Punto Final, Nº 851 – Desde el 13 al 26 de mayo de 2016.
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Todo podrido, todos podridos

 

No será de billetera muy fácil pero si es muy fluida su manera de enviar Fuerzas Especiales de Carabineros allí donde comienzan a aparecer los brotes de una cultura de la que el ministro del Interior, Jorge Burgos, es un contradictor de mérito y sobrada representatividad.
La naturaleza contrainsurgente de la reacción oficial ante las airadas y aún desordenadas exigencias de la gente, sube un peldaño cada vez para ajustarse a la ira creciente de la población afectada por la carcoma capitalista que amenaza con engullirlo todo. O por lo menos, dejarlo podrido y repodrido.
No hay espacio para la protesta. No hay espacios democráticos. No hay región del territorio que no esté sufriendo los embates de los efectos de la economía imperante, que es como decir, su huella necesaria. Porque eso que apesta de manera criminal las costas chilotas no sale de un pase de malabarismo. Es la cultura. Es el capitalismo en todo su esplendor.
Miles de toneladas de venenosos peces son lanzados al mar de la manera más criminal. La industria salmonera ha envenenado los lagos, fiordos y canales a niveles de espanto y para el efecto utilizó los millonarios aportes del Estado. Ahí sí que la billetera no solo fue fácil, sino que generosa.
Eso que infecta los mares chilotes es el efecto de la barbarie sin control. Eso que pudre los recursos de esos habitantes son los intereses de los sostenedores y administradores del modelo a quienes nada les importa el daño irreversible que deja su ambición.
Esa misma ambición se ha demostrado desplegada en toda su magnífica vergüenza en otra forma no menos pestilente: la que hiede en los corrillos de los que se han vendido o arrendando para que los millonarios, esa gente enferma, esos criminales fabricantes de dinero no menos criminal, hagan sus sucios negocios.
Empresarios de cilicio, misa diaria y cinco sacramentos que han violado y siguen violando los preceptos de sus misales y encíclicas, sin consideración alguna por las amenazas de los mandamientos roban, violan, matan, mienten, depredan extensos territorios, envenenan niños, mujeres y hombres, degradan suelos y contaminan el aire y el agua. Ya su dios no está en el cielo. Sino, más bien, en sus muy terrenales empresas y directorios.
También generan náuseas los políticos infectados con el virus del poder eterno y la ganancia sin fin. Esos que han hecho alarde con la mentira y valores ambidiestros, una manera de reírse de la larga esperanza del pobre. Que han hecho mofa de sus sueños. Que pulverizaron su alegría y en esa oquedad vacía, dejaron más bien una eterna cara de asombro.
La corrupción que infesta con sus efectos pestilentes la convivencia asombrada y choqueada de los habitantes, es la misma presente en aquellos que con el patriotismo, austeridad y múltiples juramentos de hombres de honor, hacen gárgaras. Pero que han terminado siendo no más que ladrones de gorra y charreteras.
Las fuerzas armadas que traicionaron en la tarde lo que juraron en la mañana, y que ostentan la vergüenza de haber bombardeado la Casa de Gobierno por aire y tierra en nombre del orden, la decencia y el honor, terminaron con sus generales envueltos en la indecencia sin valer militar que trae consigo la estafa, el robo, la falsificación, el lujo desmedido, la coima, el tráfico. El dinero abundante y fácil.
Los poderosos han envilecido nuestro país. Han abarrotado las ciudades de edificios construidos contra toda norma y criterio, propiciando la contaminación, la congestión y la vida de mala calidad. Pueblos envueltos en una perenne voluta de humo que mata. Y no hay río exento de diques y los glaciares están contando sus días milenarios y los bosques están al filo del hacha. No hay canal que no esté infectado por cultivos nocivos.
La mierda que hace de este un país contaminado hasta la madre, hay que buscarla en los que han ganado dinero a cambio de permitir la degradación de un hábitat irreemplazable. Hay que apuntar a esos ganadietas y calientasillas del Congreso y La Moneda. A esos que han hecho del desprecio a la gente humilde una vocación retribuida con sueldos millonarios, muy poco ágiles con las billetera pero muy rápidos y fluidos con el garrote y el gatillo. Sujetos sin principios y con muchas propiedades. Sicarios desvergonzados que no dudan en controlar la pobreza apaleando a los pobres y encauzar la ira de los que reclaman por la vía de hacer como que escuchan y luego meterles la horda bruta de las policías.
De haber mantenido su costumbre de leer la prensa, quizás se habría logrado que la presidenta se enterara de lo que pasa en el sur. Pero como vemos, solo nos queda la diligencia de un ministro del Interior que no le va en zaga a ninguno de los que tuvo el tirano.
Ricardo Candia Cares

 

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 851, 13 de mayo 2016)

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