Punto Final, Nº823 – Desde el 6 hasta el 19 de marzo de 2015.
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La gata dormida


La ausencia de un liderazgo que ponga las cosas en su lugar es tan evidente como patética. Que la presidenta salga a dar la cara por las andanzas bribonas de su hijo del modo en que lo hizo, pone en evidencia su incapacidad para enfrentar ese momento vergonzoso con algo más de pachorra, con decisión, con la verdad a flor de labios, con valentía y honestidad. Pero no. Elige tardíamente el camino de la cara compungida al borde del llanto, que ya tiene indiferente a medio Chile. De liderazgo, ni la sombra.
No es nuevo eso de escalar en negocios y riquezas por la vía de utilizar las aristas familiares del poder. La coima, el acomodo, el nepotismo, el contacto bien instalado, han sido un mecanismo que existe desde que el mundo es mundo. Lo que hace la diferencia es el discurso con el cual los actuales mandatarios llegan al poder: igualdad, equidad, honestidad, erradicación de malas prácticas.
¿En qué está quedando el cacareado capital político de una presidenta elevada por sobre las contingencias terrenales, impoluta y virginal? ¿A qué queda reducida su magnificencia, que la hacía exudar una moralidad a prueba de maledicentes, envidiosos, resentidos, ultras y apurones? ¿De qué fortaleza se constituía una excelencia cuyos números eran imbatibles por más que sumara desatinos, desaciertos y errores, si bastó que fuera tocada por un negocio vil de su vástago?
Parece que todo ese capital al alero del cual se agrupan como pollitos detrás de la gallina la cáfila de políticos y nuevos ricos y poderosos, se ha reducido a casi nada por la vía de dos mil quinientos sabrosos millones de los cuales, por cierto, ella nada sabía, según dice compungida.
¿Y qué será más grave? ¿Que no haya sabido y que la transa la pilló desprevenida? ¿O que sabía y no dijo esta boca es mía? Si se trata de la líder indiscutida, imbatible e impoluta, ambas opciones valen lo mismo en gravedad.
Corresponde una cirugía mayor para desactivar el cártel que ha hecho del país una caja pagadora. Con toda propiedad la gente, el pueblo, sobre todo los incautos inocentes e ingenuos que creyeron en ellos, deben exigir que se vayan todos y devuelvan lo robado. Agotada la presunción de inocencia que da para todo, cada uno de los políticos pasa a ser un sospechoso de cohecho, de falsificación ideológica, de vender su gestión parlamentaria al mejor postor.
Queda claro por qué se legisla cada vez más en contra de la gente. Por qué cada vez se aprueban leyes que favorecen a los poderosos, que envenenan a los niños, que les roban el agua, los peces, tierras y riquezas. Y luego se llenan la boca con la equidad, la igualdad de oportunidades.
Los empresarios corruptos hacen lo que deben al poner sus platitas en los que aprobarán las leyes. Y no es por altruismo o pastillas de dulce. Soquimich, Penta, y sus dineros con un agudo olor pinochetista, seguro que no son las únicas empresas que compran políticos.
El triunfo sin contrapeso del neoliberalismo dio paso a una nueva biología en la sopa pestilente de la corrupción: los que transaron sus consignas e himnos revolucionarios de los tiempos de jóvenes e inexpertos, por altos puestos y no menos elevados ingresos y un nuevo estatus social.
Hoy, ya repuestos de las tonteras de cuando jóvenes, han succionado donde han podido: una vez acá, otra por allá, después nuevamente acá, en un incesante carrusel de puestos y dietas. El triunfo del neoliberalismo los reconvirtió en marranos que abjuraron de sus anteriores convicciones cuando los sedujo el olor del poder y del dinero, que es lo mismo pero con distinto elástico. Y del mentado liderazgo que pondría las cosas en su lugar, nada. Como dice la sabiduría popular: cuando se duerme la gata, los ratones hacen fiesta.
No cabe sino erradicar ese tándem de frescos de raja, expertos en la manipulación y la impunidad. Erradicar a la ultraderecha, esos moralistas de misa diaria, cilicios y avemarías, que por cada coito dejan un crío, guardianes de la fe y de los diez mandamientos, pero que no trepidan en robar, mentir y matar.
Y erradicar también a sus adelantados aprendices nombrados como Nueva Mayoría, enquistados como sanguijuelas en cada intersticio desde donde pueda salir algo.
No puede ser que sea más difícil deshacerse de una maga de ladrones que de una dictadura de criminales.

Ricardo Candia Cares

 

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 823, 6 de marzo, 2015)

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