Punto Final, Nº818 – Desde el 28 de noviembre al 11 de diciembre de 2014.
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El otro día estuve viendo un video de una marcha contra el fin del lucro en la educación. Las personas a las que entrevistaban al azar no entendían nada, quizás lo confundían con el locro, un guiso chileno muy antiguo que espero que todos conozcan. El periodista preguntaba: “¿Usté stá contr’el fin de’ lucro?”. Respuesta: Sí. Pero cuando les preguntaban por qué, no sabían qué contestar.
Es que nadie ha explicado bien lo que es el lucro. Muchos de los entrevistados pensaban que el lucro es lo mismo que el sueldo, lo que se gana por un trabajo. Pero no es así, por dios. La palabra lucro siempre ha tenido una connotación peyorativa, algo como de mercachifle, de usura, de sacar provecho indebido. Y la educación no es para que la impartan los aprovechadores ni los mercachifles. Si alguien -un profesor o una persona decente comprometida con la educación- quiere poner un colegio particular para ganarse la vida honradamente, está bien. Ganará un buen sueldo como director del colegio, les pagará bien a los profesores, al portero y a las secretarias y ahí se acaba la cosa. El gobierno le va a dar su subvención y va a trabajar con la plata de todos los chilenos. Esto no se va a considerar lucro ni nadie pretenderá impedirlo. Aceptaremos que nuestros impuestos se gasten en eso, aunque preferiríamos que fuera en la educación pública, pero como de ella ni se habla…
Por ejemplo, un señor que vende zapatos descubre que es mejor negocio invertir su plata en un colegio, y un senador se da cuenta de lo mismo y le pone a su señora el colegio Les petits chats: uno y otro -el comerciante y el senador- reciben subvenciones gubernamentales y al mismo tiempo, contratan a su yerno o a su cuñado como asesores pagándoles una millonada. Pues no, eso sí que no. Pueden hacerlo, pero sin recibir dinero del erario público. Que abran un colegio, cobren lo que quieran y sanseacabó, nadie los va a criticar. Así es la cosa en el resto del mundo.
Pero les voy a decir algo: si en realidad quieren ganar mucho dinero, hacer negocios muy lucrativos, no se metan con la educación. Pónganse a vender cosméticos, instalen un banco, exporten vino o kiwis, en fin, tienen muchas alternativas. Porque la educación es algo demasiado importante y serio como para dejársela a los comerciantes, a los tenderos o a los mercachifles.
La educación no va a seguir siendo un negocio lucrativo y nunca debió serlo, convénzanse. No son negocios lucrativos los que deben ser subvencionados por el Estado, porque si no, no funcionan. Y si reciben subvenciones y de todas maneras se ponen a lucrar -hay tantas maneras de burlar las leyes- entonces sí que se estarán aprovechando. Estarán cometiendo una estafa, un delito que debería ser sancionado, porque nos estarían engañando; al fin y al cabo los impuestos los pagamos todos.
Cuando un capitalista inteligente se da cuenta de que sus inversiones no están dando buenos rendimientos o que sus acciones están bajando, sencillamente vende esas acciones y mete su capital en otra cosa. Así de simple. ¿Tengo que decírselos yo, que no soy economista ni comerciante, que no tengo colegios ni zapaterías y ni siquiera un banco? Por favor, señores, todo buen capitalista debe saber esto. La plata que recuperen métanla en dólares, en rublos, en yens, aunque quién soy yo para aconsejarlos sobre sus inversiones. Pregúntenle al mejor economista chileno ¿será el ministro de Hacienda o el de Economía? Pues debería serlo. Pero no se aferren a los colegios, que ese negocio ya pasó a la historia. Y no manden más a sus “nanas” a los desfiles, que los dejan en vergüenza.
Y como soy honesta y recojo las opiniones de quienes piensan distinto, les diré que vi en El Mercurio del 4 noviembre un artículo de su brillante columnista don Eugenio Tironi, titulado “Preferencia por la desigualdad”. En él se refería a “esos miles de familias de recursos modestos que se movilizan no en defensa del derecho a una educación gratuita, sino en defensa del derecho a pagar por ella”. Este es sin duda un concepto muy novedoso, un paradigma hasta ahora no suficientemente explorado por los teóricos. Habría que exigir que en todos los instrumentos internacionales de derechos humanos, comenzando por la Declaración Universal, se establezca el sagrado derecho de toda persona a pagar por algo que se le ofrece gratis. Porque los colegios particulares subvencionados van a ser gratis para los alumnos (ya les dije que de la educación pública mejor ni hablar). Pero si la gente quiere pagar, quiere entregar voluntariamente su dinero, ¿por qué impedirlo? Hay que pensar profundamente en este nuevo principio, que tiene su corolario en el “sagrado derecho a cobrar y lucrar con los derechos sociales y culturales”.
Y ya se sabe que los derechos humanos no son fijos sino progresivos, que mejoran día a día; por ejemplo en la Edad Media se aceptaba la tortura, y ahora se la condena aunque se la practica sistemáticamente, pero esto último no es lo que importa. Por lo tanto, hay que comprender que este derecho a pagar se va a ir desarrollando y profundizando. Será el derecho a pagar más y más, a pagar por adelantado, a pagar lo más caro posible, a pagar intereses gigantescos, a pagar siempre. Pues si así lo quiere el pueblo, como afirma el señor Tironi, hay que aceptarlo, porque en el pueblo reside la soberanía. Que se pague por todo. ¿Qué falta por pagar en Chile? No lo sé, no mucho. Pero algo debe quedar por ahí que todavía es gratis. Pónganse a buscarlo.

Margarita Labarca Goddard

 

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 818, 28 de noviembre, 2014)

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