente salió a celebrar con una pasión solo guardada para eventos de naturaleza histórica. Ha sido un domingo del que se hablará por mucho tiempo. Y en el que se relevarán algunos pasajes que van a nutrir el mito futbolero de aquí en más. El gol del Gato, lo bravío de Vidal, la volada de Bravo y en especial, el golpe de Gary Medel en el poste del arco.
Muchos han centrado sus reflexiones en relevar al perdedor. No es trivial ganarle dos veces seguidas a un equipo como el argentino que tiene no pocas razones para ser el mejor del mundo. Y otros, han centrado sus ironías en la imagen desolada del que es considerado hoy por hoy como el mejor jugador del mundo, Lionel Messi.
Y no falta la crítica que relega al fútbol, sobre todo a sus triunfos relevantes, a una condición de droga que embrutece a la gente y la aleja de sus problemas cotidianos y consuetudinarios, quedando entonces a merced de los interesados en manipular esas emociones que restallan con niveles de éxtasis cuanto mayor es el logro.
Es cierto que la presidenta estará haciendo lo indecible para reunir al seleccionado ganador y mostrarse con su bufanda roja en los balcones de palacio, frente al cual se esperará reunir a varios miles de compatriotas excitados aún por el triunfo. Y que intentará sacarles su maquila a los ganadores para ver cómo repunta algunos puntos en sus alicaídas sumatorias, justo ahora en que ha bajado al 22% de aprobación y ha subido a 70% de desaprobación.
Pero en la gente común hay una alegría genuina que no se puede soslayar.
Con todo, siguen sucediendo cosas extrafutbolísticas. Un senador es ingresado a la cárcel por varios delitos. El Congreso se apresta a subir las edades para jubilar tanto a hombres como a mujeres: 70 y 65 años respectivamente. Aún hay denuncias de políticos corruptos que están siendo investigados en un carrusel que parece que dista mucho de detenerse.
En un acto despreciable, las autoridades suben el sueldo mínimo en una miseria durante dos años. Como si las cosas entre la gente que menos gana estuvieran muy bien aspectadas. Destellan en esa decisión gubernamental las evoluciones del Partido Comunista, otrora fiero defensor de los derechos de los trabajadores que, en una cabriola digna de encomio, dice una cosa y luego otra para quedar donde mismo.
De manera simultánea, se comienza a discutir acerca del anunciado aumento en los cupos tanto de la Cámara de Diputados, que aumentan de 120 a 155 honorables y el Senado de 38 a 50, lo que va a salir un ojo de la cara aunque numerosas autoridades juraron y rejuraron, es decir mintieron y volvieron a mentir, que la cacareada reforma no equivalía a un mayor gasto fiscal.
En otro ámbito, se conoce que una Corte estadounidense ha condenado al asesino de Víctor Jara a pagar una multa multimillonaria, para vergüenza de los tribunales chilenos que no han hecho mucho en términos de justicia. Y para vergüenza de las autoridades que simplemente abandonaron cualquier esfuerzo por llegar a la verdad, la justicia y la reparación para quienes fueron víctimas de la tiranía.
No. El fútbol, ese que se juega en una cancha, no es opio que embrutece al pueblo. Es un deporte que da una felicidad que el sistema niega. Más allá de la corrupción, del negociado y el aprovechamiento ilegítimo que poderosos y autoridades intentan con la alegría genuina de la gente. Que este triunfo ha desatado comentarios que intentan denostar a los argentinos por su derrota no es culpa del fútbol, es culpa de la ignorancia, y ésa es muy anterior al deporte.
Por eso resulta reconfortante más allá de los triunfos, goleadas y copas, actitudes de personas como Gary Medel, quien como todos sus compañeros, ha corrido no solo con un buen fútbol, sino que con comentarios en los cuales ha abundado el seso bien puesto de la gente del pueblo. Y por sobre todo, su ejemplo de no rendirse cuando las cosas no se den y más aún, cuando se han cometido errores. En ambos casos la historia demuestra que lo único que no puede perdonarse es dejar de luchar.
Ricardo Candia Cares
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 855, 8 de julio 2016).
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